Water bombs - Bombitas de agua

La navidad en el hemisferio sur es muy diferente a la del norte, por aquí en esa época maravillosa de encuentros familiares, de amistad y amor no está rodeada de nieve, de castañas tostadas ni de comidas ricas en calorías para morigerar el frío del invierno. Aquí esa fecha marca el comienzo del verano y los festejos son un poco más relajados en todos esos aspectos.

Luego de las fiestas de fin de año nos preparamos para las vacaciones y el carnaval, que generalmente llega en los últimos días del mes de febrero o principios de marzo. No es una fecha exacta, sino que se determina por un cálculo del calendario, para aquellos creyentes católicos o anglicanos, allí se determina que los carnavales finalizan siempre en el día martes previo al denominado miércoles de cenizas que da comienzo oficialmente a la cuaresma que finaliza en Semana Santa. El algo difícil de explicar, pero lo importante es que siempre las fiestas de carnavales son un lunes y el martes siguiente.

Aquí en mi país y toda Latinoamérica es un periodo de festejos, bailes y otras celebraciones, en muchos lugares se realizan majestuosos desfiles, siendo el más famoso el que se realiza en Brasil, más precisamente en Río de Janeiro. Por aquí hay varios desfiles que si bien no son tan grandes ni tienen la producción monumental de los brasileños, también poseen lo suyo y son visitados por gran cantidad de gente. No se bien cual es el significado de esos desfiles, pero si que se realizan en muchas partes del mundo, ahora recuerdo los de Venecia en Italia que tienen ellos también una gran tradición.
Otra característica de los carnavales por estas tierras son los juegos con agua, aunque esa tradición se ha ido perdiendo con el tiempo en las grandes ciudades, en la época en que yo era un adolescente, todavía mantenían la magia y la diversión de todos, jugaban tratando de mojar a otros desde niños pequeños hasta adultos mayores, fue una época muy divertida.

Recuerdo un año en particular cuando yo tendría 14 o 15 años y nos había permitido jugar al agua en la terraza del edificio donde vivía en aquel momento, había varias piletas para lavar ropa y nosotros, los niños del barrio las llenábamos de agua y pasábamos mucho tiempo llenando de agua bombitas que luego dejábamos flotar dentro de las enormes piletas, eran nuestro arsenal para la batalla que se avecinaba y que podía desatarse en cualquier momento, solo bastaba que uno mojara a otro para que el vendaval se desatara.

Ignoro el motivo por el cual en algún momento dejamos de mojarnos entre nosotros, quizás fuera poque estábamos empapados y ya no tenía gracias querer mojar a otro cuya ropa y cabellos no aceptaban más agua de la que ya habían recibido. Lo cierto es que fuimos hasta unos barrotes de mampostería separados entre si por unos 20 centímetros aproximadamente, lo suficiente como para no permitir que ninguno pudiera atravesarlos y caer a un vacío de 50 metros, la altura aproximada hasta el suelo. Pero si eran lo suficientemente espaciosos como para observar la calle y los transeúntes y pasar un brazo para lanzar una bombita de agua.

Justo frente y a edificio funcionaba una farmacia, en su gran ventanal desde donde podía observarse el interior, había una saliente donde algunos amigos del barrio se sentaban (o nos sentábamos) a conversar de diversos temas, era parada obligatoria antes de entrar al turno de la tarde del colegio y punto de reunión de los fines de semana, antes de ir a jugar al fútbol.

Observé que dos de esos amigos ya estaban sentados hablando amablemente y se me ocurrió una brillante idea, lanzarles una bomba de agua. El tiro no fue todo lo preciso que hubiera necesitado, probablemente porque calcular los factores de viento, distancia, peso y velocidad no estaban en mis pensamientos, solo la idea de mojarlos.

Desafortunadamente la bombita de agua que pesaba unos 200 gramos según mis cálculos, fue a dar en la cabeza de una mujer que pasaba por el lugar en ese momento y luego de la sonrisa inicial todo se convirtió en horror al observar que la señora caía al suelo. ¡La maté! Pensé inmediatamente, pero gracias a la parálisis que me agarró por la cual no podía dejar de mirar a pesar que todos mis instintos decían que fuera a esconderme debajo de la cama, vi como se levantaba ayudada por otras personas y miraba para arriba, haciendo gestos incomprensibles desde esa distancia pero que apuntaban a las cabezas de todos los niños que estábamos asomados viendo el resultado de mi broma.
Por suerte no pasó nada más, no fue a quejarse al encargado del edificio, ni siquiera intentó averiguar quienes éramos los traviesos peligrosos.

Nunca más usamos la terraza para jugar con bombitas de agua, unos años después enterramos definitivamente esa costumbre de mojarnos.

Un par de años atrás leí una noticia donde se anunciaba que una fábrica tradicional de ese sencillo invento que hizo la alegría de gran cantidad de niños y adultos cerraba definitivamente sus puertas. No pude menos que recordar mi anécdota con una cuota de nostalgia.