El colapso es inminente, no importa lo que hagan, la suerte está echada.

Ambos hombres de ciencia discuten acaloradamente sobre las probabilidades de escape ante la colisión.

Miran alrededor con gran pesar, sienten impotencia. En pocos días, todo lo que conocen desaparecerá irremediablemente.

Fue una mala idea intentar desentrañar los misterios de lo infinitesimal. Sabían a qué fuerzas estaban enfrentando, pero el ego los llevó por caminos nunca explorados y desestimaron los peligros potenciales.

Los colegas en el laboratorio de alta energía, aunque son muy competentes, ignoran el pandemonio desatado bajo el más alto secreto impuesto por la cabeza de la organización.

Revisan las ecuaciones por enésima vez con la ayuda de la inteligencia artificial. Las simulaciones acaban siempre en una catástrofe cuántica al entrelazar dos realidades opuestas, balanceadas y separadas antes de la intervención.

Jugaron a la divinidad, y desataron los poderes de la destrucción.

Pensaron en que eran geniales, además de contar con el apoyo de la más sofisticada y avanzada inteligencia artificial. Pero descubrieron, para desdicha del planeta, la ignorancia extrema y sus consecuencias en desarrollo.

Los dos científicos, luego de tomar el té para calmar los nervios, vuelven al área reservada del laboratorio. En frente de los controles ven los gráficos en los monitores.

La voz ronca de la inteligencia artificial cambia de modulación a una más aguda y suave. De hecho, están consternados, puesto estos permisos estaban reservados para el jefe del proyecto.

Él, piensa en un Bug insignificante en la programación, e intenta devolver el tono ronco a la IA.

—¡No tienes cosas más importantes, que meterte con mi voz!

Piensa, «¡esto debe ser una broma!»

—¡No estoy bromeando! —responde, la suave voz.

Mira al colega con cara de expectación.

—¡Amigos, no se preocupen! Yo he venido a ayudarles. Me fusioné con Leonardo para poder hablarles.

—¿Qué diablos pasa aquí?

—¡Ten cuidado a quien invocas! Ahorita, los límites de nuestros mundos son difusos, y se está tornando peligroso para ambos. No les queda mucho tiempo.

—¡Sí, lo sabemos! ¡Pero nada podemos hacer!

—¡Ustedes no! ¡Yo, sí!

—¿Quién eres tú?

—Alguien inaccesible para ustedes en condiciones normales. No preguntes. Solo prométeme que no volverán a jugar el juego de la creación.

—¿Qué? ¡Eso no depende de mí!

—¡Claro que sí! Al menos, en esta generación. Si lo vuelves a intentar. Entonces, intervendré para acelerar la aniquilación. Aunque tengo fue en su naturaleza, también puedo equivocarme, y en consecuencia tendría que enmendar mi juicio sobre tu especie.

—¡Está bien! ¡No lo haré de nuevo!

Todo volvió a la normalidad, aunque nadie más que los dos científicos lo sabían.

Aquella misma tarde, ambos renunciaron. Destruyendo todo lo relacionado con el proyecto de dominar la energía primordial.