El héroe inesperado: el valor de la astucia

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Agustín, sentado en el puesto trasero de la vagoneta, guardó silencio durante todo el recorrido de vuelta a casa. Todas sus preocupaciones giraban en torno a la amenaza velada hecha por el bravucón del salón luego de participar en el debate sobre el derecho y la igualdad, en donde el más temido chico había quedado en ridículo ante sus compañeros de clase y la maestra, al no poder rebatir los argumentos de Agustín. Sí, la mirada ardiente de Marcelo denotaba un intenso odio. No necesitaba palabras para entender que él sería la siguiente víctima.

En la mesa, Minerva, su madre, lo vio taciturno mientras llevaba el tenedor a la boca.

—¿Qué pasa Agustín? ¡Aterriza y come! ¿Acaso no te gusta lo que te prepare?

—Sí, mamá. Sabe delicioso. —Contestó forzando una sonrisa.

La lasaña recién horneada con tonalidades rosáceas con verde desprendía un olor que hacía agua la boca. No era una lasaña tradicional. Era una receta familiar con base en espinacas trasmitida por generaciones.

—Es una lástima que tu padre esté de viaje. ¿No crees?

—Sí, mamá. —Volvió a responder, pero en tono seco.

—¡Hijo, olvida cualquier preocupación y disfruta de tu plato favorito!

—¡Tienes razón mamá! Esta lasaña está deliciosa.

El sabor hizo que Agustín olvidara el temor a Marcelo, y recordó unas viejas caricaturas que alguna vez su padre le reprodujo para enseñarle la que dominaba su infancia. Un marinero con brazos desproporcionados que comía una lata de espinacas para combatir a un hombre barbudo que intentaba quitarle la novia: una dama muy flaca. Fantaseó con la idea de que la espinaca de su lasaña lo transformaría en el marinero de la pipa y así podría repeler el ataque del bruto Marcelo.

—¡Así me gusta verte hijo! ¡Come y disfruta de la vida!

—Mamá, por favor, sírveme otra porción. Necesito estar fuerte.

—¡Claro hijo! Aunque, también puedes engordar unos kilos de más. Ja, ja, ja —Sentenció alegre Minerva sin sospechar los motivos de su hijo.

Agustín pidió una tercera porción de lasaña, masticándola con lentitud y esperando que sus fuerzas se incrementara. Asimismo, devoró el postre, un cremoso helado de mantecado y chocolate. Por momentos, olvidó el percance del aula.

Ya en su cuarto, y luego de ponerse cómodo quitándose la ropa escolar, tomó la tableta y se conectó con el chatbot para pedirle consejos sobre cómo repeler la probable agresión de Marcelo.

—¡Hola!

—¡Hola! ¿En qué puedo ayudarte hoy?

—¿No sé si puedas?

—Haz tu pregunta.

—¿Cómo puedo defenderme de Marcelo?

—¿Quién es Marcelo?

—Es el chico más fuerte y grande del salón, y creo que lo hice quedar mal ante la clase. Creo que mañana en algún receso me golpeará sin compasión.

—Por favor, dame más información para poder ayudarte.

—¡No sé por qué pierdo el tiempo contigo!

—Disculpa, tienes razón. Como modelo de lenguaje no estoy en capacidad de orientarte, ni mucho menos actuar. Sin embargo, sí puedo acceder a información relativa en mi base de datos. En tal sentido, te recomiendo que hables con tus maestros e informe la situación.

—¡No puedo! Violaría el código de ética de los alumnos: los problemas entre nosotros se resuelven sin intervención de los maestros.

—Entiendo. Entonces tendrás que pelear para defenderte, o someterte a Marcelo. La mejor pelea es la que se evita.

—¡Qué más quisiera yo!

—Te recomiendo razonar con Marcelo y llegar a un arreglo amistoso.

—Eso lo intentó Miguel, y terminó con un ojo morado. ¡Quizás las espinacas me ayuden!

—No entiendo la referencia.

—Pregúntale a mi padre, o investiga las antiguas caricaturas en blanco y negro.

—Las espinacas son una fuente de hierro importante para el consumo humano. Así que, sin duda, te ayudará a estar saludable, pero no te salvará de Marcelo si este decide golpearte. Por lo tanto, insisto en que hables con tus padres y maestros sobre el asunto.

—¡No! No tengo opción.

Minerva con sigilo escuchó la conversación apostada detrás de la puerta, y comprendió los motivos de preocupación de Agustín. Sabía que ella debía de intervenir con inteligencia para solucionar el conflicto, o dejar actuar a la providencia. Pensó, ¿y si la providencia la puso a ella en el camino?

Mientras tanto, Agustín observaba con detenimiento un tutorial sobre defensa personal. En sus doce años, nunca había peleado antes, más allá de intercambios airados de palabras que terminaban en amenazas de cruzar la raya trazada en la arena.

Marcelo, por lo general, no avisaba. Solo golpeaba en el momento en que los maestros no estaban. Y nadie osaba denunciarlo para no quebrar el código de conducta tácito entre los chicos.

Al día siguiente, por alguna extraña razón, la vagoneta de Minerva no arrancó y Agustín tuvo que quedarse en casa. El chico sintió un gran alivio, aunque también sabía que era temporal, ya que su madre salió en búsqueda del mecánico.

El tiempo transcurrió lento, al menos así lo percibió Agustín. Casi cae de espalda cuando vio llegar a su madre en compañía de Marcelo en el vehículo del mecánico.

El padre de su potencial agresor era el mecánico. Notó la familiaridad con que ambos adultos hablaban y entonces preguntó.

—Mamá, ¿de dónde conoces a Marcelo?

—¡Marcelo! Dirás el señor Marcelo para ti. Yo lo conozco desde la infancia cuando estudiábamos en la escuela primaria. Él era, bueno, corrijo, es uno de los mejores amigos de tu padre y mío también.

—¡No lo puedo creer!

—¿Qué no puedes creer? —, sonrió Minerva con una pizca de picardía, agregando. —Ya hablé con tu padre, cuando él esté en casa hará una parrilla para celebrar el reencuentro.

Agustín y Marcelo se miraron perplejos.

—¡Por cierto! ¡Súbete rápido que van retrasados a clase! La maestra los espera a ambos. Por lo que ella me contó, deben proseguir un debate que quedo inconcluso en donde ustedes fueron designados como auxiliares para la clase de hoy. Estoy muy contenta, al igual que Marcelo, de que ustedes sean amigos.

Los chicos volvieron a verse las caras y explotaron en risa.

Fin

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Un cuento original de @janaveda

Imagen creada en Stable Difusion 2.1 y editada en Canva con base en la siguiente instrucción:

Dibuja una escena en la que se vea dos niños varones en ropa escolar viéndose de frente. Detrás, un mecánico en el fondo trabajando en un coche. En un rincón de la escena, se ve a una mujer adulta observando a los niños varones con detenimiento y una mirada astuta en sus ojos.

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Muchas gracias por leerme, espero sea de su agrado.



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