¡Tlacuaches al rescate! [ENG/ESP]

— ¡Es usted un maldito bastardo! —alcance a decir encolerizada —detenga el auto, si no lo hace, ¡le juro que voy a comenzar a gritar!

Baje del coche, pero sabía que algo no estaba bien conmigo. Me sentía desorientada y no podía ni siquiera mantenerme en pie. Era un Uber, yo pensaba que estaría en buenas manos, pero en cuanto me vio supo que era una chica indefensa e intento poner sus manos sobre mí.

Sin embargo, algo me había hecho porque después de tener contacto con sus manos, me sentía como si estuviera flotando. De repente, estaba en medio de la nada, aquel hombre me había dejado a la intemperie, quizás esperando que lo que sea que me haya impregnado hiciera efecto.

Estaba en peligro. Así que comencé una rápida escapatoria al bosque. Aquella noche, fiesta en la circunvalación 4, mi primera vez saliendo sola, ¿qué cosa mala podría pasar?, cuando la fiesta acabo, yo estaba como idiotizada por un muchacho que al final, se largó con otra opción más accesible.

Contacte de inmediato a un chofer por la aplicación de Uber, pero todo había salido mal y al parecer me había encontrado con un depravado sexual. No consumí alcohol y mucho menos drogas, lo peor que te puede pasar es saber que estás en peligro y no poder hacer nada para defenderte.

Cuando logré encontrar un árbol para esconderme, caí de cuclillas, sudada mucho y mi corazón parecía se me iba a salir del pecho. Comencé a orar, por mí, por mi vida y por otra oportunidad, pero cuando menos lo esperaba comencé a escuchar unos pasos entre la maleza.

Corrí erráticamente, como si aguardara mucho alcohol en mis entrañas, entonces lo vi. Era peludo y su cuerpo era largo con forma de comadreja, tenía una larga cola del mismo tamaño de su torso. Miré de reojo su hocico y le confundí con el de un perro, ¡un tlacuache!, pensé en mi interior, entonces me fije que estaba haciendo gestos con sus pezuñas. Estaba tan absorta, que me costó descifrar lo que aquel animal trataba de decirme.

Ante la llegada inminente de mi verdugo, corrí a resguardarme en la madriguera; cuando me sentí segura, pude ver como los tlacuaches salían al encuentro de mi acechador, como si estuvieran tratando de persuadirlo y alejarlo de la madriguera.

Mi mente divagaba, era como si estuviera viviendo mi mayor pesadilla. Cuando era niña tuve que lidiar por muchos años con la parálisis del sueño, solo que ahora el peligro era real. Tan real como los tlacuaches, que me acompañaban en la oscuridad.

Entonces aquel depravado se alejó, pero yo seguí allí inerte, esperando con paciencia. Para entonces la luz del sol ya comenzaba a asomarse y mis sentidos volvían a mí violentamente. Recuerdo sacar mi celular e intentar llamar a la policía, pero todos mis intentos fueron infructuosos. Entonces los tlacuaches comenzaron a inquietarse y al ritmo de los rayos del sol, me señalaron la salida.

Y los seguí, como si fuera la cosa más normal que pudiera ocurrirme. Cuando cruzamos el bosque, comprendí que me estaban llevando a un puesto de control policial que había sido instalado aquella mañana y lloré en silencio hasta llegar al pavimento. Allí mis amigos dejaron de guiarme, tenía que seguir mi camino sola. Me volteé, sonreí y les grité:

—¡Son ustedes las criaturas más maravillosas, que he conocido nunca! —los tlacuaches me habían salvado.