[ENG-ESP] Dream maker // Fabricante de sueños

En las profundidades de la ciudad, donde las sombras se entrelazan con la niebla y los susurros del viento cuentan historias olvidadas, había una tienda peculiar. Su letrero, desgastado por el tiempo, rezaba en letras temblorosas:" Fabricante de sueños". No era un lugar al que uno llegara por casualidad; únicamente aquellos con deseos oscuros y corazones atormentados conocían su ubicación.

El interior de la tienda era un laberinto de estanterías atestadas de frascos de cristal, cada uno de los cuales contenía una niebla danzante de colores sombríos. En el centro, estaba una anciana de mirada penetrante y manos temblorosas que trabajaba sin descanso, tejiendo sueños y urdiendo pesadillas.

Una noche, un hombre llamado Víctor, con el alma cargada de remordimientos, cruzó el umbral de la tienda. La fabricante lo observó con ojos que parecían ver más allá de la carne, directamente a la esencia de su ser.

"Vengo en busca de un sueño que me libere de mis demonios", confesó Víctor con voz ronca.

La anciana asintió y, sin mediar palabra, comenzó a mezclar esencias en un frasco, moviendo los dedos con una precisión que desafiaba su aparente fragilidad. Cuando terminó, le entregó el frasco a Víctor. "Bebe esto antes de dormir y tus deseos se cumplirán", murmuró en un tono que heló la sangre del hombre.

Aquella noche, Víctor se bebió el contenido de la botella y cayó en un profundo sueño. Se encontró en un bosque oscuro, donde los árboles susurraban su nombre y las sombras le acechaban con ojos brillantes. Corrió, sabiendo que algo o alguien le seguía, algo que no era ni humano ni bestia, sino una manifestación de sus propios pecados.

El sueño se convirtió en una pesadilla espantosa, y Víctor se encontró atrapado en una eterna huida, cada vez más consciente de que no tenía escapatoria. Los árboles se cerraban sobre él y las sombras se alargaban, tocándole con dedos fríos como la muerte.

Se despertó gritando, empapado en sudor, con el corazón latiéndole en el pecho como un tambor de guerra. La habitación estaba en silencio, pero la sensación de terror persistía, aferrándose a él como una segunda piel.

Noches después, Víctor regresó a la tienda, pálido y demacrado. "El sueño que me diste se ha convertido en una maldición", acusó a la fabricante, cuya expresión no revelaba ni sorpresa ni preocupación.

"Los sueños que fabrico son un reflejo del alma de quien los busca", replicó con calma la anciana. "No se me puede culpar de los demonios que ya habitaban en ti, estimado Víctor".

El hombre, desesperado, exigió una solución, pero la fabricante se limitó a encogerse de hombros. "No hay vuelta atrás. Una vez que se han tejido los sueños, hay que vivirlos hasta el final".

Víctor salió como alma que lleva el diablo y nunca más regresó.

Pero, cada noche, el sueño volvía, cada vez más vívido, más aterrador. Víctor ya no podía distinguir entre la realidad y la pesadilla. Su vida se convirtió en un espejo del terror que le consumía cada vez que cerraba los ojos.

Y así, la fabricante de sueños continuó su trabajo, tejiendo destinos con hilos de miedo y desesperación, recordando a todos los que se atrevían a entrar en su tienda que es mejor dejar algunos sueños en las sombras.