¿Puedes contarme una historia?

—¿Qué haces despierto pequeño?—pregunta el abuelo.

—No puedo dormir, ¿podrías contarme una historia?

—Sí, pero con dos condiciones.

—¿Cuáles son?

—Pues, Primero la historia será corta, y segundo debes prometer que al terminar intentarás dormir.

—Sí, te lo prometo abuelo.

—Bien, eso espero.

En este momento, cierro los ojos y recuerdo aquel espantoso frío que hacía en el refugio, el mismo del que te hablé hace un rato. Allí el viento soplaba tan fuerte que las tiendas de acampar temblaban y se movían como fantasmas. Además, el olor a humo y basura se mezclaba con el olor de la comida que se repartía en aquellas largas filas y muchas veces provocaba náuseas.

El lugar albergaba a heridos, soldados, civiles e incluso prisioneros. Cada uno de nosotros se abrigaba lo mejor que podía, con cualquier recurso que nos mantuviera calientes, todos intentando sobrevivir un día más en el desastre que deja la guerra.

En una de esas filas permanecía yo, cavilando, esperaba por una ración de comida. Para esa época era bastante joven, tenía 19, ese mismo año había perdido todo, mi casa y mi familia. Lo único que me quedaba eran recuerdos y una tristeza gigantesca, sobre todo por John, mi hermano, al que no pude ayudar cuando lo derribaron, no logre llegar hasta el porqué todo a mi alrededor se volvió negro.

Cuando recobré el conocimiento me di cuenta de que estaba en un campamento instalado por la Cruz Roja, me faltaba el brazo izquierdo y mi hermano no estaba a mi lado. Reuní fuerzas para levantarme, lo busqué por todas partes, en cada cama, en cada rostro de cualquier herido, pregunté, pero nunca lo encontré. Después de eso me hundí en la depresión, pensaba constantemente en mi hermano, éramos inseparables, antes de que llegara la violencia.

También recuerdo cómo empezó, fue una noche durante la cena, mi madre alardeaba su pasta especial y todos estábamos riendo. De repente, se oyeron disparos, explosiones, gritos, intentamos refugiarnos, pero fue inútil, más de la mitad de nuestra casa voló por los aires y lo vimos todo arder. Esa noche perdí a mis padres de una forma atroz, ojalá pudiera olvidar esa pequeña parte de mis recuerdos.

John y yo pudimos escapar, nos encontramos con un pelotón militar, nos llevaron a otro sitio fuera de la ciudad y nos informaron que era nuestro deber como ciudadanos defender el país. Aprendimos a usar las armas, a combatir en contra del enemigo y siempre nos cuidamos el uno al otro. Hasta que un día no tuvimos la misma suerte, nos atacaron con todo lo que tenían y nos separamos por un corto periodo de tiempo, el infierno se había desatado en ese sitio, mis compañeros eran masacrados delante de mí y yo luchaba como una fiera por mi vida. Pero la voz de mi hermano pidiendo ayuda me distrajo y sentí que algo me atravesaba el hombro, su mirada de agonía también quedo grabada en mi cabeza, no pude hacer nada por él.

Desde entonces siempre me pregunté si habría alguna posibilidad de que sobreviviera, de que estuviera en otro lugar a salvo, confiando en que la guerra terminaría. Pero, mi esperanza de encontrarlo se desvanecía con el pasar de los meses, y me devanaba los sesos pensando en lo irónico que resultaba, esperar por alimento para subsistir cuando no tenía a nadie por quien luchar.

Sin embargo, algo increíble ocurrió, en otra de las filas formadas por los recién llegados, entre ellos intercambio de prisioneros, había un joven delgado que llamó mi atención. Tenía el pelo rubio desaliñado, llevaba una bufanda que le cubría parte de la cara, pero había algo en él que me resultaba familiar. De hecho, olvide la comida y trate de acercarme más, note que la respiración se me corto, el chico se parecía tanto a él que no podía creerlo. ¿Era John, mi hermano?, allí de pie, a unos metros, vivo, sentí una emoción que no había experimentado en mucho tiempo. Quería correr hacia él, abrazarlo, hablarle, pero me contuve, porque no estaba seguro.

Intenté mantener cierta distancia, sin apartar la mirada del joven que no terminaba de revelar su rostro. Incluso lo noté un poco desorientado, me asustó un poco, pero no perdí la esperanza,

Entonces me acerqué con cautela, me coloqué a un costado del chico y esperé a que se diera la vuelta. Cuando lo hizo le dije, hola y me miró con indiferencia, él también dijo hola de una forma rara, además pregunto:

—¿Qué quieres?

En ese momento me sentí bastante confuso, no podía ser mi hermano, me habría reconocido al instante. Disculpe le dije y me di la vuelta para ir a mi fila, de repente el joven manifiesto:

—Su voz me resulta familiar, Bastian, ¿eres tú?, soy yo, John, tu hermano.

Quedé helado y le miré con incredulidad y luego con sorpresa. Sus ojos eran extraños, estaban blancos, pero llenos de lágrimas.

—Sí, soy yo, Bastian, llevaba meses buscándote, no sabes cuánto me alegro de verte.

Me lancé a sus brazos con fuerza, los dos lloramos y reímos a la vez, después de todo estábamos reunidos, aunque la guerra nos separó y nos quitó demasiado, mi hermano había pedido la vista y yo un brazo. Sin embargo, pudimos reencontrarnos y entre lágrimas prometimos no volver a separarnos, luchar, apoyarnos mutuamente y salir con vida de todo ese desastre.

—Ahora entiendes por qué tu tío y yo estamos tan unidos pequeño.

—Sí, abuelo. Es una historia un poco triste, pero con final feliz.

—Sí, lo es, y ya ha terminado, así que a dormir, que descanses mocoso.

—Buenas noches, abuelo.