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Comenzó con una pelea entre dos niños en un pequeño pueblo llamado Pemberton, a las afueras de Londres. El niño le había robado algo de dinero a su padre para pagar una apuesta perdida, pero en su lugar tenía la intención de huir con ese dinero, dejando a su familia atrás para siempre y a todos los demás. Pero no estaba listo para enfrentar las consecuencias de lo que había hecho, así que en lugar de hablar con sus padres sobre sus problemas, se fue después de la medianoche a pie por la carretera hacia la siguiente ciudad.

Pero su plan no funcionó tan bien como él pensaba. Había estado caminando mucho tiempo cuando escuchó un extraño sonido que venía detrás de él. Al principio trató de ignorarlo, pero luego se dio cuenta de que sonaba exactamente como alguien silbando.

El joven se dio la vuelta rápidamente y vio una extraña criatura parada allí frente a él. ¿Un lobo? No, en realidad no, se parecía más a un perro gigante, o tal vez a un oso. Sea lo que fuere, era enorme. Y definitivamente lo estaba siguiendo. El niño se detuvo de repente y retrocedió, tratando de alejarse de esta cosa que parecía estar acechándolo. Corrió más rápido que nunca, pero aún así la bestia lo siguió de cerca. Cuando llegó a un gran roble y se subió a su tronco, el monstruo se acercó aún más.

Ahora el niño sabía que no podía escapar, así que hizo algo que nunca pensó que haría.

Dejó caer la bolsa de dinero y cayó hacia atrás sobre el costado del árbol. Luego gritó a todo pulmón.

Tan pronto como golpeó el suelo, se dio cuenta de que todos sus peores temores eran ciertos. La criatura lo estaba persiguiendo, y ahora había caído justo en medio del bosque donde no había nadie más para escuchar sus gritos. Cuando miró hacia atrás, vio que la bestia lo había alcanzado. Sus mandíbulas se abrieron de par en par, y se lanzó hacia adelante, gruñendo.

Y entonces algo sucedió. Tomó la billetera con el dinero que robó y se fue sin atacar al niño. La bestia no lo lastimó ni nada, pero sin duda lo asustó.

El niño se arrastró tan rápido como pudo, pero no tenía a dónde ir. No había nada a su alrededor más que árboles y oscuridad. Solo había corrido por un corto tiempo, pero estaba completamente perdido. Nunca se había sentido tan solo.

El niño finalmente llegó a descansar bajo otro gran roble. Las ramas sobre él bloquearon la mayor parte de la luz de la luna, haciendo que pareciera como si estuviera sentado dentro de una cueva. Apoyó la cabeza contra la corteza áspera, cerró los ojos y, sin darse cuenta, se durmió.

Después de un rato, volvió a abrir los ojos y miró de frente. Todo lo que podía ver era negrura. Pero sabía que no estaba solo. Podía sentir a alguien mirándolo. Y no le gustó. Por un momento, consideró huir, pero no sabía cómo regresar a casa. Además, estaba demasiado agotado para moverse. Así que decidió quedarse quieto y esperar a que la persona o ser lo dejara en paz.

Pero la sensación de ser observado continuó fortaleciéndose. Ahora parecía que realmente podía ver a alguien parado directamente frente a él. Era una mujer, vestida con túnicas negras. Tenía el pelo oscuro y era hermosa. El niño quería hablar con ella, pero tenía miedo de hacer movimientos repentinos. Entonces la mujer levantó la mano y le hizo señas para que se acercara.

— ¿Qué eres? preguntó. — ¿Eres una bruja? ¿Vives aquí?

Ella sonrió y negó con la cabeza. — No soy una bruja, dijo. — Pero puedo ayudarte.

— ¿Cómo?

La mujer se rió suavemente. — No necesitas preocuparte por eso ahora. Estás a salvo y eventualmente resolverás las cosas. Todo lo que te sucedió esta noche fue solo una advertencia. Sabes lo que hiciste mal, no debes seguir ese camino, no te llevará a ningún lugar bueno. Asegúrate de que esta advertencia no se desperdicie.

El niño asintió.

— Bien, dijo la mujer. — Ahora vete a casa y duerme. Luego la mujer procedió a explicarle como regresar.

Con eso, se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad.

El niño comenzó apresuradamente a caminar de regreso a Pemberton. Mientras caminaba, seguía mirando hacia atrás por encima del hombro, esperando ver a la bestia que lo seguía. Pero no estaba por ningún lado.

Una vez que regresó al pueblo, corrió a su casa y llamó a la puerta. Su madre respondió y lo dejó entrar. Él le explicó lo que había sucedido, pero no mencionó nada sobre la mujer esa noche. No quería asustarla y, además, no estaba seguro de cuánto debía decirle. Su madre escuchó atentamente y luego le dijo que se acostara en la cama. Después de unos minutos, se durmió.

Para su sorpresa, al día siguiente el dinero que robó estaba dentro de la billetera de su padre como si nunca lo hubiera robado en primer lugar. Con respecto a su apuesta perdida, tuvo que encontrar un trabajo para pagarla y evitar que se le fuera de las manos cualquier problema.

Desde esa experiencia, entendió que hay seres mágicos que pueden ser conscientes de todo lo que haces, y si haces algo mal, podrían decidir simplemente darte una advertencia y evitar que tu alma comience una espiral de podredumbre. A pesar de que su experiencia cuando era joven fue aterradora en ese momento, finalmente se sintió agradecido de que sucediera.

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