Todos los días recibimos lecciones en la vida, algunas nos hacen reflexionar propiciando el cambio, otras las ignoramos sin siquiera percatarnos del mensaje, supongo que cada caso dependerá del nivel de humildad, orgullo o soberbia que tengamos en el momento.

En la medida que alberguemos en nuestros corazones un ápice de humildad para reconocer nuestros defectos y virtudes, estaremos en la capacidad de interiorizar conscientemente dichas lecciones. Muy por el contrario, cuando es la soberbia la que nos invade, impregnándonos de esos aires de grandeza y superioridad, difícilmente seremos capaces de identificar el mensaje, mucho menos reconocer la necesidad de adoptarlo.

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Sería una falacia mostrarnos como discípulos de una u otra, pues, aunque evidentemente cada quien dé muestras en su accionar de ser más de un tipo que del otro, creo que la condición humana nos hace cruzar esa delgada línea muchas veces, incluso inconscientemente. Son las circunstancias las que terminan por determinar de qué lado estamos en determinados momentos, y son esas mismas circunstancias las que podrían indicarnos el bando correcto.

Que lo anterior no te haga pensar que estoy justificando una actitud soberbia y orgullosa, para nada, por el contrario, comparto que es motivo de vergüenza albergar esos sentimientos en el corazón, pero eso no desvanece la realidad; todos, absolutamente todos cruzamos ese espinoso camino en algún instante de nuestras vidas; siendo honestos, lo transitamos con más frecuencia de la que deberíamos y de la que quisiéramos reconocer.

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Hace unos días recibí un mensaje donde se solicitaba ayuda económica para una docente del colegio de mi hija que lamentablemente está padeciendo del Covid19. Este tipo de mensajes, como muchos otros, se han vuelto tan común en el día a día, que pareciera que no da tiempo de interiorizarlos, de despertar una verdadera empatía en quien lo recibe…la costumbre se hace ley y con el tiempo se normaliza. En el momento que recibí ese mensaje, ya había recibido otros similares, incluso el de un familiar, y debo reconocer que me sentí inmune a la solidaridad, lo leí sin la humanidad que merecía ese mensaje, casi llegué a pensar “otro más”, pero al final de esa nota había una frase lapidaria que rezaba:

“Cuando ayudes a alguien, hazlo dando gracias, pues la vida te ha puesto en el lugar que da, y no en el lugar que necesita la ayuda. Anónimo.”

No sé como explicar lo que sentí, me estremeció, es como si alguien me hubiese hablado mirándome directamente a los ojos, demandando mi atención, exigiéndome consciencia. Lo sentí como un llamado de atención tan contundente, y a la vez tan sutil y respetuoso, que se me aguaron los ojos, sentí vergüenza de tanta apatía. Tal vez esa frase había estado en muchos mensajes previos, y yo nunca lo vi, de hecho, no la había leído nunca antes en mi vida, porque en ocasiones los seres humanos somos ciegos ante aquello que nos trastoca el alma.

Ese día, mirando a mi alrededor, viendo a mis hijos y a mi esposo allí conmigo, sanos, saludables; entendí que sí, bendito Dios porque nos has puesto en la posición del que debe ayudar, y no de quien solicita la ayuda.

Cuando creemos que no hay motivos para ser agradecidos, la desgracia de otros nos recuerda que motivos para dar gracias sobran cada instante de la vida.

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Gracias papá Dios, gracias.

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