La joven observa al lado, ve a Jacinto, el compañero de estudio más aventajado de la clase, lo admira y se pregunta, ¿cómo lo hace? Él parece saberlo todo y se propone averiguar cómo lo logra, necesita saberlo.

Dentro de tres semanas, tendrán el examen final, ella requiere obtener la máxima calificación para no reprobar la materia. Con una amplia sonrisa aborda a Jacinto para pedirle ayuda, ella piensa que nadie es más calificado que él para guiarla a superar la difícil e inédita situación en su vida como estudiante, si no tendrá que darle la cara a sus padres, está aterrada.

—Jacinto, ¿podemos hablar al final de la clase?

—Por supuesto, María. —él la mira extrañado, es la primera vez que ella se dirige a él en lo que va del semestre.

Pasa la hora entre números y ecuaciones que sobre el pizarrón metálico y blanco escribe el profesor; tantos garabatos la confunden hasta agobiarla, entrecruzado con los pensamientos de culpa, se increpa de estúpida por reírse cuando sus amigos se mofan de Jacinto llamándolo cerebrito solitario. Al sonar el timbre indicando la finalización de la clase, ella vuelve a tierra.

—Dime María, ¿de qué quieres hablarme?

—Me da mucha pena, pero iré al grano, ayudame a pasar esta materia.

—Sabes lo que me pides.

—Claro.

—No puedo —él contesta con naturalidad.

—¿Por qué no, si quieres te pago? —respondió María con angustia, agregando, —¿por qué no quieres ayudarme? ¿será por qué me he reído de ti?

Él la mira nuevamente y deja salir una tímida carcajada, ninguno de los chavales compañeros de clases les prestan atención, ellos están muy ocupado ojeando los cuadernos de notas, se rascan las cabezas, así que nadie se da por enterado de su charla, ni mucho menos se mofan de él.

—Nada de eso, no me mal entiendas, solo soy realista.

—No te entiendo.

—Sé que te gusta la música.

—¿Cómo sabes eso?

—No en balde también me llaman sabelotodo. —volvió a reirse, esta vez de sí mismo.

—No le veo la gracia.

—Te aseguro que ellos, en estos momentos, tampoco le ven la gracia. —contesta Jacinto con aplomo y agrega, —yo si le veo la gracia, en sus caras de preocupación, mientras ellos se mofaban y perdían el tiempo, yo simplemente cumplía a cabalidad con mis obligaciones.

—No me mientas, por favor. ¡No te creo!

—Como amante de la música, en tu caso tocas el piano, sabes que la disciplina y práctica te dan las destrezas hasta formar el talento. ¡Me entiendes ahora!

—Si, pero cómo eso me ayuda, el examen es en tres semanas y requiero obtener el máximo puntaje.

—Ves, soy realista, ¡al menos, que! —expresa Jacinto en tono expectante.

—Dilo, sácame de esta angustia.

—Te comprometas de la misma manera que te entregas para la música para dar un recital. —replica serio y remata diciéndole, —solo así te ayudaré y reiremos al final.