Aurora, muy triste, sucumbía de nuevo ante el dolor después de su última perdida. Las mujeres de la aldea trataban de confortarla, pero bien sabían que, si ella no lograba concebir, entonces Romario la dejaría. Romario era un hombre fiel, taimado y poco expresivo, sin embargo, era de conocimiento público su deseo de engendrar un varón que lo ayudara en los menesteres del campo.

Aurora, por su parte, era una muchacha muy sensible cuya matriz no soportaba el fruto de su amor. Se había ido de su casa aun sin el consentimiento de sus padres, lo había abandonado todo para huir con un hombre con el que esperaba tener una gran familia. Ahora vivía frustrada, deprimida y paranoica, mientras Camila, una mujer del pasado de su marido, había vuelto decidida a recuperarlo. Desesperada y creyéndose castigada por los dioses, buscaba respuestas a donde fuera.

Una tarde, mientras molía café, unos vendedores nómadas pasaron frente a su casa. Aquellos hombres gritaban y alardeaban un poder que a Aurora le sorprendió poseyeran; con ellos llevaban una mujer vestida con telas caras y rodeada de joyas a la que ellos decían concedía los deseos más íntimos del corazón. Al instante, Aurora se sintió fascinada, aquello no podía ser más que una señal del cielo. Astuta comenzó a rogarles a aquellos extraños que la dejaran consultarse con aquella mujer, pero ellos procuraron hablar con el hombre de la casa y no con una simple damisela.

Aquel hecho enfureció a Aurora, quien tiro mucho del café que había molido en los pies de aquellos desconocidos. La mujer a la que llevaban encadenada comenzó a tocar el café de manera extraña, mientras los hombres hablaban entre ellos. Entonces, el mayor de los vendedores propuso «dejemos que esta mujer hable con Altagracia. Pediremos café a cambio de su consulta y luego partiremos», todos estuvieron de acuerdo en esto y llevaron a la mujer a las cercanías del molino.

Aurora exigió que la dejaran solas, pero los hombres estaban reacios a que aquello sucediera. Al final terminaron por acceder, entonces Aurora se quedó a solas con Altagracia, quien no había hablado durante todo aquel lapso y ni siquiera levantaba su cabeza. «Altagracia, ¿ese es tu nombre?, me acabo de casar. Hemos buscado la manera de engendrar muchos hijos, pero mi vientre se niega a retenerlos. He sufrido mucho y mi marido es joven», pasaron largos segundos y Altagracia no emitía ningún tipo de sonido, cansada Aurora decidió deponer sus aspiraciones.

«Altagracia es mi nombre y al igual que tú, soy víctima de la opresión. Tú de la opresión de la naturaleza y yo de la del hombre», Aurora se quedó perpleja ante aquella respuesta, pero dispuesta a pagar el precio que fuera necesario, prosiguió con convicción «dime, ¿qué puedo hacer por ti? Si me ayudas a concebir, podría hacer lo que me sea posible» Altagracia la miró por largo rato, aquello incomodó mucho a Aurora.

«Está bien, solo una cosa te pido: esta noche de luna llena invocarás tres veces mi nombre con la vista en alto», Aurora la miraba expectante, esperando un ingrediente estrafalario como un grano de sal del Himalaya o un diente de león silvestre. En este punto había perdido la fe, no creía en Altagracia, pero decidió darle el beneficio de la duda. «Cuando invoques mi nombre, me apareceré y te concederé todos los deseos que anhele tu corazón, pero al finalizar nuestra sesión me preguntaras, ¿y tú que quieres para ti Altagracia?»

Y aquello fue todo, Aurora despidió a los hombres con la mujer sintiéndose estafada y dando gran cantidad de café a los desconocidos. La noche llegó y una imponente luna llena se cernía en el cielo, Aurora tenía mucho miedo, pero aun así pensó que no tenía nada que perder. Fue así como salió al campo sin compañía y viendo directamente a la luna llena exclamó «Altagracia, Altagracia, Altagracia», cuando terminó de decir a aquellas palabras una mujer con finas ropas y de apariencia angelical se le apareció.

Ofuscada quiso correr, pero la mujer la alentó diciendo «heme aquí Aurora. Dime, ¿qué puedo hacer por ti?» maravillada y con la mente nublada, quiso hablar, pero de su boca no salía palabra alguna. Cuando al fin pudo recobrar la serenidad espetó «lo que más anhelo en el mundo es ser madre, eso quiero Altagracia».

«Así lo pides, así se hará. En nueve meses darás a luz a un niño, ungido nacerá y a las labores del campo se dedicará. Hombre astuto y fiel a ti será», pero la duda invadió a Aurora, quien también profirió lo siguiente: «no quiero uno sino muchos hijos, ¿cómo saber si cumplirás mis deseos, tu esperanza cautiva?», Altagracia se mofó de aquel comentario haciendo un ademán de cansancio «estás en frente de un fantasma, ¿qué otra garantía pides? Tus deseos son órdenes, muchos hijos te nacerán y madre de grandes familias serás»

«¿y tú que quieres para ti Altagracia?» Altagracia sonrió cabizbaja y respondió «quiero mi libertad» Aurora asintió conmovida y contestó «eres libre Altagracia» y ambas despertaron de su letargo de inmediato. Aurora en medio del campo y Altagracia en medio de la noche, libre y escapando bajo la luz de la luna. A la mañana siguiente, los hombres se despertaron con gran revuelo con las cadenas rotas y las vestiduras esparcidas. Nada podían hacer. No hay poder en este mundo que pueda desvanecer la fuerza de dos mujeres unidas contra la opresión.

Nueve meses después Romario cargaba al hijo que tanto les había costado tener. Aurora, feliz por su nacimiento, quiso recordar, agradeciendo en silencio a aquella muchacha hermosa que cumplió el deseo más grande de su corazón: lograr convertirse en madre.

FIN