Una de las ruedas del carrito del supermercado giraba como una loca, traqueteando y arrastrando el carrito metálico por el laberinto de pasillos de la tienda en rumbo de colisión con la siguiente lineal en oferta. Me veía obligado a tomar el control del manillar para no chocar contra los llamativos carteles y los pasillos coronados por pirámides de latas y cajas de cereales.

Parte de mi rutina, pasado el ecuador del mes, consistía en esquivar todo ese tipo de tentaciones en forma de promociones y ofertas. Justo esas a las que me empujaba un carrito caprichoso o, casi con toda seguridad, mi inconsciente en cada visita al hipermercado. Permanecer fiel únicamente a las prioridades de una lista previamente fijada en casa era mi objetivo.

Después de que la planificación de mi economía doméstica fuera uno de los pilares fundamentales de mi nueva vida como adulto. Perderme revisando cada ticket y factura en busca de alguno de esos gastos superfluos que podrían recortarse sin limitar mi calidad de vida. Era ahora mi nueva afición. Intentando controlar mis gastos y de paso pagar todas las facturas a tiempo.

Todas estas buenas intenciones no debían influir al final en mi cesta de la compra ni en ninguno de mis otros gastos fijos. Sin embargo, en esta lucha por equilibrar mi presupuesto, curiosamente, lo primero a lo que había decidido renunciar antes que a los caprichos eran todas aquellas cosas que lógicamente tendrían que estar etiquetadas como necesidades. Pero había sido más fácil renunciar a todas ellas y apretarme un poco más el cinturón, que renunciar a cualquiera de esos placeres culpables.

One of the wheels of the grocery cart was spinning like crazy, rattling and dragging the metal cart through the maze of aisles of the store on a collision course with the next shelf on sale. I was forced to take control of the handlebars to avoid crashing into the gaudy signs and aisles topped with pyramids of cans and cereal boxes.

Part of my routine, past the halfway point of the month, was to dodge all those kinds of temptations in the form of promotions and deals. Just those that a capricious shopping cart or, almost certainly, my unconscious would push me towards on every visit to the hypermarket. Staying true only to the priorities on a list previously set at home was my goal.

After planning my home economics was one of the cornerstones of my new life as an adult. Losing myself going through every ticket and bill in search of one of those superfluous expenses that could be cut without limiting my quality of life. It was now my new hobby. Trying to control my spending and incidentally pay all the bills on time.

All these good intentions were not to influence my shopping cart or any of my other fixed expenses in the end. However, in this struggle to balance my budget, oddly enough, the first thing I had decided to give up before the whims were all those things that would logically have to be labeled as necessities. But it had been easier to give them all up and tighten my belt a little more than to give up any of those guilty pleasures.