Dos ancianos miraban el horizonte
a través de la ventana,
el la tomó de la mano
añorando sus recuerdos
y con voz, dulce le dijo.
¡Amor! ¿recuerdas aquellos días
de alegrías, de algarabías en la casa,
cuando nacieron nuestros hijos?

En la primera comunión
el día de la graduación
o aquella vez que bailamos
al compás de los antaños,
al celebrar a la hija
sus lindos y bellos
quince años.

Cuando nos vestimos a la moda
para celebrar en casa
sus queridas y tan anheladas bodas.

Ella lo besa y lo abraza
y con voz entrecortada, exclama
sí, mi vida recuerdo
esos momentos inolvidables en casa.

Al despertar de aquellos sueños
y volver a sus amargas realidades
vieron cómo se habían ido
aquellas dulces verdades.

Ahora de vez en cuando
algunos de sus hijos
les procura una visita
a esos dos ancianitos
que viven olvidados, tristes y solitos.

Se levantan tempranito
al señor agradecer
por permitirles ver
un nuevo y bello amanecer.

Después con mucho amor
Cariño y emoción
preparan su desayuno
para su alimentación.
Y al llegar al comedor
los invade la tristeza
y sus rostros son recorridos
por un par de lágrimas frías
al ver aquellas sillas vacías
donde se sentaban sus hijos
a compartir sus alegrías.

Y al pasar algunos años
uno de ellos esta
tierra dejará
aquel que se quede en casa
pensará y pensará
y al verse solo y triste
la melancolía lo consumirá.

Al entrar nuevamente al comedor
se sentirá un ambiente húmedo y frío
al ver como se ha quedado
esa otra silla vacía,
viviendo en tantas penumbras,
nostalgias y soledad
también un día al cielo
se marchará.

En hombros de amistades
O algún familiar cercano
a su última morada
sus restos serán velados
y allí quedarán
completamente olvidados.

Después vendrán sus hijos
unos con fe y otros con mala fe
a repartirse los bienes
que dejaron en su haber.
Así terminan estas
dulces y amargas realidades
de aquellos dos ancianitos.