Están a punto de aterrizar en un planeta de donde hace milenios, una civilización envío una sonda con un extraño disco dorado con dos imágenes de dos seres de la misma especie, pero algo diferentes.

Los sensores de la nave no captan ninguna señal radiofónica ni de imágenes acordes con lo desentrañado en la rudimentaria pieza que surco el espacio y que los guío hasta allí.

El navegante ultima el protocolo. Tiene instrucciones precisas de entrar en modo furtivo. La misión no debe ser detectada por la civilización del planeta, la cual infieren aún debiera ser tecnológicamente inferior a pesar del tiempo transcurrido desde el envío suicida de la sonda.

Una capa densa de nubes en la atmósfera superior les permite sobrevolar sobre una superficie árida y sin vida. Suponen que están en un desierto, pero logran distinguir estructuras chamuscadas y en algunas zonas vitrificadas.

Sospechan lo peor. Es evidente que una gran hecatombe barrió con la vida existente en algún momento de la historia del planeta luego de lanzar la sonda.

Continúan el sobrevuelo sobre un inmenso océano extendiéndose en el horizonte, hasta que divisan una gran isla gélida y deciden aterrizar.

Los expedicionarios detectan una fuente de energía que los lleva a una gran puerta semi enterrada en el Permafrost imposible de ver a simple vista.

Uno de los expedicionarios ve en la superficie de un extraño artefacto cristalizado el interior de una gran instalación, pero sin señales térmicas propias de seres de carbonos dibujadas en el disco dorado.

Los tres seres activan se hacen traslúcidos y atraviesan la gran puerta sin tener que abrirla en lo absoluto.

Adentro del recinto se percatan que el tiempo parece haberse detenido, inclusive para el par de criaturas de silicios imposibilitados de notar sus presencias.

Dilucidan en que estos son como ellos. Pero risiblemente primitivos, cuidando un arca de material orgánico vegetal almacenado por aquella civilización devastada por algún cataclismo.

Quizás, el objetivo final e inesperado de la sonda y por designio del destino, fuese guiarlos hasta allí para restituir el verdor perdido de un planeta lejano que alguna vez fuera hermoso, dándole una segunda oportunidad.

Ahora, solo le falta hallar el material animal entre las ruinas o en lo recóndito para el gran reinicio de la fauna en interacción perfecta con la vegetación. Aunque, la idea de colonizar el planeta sin dueño no la descartan.

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