Octavio salió enfurecido, corriendo hacia el patio. Su mamá lo miraba mientras este pequeño tormento se perdía entre la maleza y el follaje. Eran aquellos los años de la gran depresión, tanto Octavio como sus papás, habían perdido casi todo en la ciudad: sus casas, su posición y hasta los amigos que tuvo algún día. Se habían mudado a Charlotte, un pueblo de 250 personas en donde todos o eran familia o se conocían.

Aquel hecho había sopesado en el ánimo de la familia. Sin embargo, tanto Emma como Ernesto decidieron que lo mejor era volver a sus raíces agrícolas y tratar de amasar fortuna para recuperar el estatus que habían perdido. Una pequeña casa les esperaba, la habían adquirido con lo poco que les quedaba y aun con la mala actitud de Octavio, decidieron afrontar los desafíos que les esperaban por delante.

Al verse solo, Octavio pensó en devolverse a su casa, pero decidió seguir, aunque no atisbaba la casa del vecino más cercano. Cansado se tumbó en la maleza y mirando al cielo creyó haber escuchado un quejido «Ay», un poco asustado se quedó quieto mientras buscaba el origen de aquel sonido. Cuando escuchó el segundo quejido, salto tan fuerte que imaginó podía tocar las nubes, pero una voz proveniente del suelo le sacó de su letargo «¡Hala! Qué pesado eres» Octavio miró en dirección al suelo y vio un pedazo de madera con ojos dulces y sonrisa de termita.

«¿Tú quién eres?», preguntó asustado, «levántame del suelo y ponme de manera que pueda mirar esa cara de quejica, un ojo aquí, un ojo allá» respondió el pedazo de madera. Octavio evaluó la situación y casi sale corriendo «genial mi primer día en el pueblo fantasma y la cordura me ha abandonado» pensó para sí mismo, mientras su nuevo amigo en la maleza esperaba a que lo recogiese. «¿Ves que no era tan difícil? Mi nombre es Rodolfo, no te había visto por estos lares, debes ser uno de esos corazones citadinos que han venido en busca de paz a estas tierras prohibidas» manifestó de pronto la madera, mientras un aterrado Octavio le colocaba a la altura de su cara.

«Así es y ha sido una experiencia horrible venir a este pueblo, desearía nunca habernos mudado para acá. Pero, ¿me he vuelto loco? No hay manera que de repente me encuentre hablando con un pedazo de manera desprolijo y sonriente» Octavio estaba expectante, pero Rodolfo se parecía estar interesado en la fisionomía de Octavio. «Vaya que eras rico antes, pero te diré una cosa: en la ciudad no te encontrarías a un amigo como yo. Tampoco descubrirás lo feliz que es la brisa del atardecer, los vecinos bondadosos y los juegos en el bosque».

«Dudo mucho que tus papás hayan querido perderlo todo, creo que los cambios son muy difíciles, para todos» prosiguió mientras a Octavio se le salía una lágrima furtiva. «Yo no quería venir» murmuró «antes, cuando veníamos en vacaciones, me divertía muchísimo con mis primos de Charlotte, pero ahora solo puedo estar enfadado». El niño se sentó a llorar en la maleza, mientras Rodolfo le consolaba y trataba de dirigir las lágrimas a un lugar lejos de su cara.

«Yo también sufrí un cambio, mírame ahora soy un pedazo de madera» Octavio de pronto sintió mucho pesar por Rodolfo, se estaba quejando delante de un pedazo de madera y se sintió fuera de lugar «¿cómo fue que terminaste convertido en esto?», dijo el niño señalando el cuerpo de Rodolfo. «Es una larga historia» profirió aquel pedazo de madera de ojos dulces y sonrisa de termita, «Pero, he aprendido a afrontar los cambios y adaptarme de la mejor manera posible» Octavio le miro por largo rato y luego saltó de nuevo tan alto, que sintió podía llegar a la luna.

«Tengo una idea. Para que no estés solo, te llevaré a donde vaya. Serás mi tablón, cuando me ría, reirás conmigo y cuando llore, limpiaras mis lágrimas. Seré tu amigo y tú el mío, pero primero me contarás como has terminado así» a Rodolfo le pareció bien esta idea y mientras Octavio lo transportaba de vuelta a su casa, decidió contarle el porqué de aquel cambio que le había convertido en un pedazo de madera. Pero, esa es una historia para otro cuento.

FIN