Lágrimas de sangre azul (capítulo 4):

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La seguí de cerca. Mis manos temblaban un poco a causa de la ansiedad y los nervios. Era tiempo de poner al descubierto mi secreto. No podía más con el peso de cargarlo. Al menos ella era lo suficientemente buena como para no mencionárselo a nadie. Confiaba en que así sería. Dio varios rodeos en el sendero rodeado por árboles y en uno de ellos la perdí de vista. Estábamos cerca de la verja. ¿Dónde se habría metido? Me detuve a fijarme detrás de unos árboles.

—¿Me sigues, Alejandro? —dijo su voz, detrás mío.

Di un respingo del susto, no tenía idea de que ella hubiese advertido mi presencia.

—No, no… Yo… —tartamudeé como idiota. ¡¿Por qué me tenía que poner colorado?! ¡Por qué!

—Te he visto —afirmó, con el ceño fruncido. Parecía molesta.

—Quería hablarte —le dije. ¿Para qué iba a seguirle mintiendo? Ya me había tragado el orgullo por ella.

Pareció muy sorprendida, a lo mejor esperaba otra respuesta.

—¿Ah, sí? ¿Y de qué? —preguntó con cautela.

—Ammmmm…. Yo… —no sabía cómo continuar. No pude seguir mirándola a los ojos y confieso que me puse muy nervioso.

—¿Qué es lo que quieres, Alejandro? Si pretendes fastidiarme te aclaro que voy y le digo a la profesora Miranda. Así que ten cuidado con lo que vayas a decir y…

—Me gustas —la interrumpí o mejor dicho, se me escapó.

Hubo un breve silencio.

—¿Qué? —preguntó, con los ojos como platos. Luego cambió su expresión y pude ver que estaba confundida—. Creo que no te oí bien.

—Que me gustas —volví a repetir, pero ya con más firmeza. Había olvidado por completo lo que planeé decirle. Me maldije a mí mismo… parecía la confesión de un niño.

— ¡Oh! —exclamó y un rubor apareció en sus mejillas.

El incómodo silencio se extendió entre nosotros y comencé a tener miedo… No hablaba, sólo se limitaba a mirarme. ¿Qué estaría pensando? Temblaba entero y me obligué a mí mismo a pronunciar las palabras que había imaginado decirle durante mucho tiempo.

—Siempre me has gustado, desde que llegué aquí como estudiante interno… Eres la mujer más inteligente y valiente que he conocido… Te admiro. Y… y te quiero… y ya no puedo seguir ocultándolo —dije entrecortadamente.

No me estaba saliendo muy bien… No era ni la sombra de lo que había imaginado decir, no obstante los nervios me estaban jugando una mala pasada. Ella me miraba de manera extraña.

—¿Esto es una especie de juego? —me interrumpió, furiosa. La miré estupefacto—. ¿Te estás burlando de mí?

Movió la cabeza con fuerza y su oscuro cabello ondulado cayó sobre sus ojos negros. Desde mi altura solía parecer muy pequeña, sin embargo esta vez sentí que crecía tres metros.

—¡Por supuesto que no! —dije perplejo.

—¿Crees que soy idiota? ¿Qué me voy a tragar tus mentiras?—decía ella muy molesta, mientras me señalaba con su dedo acusador—. ¿Pretendes burlarte de mí para después ir a decirles todo a tus estúpidos amiguitos? ¿O acaso ellos están aquí? —Hablaba furiosa, fuera de sí. Luego agregó mirando hacia los árboles—. ¿Dónde están? ¡Salgan idiotas!

—Estoy solo y no me estoy burlando —afirmé, sin poder creer que pensara aquello. ¿Tan mala opinión tenía de mí?... Aunque no es raro, siendo amiga de Martín Ponce, seguro que el imbécil le hablaría mal de mí todo el tiempo—. Me gustas mucho y… te amo.

—¡Eres un idiota… eres…! —decía furiosa, no me creía.

Entonces perdí el control, totalmente. ¡No me creía y tenía que hacérselo entender! La tomé de un brazo para atraerla hacia mí y la besé en los labios. Mientras acariciaba su cabello con la otra mano. Fueron unos eternos segundos de gloria, jamás me olvidaré de aquel beso.

Al abrir los ojos vi que me miraba perpleja, pero como no me había empujado creí, ¡pobre de mí!, que me aceptaba… Hasta que la solté. Estaba roja como un tomate y supongo que yo también, pero sus ojos me miraban con odio. Quedé sorprendido y helado.

—¿Por qué hiciste eso?... ¡Eres repugnante! —gritó, mientras se apartaba lejos.

Al escucharla sentí que el mundo se venía abajo… No logré decir nada. Aquellas palabras me dolieron en el alma. Luché contra las lágrimas, todas mis esperanzas se fueron al infierno.

—Yo lo siento. Pensé… —balbuceé avergonzado, tratando de justificarme, no obstante ella me interrumpió.

—¡¿Pensaste qué?!

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No pude hablar, las palabras se negaban a salir de mi garganta. Estaba claro y ella lo supo: pensé que me aceptaría…

—¡Ves, ese es tu problema! ¿Por qué pensaste que me gustaría un cobarde como tú? ¡El hijo de un asqueroso corrupto! —me gritó en la cara sin compasión.

La vergüenza y la injusticia me hicieron reaccionar.

—Yo, no… ¡No soy un cobarde! —sólo atiné a decir, apretando los puños de dolor y furia.

—¡Me repugnas tanto como tu estúpida familia elitista! ¡No imagines que no sé lo que pasó con tu padre en el Ministerio! ¡Debería darte vergüenza! Y… ¡Oh! A lo mejor no te enteraste de la última noticia. ¡Intentaron matar al padre de Martín en un supuesto accidente esta mañana! Está muy mal en el hospital… He estado todo el tiempo tratando de convencer a Martín para que no fuera, es muy peligroso, pero ha sido en vano… Perdón, ¿de qué estoy hablando?... ¡Es obvio que lo sabes! Seguramente fue tu padre el que lo planeó todo —expuso furiosa, fuera de sí—. Y aun así te atreves a burlarte de mí… ¡Eres un asco!

Me sorprendió aquella información, no tenía idea. Explicaba toda su actitud de ese día.

—¡No sabía nada de eso! En primer lugar mi padre no me comunica sus asuntos privados. No sabía de sus intenciones, ni lo que planeaba hacer. Nunca me imaginé lo que iba a pasar... ¡Y ni pienses que estoy orgulloso y menos que soy como él! Mi familia… Es complicado —le dije con la urgencia de explicarme.

Ella hizo un ruidito de incredulidad.

—¡Es cierto! Y nada sabía de ese accidente, pero te aseguro que mi padre nada tiene que ver. —Lo decía sólo por decirlo, la verdad era que no tenía idea y mi instinto más bien me inclinaba a creer en sus palabras.

¿Toda la vida tendría que cargar con los pecados de mi padre? Yo no era así… ¡No lo era!

—Eres un mentiroso… ¡Y aléjate de mí! ¡No quiero saber nada de tus asuntos!—me gritó, mientras salía corriendo, furiosa.

No me creía y jamás me creería, lo supe en ese instante. El dolor me invadió por completo.

—¡Espera, Abi! ¡Por favor, espera! —le grité, mientras la seguía, sin embargo ella no se dio vuelta y poco después me detuve. ¡Las malditas lágrimas no me dejaban ver!

La dejé ir. Creo que fue lo mejor que pude hacer en ese momento. Tenía vergüenza de admitir que el desprecio que ella sentía por mi familia y sus actividades era igual al mío. Sin embargo, no podía negar de dónde venía. La cuna en donde había nacido estaba revestida de oro, material que, sin embargo, no podía ocultar la baja calidad con que estaba hecha.

Cuando pude calmarme, entré al ala de los dormitorios y me dirigí a mi habitación. Ya sin lágrimas. Estaba devastado y no tenía ganas de encontrarme con nadie. Temía encontrarme con alguien. Ella no me quería, me despreciaba y hasta le parecía repugnante, era un hecho. No podía seguir negándomelo a mí mismo. Todas las ilusiones que había tenido durante años quedaron reducidas a cenizas.

¿Y ahora qué iba a hacer? No podía continuar viviendo sin ella y menos sabiendo lo que pensaba de mí. Jamás olvidaría su expresión y menos sus palabras. ¡¿Por qué la vida es tan injusta?! Yo la amaba y habría dado todo por ella. ¿Por qué fue tan cruel? ¿Acaso me odia? Sí… era obvio que así era.

Las vacaciones de verano llegaron con la mañana siguiente y esa misma noche ya dormía en mi casa. En mi propia habitación que se sentía tan fría y vacía. Todo me parecía triste… Mi futuro se cubría de un espeso humo negro y no podía ver más allá del presente. Pensaba en ella y en sus palabras todo el tiempo… ¿Tanto la amaba como para arrancarla de mi corazón y dejarla ir? Su felicidad me parecía en ese momento más importante que mi patética vida. No obstante, ¿podría hacerlo? La respuesta estaba por presentarse unos días después.

El señor Torres, como sospechaba, requería “mis servicios”. Me propuso pertenecer a su círculo íntimo. Era un honor mayúsculo, era lo más halagador que podrían ofrecerme, dijeron. Todos estaban asombrados y eufóricos con aquella distinción tan excepcional debido a mi edad, excepto mi madre. A ella no le gustaba nada que su único hijo siguiera los pasos de su padre. ¡Y cómo juzgarla! Sólo había que mirar a dónde lo había llevado a mi padre aquel hombre. Un cobarde que lo único que sabía hacer era sacrificar la vida de los demás para sus propios propósitos. Todo por poder…

La propuesta en sí no era desagradable, sólo tenía que asistir a aburridas reuniones una vez al mes. Tendría una buena compensación monetaria y los negocios de la familia aumentarían bastante. Cuando me recibiera en Ciencias Políticas, debía comprometerme a seguir los pasos de mi padre. Eso fue lo único que me pidieron a cambio… El único sacrificio, sin embargo, era el de ocupar el lugar de mi padre, a él no volverían a aceptarlo. No sé qué pensaría del asunto… poco hablé con él. Sólo asintió y me dijo que no teníamos otra opción que aceptar. Su carrera ya estaba perdida. Muerta... Recuerdos sus ojos grises ausentes…

Quizá no quería que siguiera sus pasos, in embargo sabía, tan bien como mi madre, que debía aceptar. No había opción. Por eso mismo comencé a hacerme a la idea de lo que sería mi vida en adelante… No la tendría a ella, no obstante al menos ya no me consideraría un cobarde. Sería reconfortante demostrarle a Abi y a todos sus estúpidos amigos que valía algo. Que no vivía a la sombra de mi padre, que podía hacer algo importante en la vida. ¡Que no soy despreciable ni repugnante! Lo que esa tarde me dijo había ido envenenando mi alma lentamente. Nunca me había sentido tan insignificante.

Perteneciendo a aquel selecto grupo ya no había esperanzas de que ella me aceptara algún día… No importaba, porque no creía realmente que ese día llegara alguna vez. Tenía muy incorporado el recuerdo de su rechazo en mi mente. Aquello me daba el consuelo que necesitaba para olvidarme de Abi de una vez por todas. ¿Cómo se me había ocurrido que mi vida podría ser diferente si estaba a mi lado? ¿Cómo se me había ocurrido que podría ser feliz? El sacrificio habría sido enorme y sólo dolor habría traído para ambos. Mejor sería de esta forma. No existía en mi destino felicidad posible… Así que decidí arrancar lo que sentía por ella de mi alma y unirme al grupo del señor Torres, sentenciándome solo al mismísimo infierno.

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Créditos: El banner es mi propio diseño, utilicé Canva para crearlo. Las fotos las saqué de pexels.com, cada una tiene debajo la fuente.



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