Un recuerdo / A souvenir

Por allí leí que un recuerdo sin carga emocional se llama sabiduría, eso me gustó porque la memoria, ese vasto almacén de experiencias vividas, emociones sentidas y lecciones aprendidas, es un elemento fundamental en el desarrollo personal.

Esto lo digo porque no todos los recuerdos son creados iguales. Algunos se aferran a nosotros con la fuerza de mil abrazos, impregnados de la intensidad de las emociones que los acompañaron, mientras que otros se desvanecen en la bruma del tiempo, dejando solo un eco distante de lo que fueron.

Y si contemplamos los recuerdos que se han o hemos despojado de la carga emocional de su momento e instante, encontramos en ellos la semilla de la sabiduría que hoy poseemos. Son como tesoros pulidos por el paso del tiempo, que han perdido las asperezas de la experiencia y conservan solo la esencia de la enseñanza.

Entiendo, que un recuerdo sin carga emocional no es sinónimo de indiferencia o apatía. Por el contrario, es el fruto de una profunda comprensión, de haber transitado por el fuego de las emociones y haber emergido con la templanza de quien ha aprendido a discernir. Es la capacidad de observar el pasado con ojos claros, sin el velo distorsionador de la alegría desmedida o la desolación abrumadora.

Estos recuerdos, libres del peso de las emociones, se convierten en brújulas que nos guían en el presente y nos preparan para el futuro. Nos permiten reconocer patrones, identificar errores y celebrar aciertos, todo ello sin dejarnos arrastrar por la marea de las emociones pasajeras.

En la quietud de un recuerdo sin carga emocional, reside el poder de la introspección y el crecimiento personal. Es en ese espacio de serena reflexión donde podemos desentrañar los hilos que tejen nuestra historia, identificar nuestras fortalezas y debilidades, y trazar el camino hacia la mejor versión de nosotros mismos.

Así pues, atesoremos aquellos recuerdos que, despojados de la carga emocional, nos brindan la sabiduría para navegar con mayor destreza por los mares de la vida. Son faros en la noche, estrellas en el cielo, guías invaluables en el camino hacia la plenitud.

En lo personal, la oración, un buen café o una terapia de silencio son los aderezos para descubrir en mis recuerdos, esos a los cuales les quito el polvo o sacudo de esas emociones que en algún momento me dominaron, la sapiencia que necesito hoy para avanzar en la libertad del que se sabe necesitado de reflexiones y fuerza.

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A souvenir

I read somewhere that a memory without emotional charge is called wisdom, and I liked that because memory, that vast storehouse of experiences lived, emotions felt and lessons learned, is a fundamental element in personal development.

I say this because not all memories are created equal. Some cling to us with the strength of a thousand embraces, imbued with the intensity of the emotions that accompanied them, while others fade into the mists of time, leaving only a distant echo of what they were.

And if we contemplate the memories that have been or have been stripped of the emotional charge of their moment and instant, we find in them the seed of the wisdom we possess today. They are like treasures polished by the passage of time, which have lost the roughness of experience and retain only the essence of the teaching.

I understand that a memory without emotional charge is not synonymous with indifference or apathy. On the contrary, it is the fruit of a deep understanding, of having gone through the fire of emotions and having emerged with the temperance of one who has learned to discern. It is the ability to observe the past with clear eyes, without the distorting veil of excessive joy or overwhelming desolation.

These memories, free from the weight of emotions, become compasses that guide us in the present and prepare us for the future. They allow us to recognize patterns, identify mistakes and celebrate successes, all without being swept away by the tide of passing emotions.

In the stillness of an emotionally unburdened memory lies the power of introspection and personal growth. It is in that space of serene reflection that we can unravel the threads that weave our story, identify our strengths and weaknesses, and chart the path to the best version of ourselves.

So let us treasure those memories that, stripped of emotional baggage, provide us with the wisdom to navigate the seas of life with greater dexterity. They are beacons in the night, stars in the sky, invaluable guides on the path to fulfillment.

Personally, prayer, a good coffee or a silent therapy are the garnishes to discover in my memories, those to which I remove the dust or shake off those emotions that at some point dominated me, the wisdom I need today to move forward in the freedom of those who know they need reflections and strength.

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