A veces uno escribe para no estar solo. Para acompañarse con el sonido de sus dedos sobre el teclado. Para mirarse de frente, no con el reflejo en el espejo, sino con las palabras que van naciendo en la pantalla y te miran con curiosidad y orfandad al mismo tiempo, con la impronta del momento, sin saber que fueron engendradas fruto de la desesperación.

A veces uno escribe para no estar solo. Para hacerse acompañar a través de los seres que crea, de los personajes que inventa, y las historias que viven, y vivimos a través suyo, y nos comparten como si fuéramos su cómplice, su confidente.

A veces uno escribe para no estar solo. Para volver a estar con los que se fueron antes que nosotros, y los que prometieron volver, pero no lo han hecho, y no sabemos si lo harán. Para estar con los que posiblemente lleguen algún día, o los que viven en nuestros sueños.

A veces uno escribe para no estar solo, a pesar de estar en compañía. Para mitigar la soledad que no respeta multitudes, y puede pesar más mientras más gente te rodea, mientras más eres parte de algo mayor a ti mismo.

A veces uno escribe para no estar solo. Para tenerse por lo menos a uno mismo, y no pecar de omisión cuando al recuento de los días, veas que te abandonaste sin darte cuenta, y viviste escuchando voces ajenas, pero no la propia.

A veces uno escribe para no estar solo. Para creer que este pestañeo que llamamos vida, es una oportunidad real de ser más que la sombra de la que venimos, y a la que nos dirigimos de vuelta irremediablemente. Si... a veces uno escribe para no estar solo, y se permite el lujo de soñar que eso marca alguna diferencia.

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