Sandbox

-¿Qué año?

La pregunta del encargado alteró un poco más las cavilaciones de Tomas. Hacía solo unos minutos que había entrado al juego, pero la verdad era que aquello no se sentía como un juego de video o sandbox como le había dicho su…

-Oiga, ¿va a viajar sí o no?-. El hombre estaba visiblemente molesto. Algunas voces impacientes se dejaron oír detrás de Tomas. Pero este seguía confuso ¿Cómo podía elegir un año si sólo pensaba tomar un tren? Abrió la boca para hacerle la observación al encargado pero en ese momento una voz se coló muy cerca de su oído.

-Puedes ir a 1986. Si eliges la estación “15 de Julio” llegaras en pleno apogeo de la celebración de las Luciérnagas, algo que nadie debería a perderse.
-1986- dijo al encargado quien sin dejar su mal humor firmo un ticket y se lo entregó. Pagó con las extrañas monedas que habían aparecido en su traje desde que entrara en el juego, realmente deseaba que fuesen las que se usaban en aquel lugar. El hombre sólo tomó un token de los tres que le tendió. La compra del boleto estaba hecha.
Antes de dejar la casilla se giró para ver a la persona que le había dado la recomendación y se encontró con una chica más o menos de su edad quien le dirigió una sonrisa antes de volver la mirada para intercambiar unas palabras con otra joven de la fila. Pensó en darle las gracias, pero en vez de eso se volvió y se encaminó hacia la estación aún impresionado por todo aquello. Trató de sentirse en la confortable cámara en la que le habían introducido para interactuar en el juego, pero en realidad no se sentía en ningún otro lugar, estaba allí en carne y hueso. Aquello sí que podía llamarse innovación en juegos de video. Ni siquiera la película “Identidad Sustituta”, donde Bruce Wilys y toda la gente actúan en la vida real controlando a un robot podía comparársele. En principio no había hecho caso a la sugerencia de Juan, un acérrimo fanático de los juegos de video, de probar el juego. Pero sin dudas había valido la pena.

Poco después se encontró en los andenes de los trenes. En un muelle colgaba un letrero en el que podía leerse “Destino Pimanón 1980, 1985, 1986, 1987, 1989”, en el andén siguiente otro cartel rezaba “Destino Silencia 1992, 1994, 1995, 1998, 1999”, mas allá otro letrero rezaba algo parecido. Extrañado con todo aquello, Tomas, tomó el billete que le entregara el malhumorado vendedor y buscó el nombre de la ciudad que había escogido. Por supuesto, que con la atención abarrotada por el mundo que tenía ante sí no había tenido tiempo de memorizar el nombre, lo había visto en la lista de destinos que colgaba en la casilla del expendedor de billetes.

Habría podido prescindir de los trenes y optar por recorrer la ciudad, el oscuro recoveco donde había aparecido le había facilitado varias opciones, como el enorme canal por donde algunas embarcaciones navegaban las tranquilas aguas, pero el silbato de una locomotora había llamado su atención. Otro asunto destacable era que la ciudad bullía de gente, aunque en realidad se trataba de jugadores. Según Juan, el juego se había hecho muy popular. Aunque le extrañó no ver el nickname de dichos jugadores sobre los personajes.

“Ormendia” leyó en el boleto. Levantó la mirada para examinar los carteles que no había visto pero…
-No la verás aquí, se encuentra en la sección “C” – dijo la voz de antes a sus espaldas. Se volvió para encontrarse con la joven que en ese momento caminaba cerca él acompañada de la otra chica.
-También vamos a Ormendia, si gustas puedes venir con nosotras.
Tomas, sin pensarlo un segundo fue en post de las jóvenes. Un guía en un lugar desconocido era una ayuda muy bienvenida. Mientras caminaban, no podía dejar de asombrarse con lo que veía, el increíble acabado de las edificaciones, el diseño vanguardista de la estación, el natural movimiento de la gente… sin duda, los programadores del juego habían hecho un impecable trabajo en los gráficos.
-¿Cuál es tu nombre?
Casi se sobresaltó al oír la pregunta.
-Soy Tomas- contestó observando por primera vez el semblante de la muchacha. Se trataba de una mujer de tés clara, ojos de un vívido color azul y cabello negro peinado en dos trenzas. Definitivamente los programadores no habían descuidado el más mínimo detalle ¿Quién podría imaginarse que aquella atractiva chica no era más que el avatar de un jugador?
-Bien, yo soy Amira y mi amiga es Sara.
-Encantado de conocerles, Amira y Sara.
-¿No eres de por aquí, o sí? Inquirió Sara. Esta era una joven de piel clara al igual que su amiga y cabellos rubios, una auténtica monada, según pudo comprobar Tomas, pero no tanto como su compañera.
-Soy de Marlin, en California- contestó Tomas un poco extrañado con la pregunta. Se suponía que nadie era de allí puesto que se trataba de un juego. A menos que…
-¿California?- Inquirió Amira cruzando una mirada de extrañeza con Sara –No habíamos oído de ese lugar. Nosotras somos de aquí, hemos nacido y vivido siempre en Ávalon.
Tomas meditó las palabras de las chicas, no recordaba que su amigo hubiese mencionado ese nombre, tal vez lo había olvidado o no lo creyó importante. Pero si ellas pertenecían a aquel lugar era porque eran bots, personajes propios del juego y con los que podían interactuar los jugadores. Sintió curiosidad por ver hasta donde llegaba su inteligencia artificial.
-Ahí está nuestro expreso- observó Sara indicando el tren que aguardaba en uno de los andenes. Tomas vio el cartel que rezaba “Destino Ormendia 1982, 1984, 1986, 1987, 1989” y se encaminó hacia el área de abordaje acompañado de las jóvenes. Otro muchacho se les unió antes de subir a los vagones.
-¡Steve! Ya temía que no llegaras – exclamó Sara, visiblemente agradada con la nueva compañía. Unos minutos después estaban en sus asientos, Tomas compartió el espacio con Amira, algo que le agradó mucho, aún tratándose de que su compañera no fuese más que un bot. Sara y su acompañante se ubicaron un tanto alejados de ellos. En los minutos siguientes Amira le explicó muchas cosas sobre la ciudad y sobre los años en el itinerario de los trenes, así pudo saber que eran una suerte de máquinas del tiempo y que a donde se fuese en Ávalon se debía tener claro, además del destino, el tiempo en que se deseaba hacer la visita, pero la atención de Tomas había comenzado a desprenderse de lo que le rodeaba para centrarse en la linda fémina. Casi no se inmuto en el paso del expreso entre lugares de increíble claridad y leves trayectos en penumbra que representaban el paso entre año y año. Sólo poco después se percató de que el tren se detenía en una estación.
-Hemos llegado – anunció Amira. Tomas pudo comprobarlo en la pantalla que colgaba del techo del vagón. Unos segundos después se apeaban del tren acompañados de Sara, su amigo y otra cantidad de personas, o jugadores, en realidad ya Tomas no lo tenía muy claro.
En efecto, la celebración de las Luciérnagas fue el evento más impresionante y divertido que hubiese visto, aunque quizás ello se debiese a que toda la velada la compartió con Amira, le encantaba ver como la muchacha se desternillaba de la risa con las bromas que a él se le ocurrían y como ella se apasionaba contándole cosas de su vida y de la ciudad. En pocas horas se había sentido atraído por la joven, una chica del tiempo podría decirse ¿Se estaría prendando de un... de un bot? Y aquella bebida tan deliciosa que podía adquirirse en los quioscos de la feria ¿era sólo parte del juego?, aunque Amira le advirtió que no debía abusar de ella y esa fue su perdición cuando sentado en un banco en la parte más tranquila de la feria y sintiendo a su lado el cálido cuerpo de la joven le fue imposible evitar quedarse dormido.

Despertó en la cabina de control del juego, totalmente desorientado y buscando a Amira. Pero todo se había ido. Cuando contó la historia a su amigo, este le miró con la mayor cara de sorpresa que alguien podía poner.
-¿De qué estás hablando?
-Pues de Ávalon, los viajes en el tiempo, de Amira…
Tomas no pudo seguir, su amigo no comprendía nada de lo que decía.
-No hay ningún Ávalon en el juego, ni viajes en el tiempo, ni chicas hermosas, es un sandbok, solo puedes interactuar con otros jugadores a través de su avatar.
-Te estoy diciendo la verdad.
Nada de eso convenció a su amigo ni a ninguno de los que escuchó su historia. Pero desde entonces, Tomas se volvió un asiduo jugador del sandbox y siempre utilizaba la misma cabina de control, cada vez que se introducía en ella deseaba quedarse dormido (si había sido esa la forma en la que llegó a Ávalon) deseando encontrarse en medio de la ciudad, ante la casilla del huraño dependiente, en la estación de trenes y buscar donde fuese a Amira, su bella amada del tiempo.