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☀️ El Vuelo de La salvación

Cuenta una antigua leyenda de que existió hace muchísimos años, que ni el mismo tiempo los puede contar, una tierra tan legendaria como la gente que allí vivió. Se trataba de las lejanas tierras de Agaronte, un místico lugar donde, se dice, nació la humanidad.

Agaronte era una región de inmensas montañas que se perdía en lo alto del cielo en su parte más septentrional, donde inmensos acantilados marcaban el fin de las tierras habitables. Estas tierras estaban habitadas por los dorcos del sur, una raza de seres con más características de bestias que de hombres. Eran notables por su fiereza y brutalidad, lo que causó interminables y trágicos enfrentamientos con los dorintas, quienes ocupaban las zonas más altas de Agaronte, motivado, principalmente, a los constantes enfrentamientos con los dorcos.

Según muy antiguos relatos, los dorcos habían iniciado una feroz cacería en contra de los dorintas, obligándolos a refugiarse en las alturas de las montañas, muy cercanos a los inmensos acantilados. Esta zona, en tiempos de verano, cuando las temperaturas eran más frescas, se convertía en el lugar de apareamiento y nacimiento de las nuevas crías de los marduces, aves muy grandes, de mucho plumaje y parecidas al actual Cóndor de los Andes.

Los dorcos se habían planteado la tarea de exterminar a los dorintas, motivado principalmente a la bestialidad en la que vivían y a que, de esta manera, podrían asegurar mucho más alimento para su raza. Los dorintas se refugiaron en las alturas de los acantilados y solo era cuestión de tiempo para que los dorcos les arremetieran y acabaran con ellos. Solo había una forma de escapar: saltar al inmenso mar, que se extendía más abajo, al final de los acantilados.

Elaski, un joven dorinta a quien le gustaba idear nuevas e ingeniosas maneras de hacer más fácil la vida de su pueblo, había propuesto escapar tal como lo hacían los marduces, volando.

—¡Es una locura! —le había dicho Mathiano, jefe máximo de los dorintas, cuando Eliaski le presentó su plan. Este consistía en construir, con vigas de bambú, un rudimentario armatoste, el cual sería cubierto con innumerables plumas provenientes de los marduces. Luego, cada habitante se lanzaría dentro de uno de estos artilugios construidos especialmente para él, el cual, con una forma muy similar a la de dos grandes alas de marduz, lo llevaría por los aires a la tierra a la que volaban estas aves cuando el invierno se acercaba.

El problema era que, desde las alturas, el lugar a donde supuestamente volaban estas aves no era visible a causa de las perennes nubes que cubrían la ruta que estas tomaban y, por mar, nadie jamás se había atrevido siquiera adentrarse en él. En esa época, las aguas de los océanos eran evitadas por todos los seres que habitaban Agaronte.