Prudencio, un hombre sencillo de mediana edad, meditaba debajo del viejo árbol antes de dar inició a sus charlas sobre cómo vivir la vida plena, apartado del dolor, para luego atender los requerimientos particulares de cualquiera que necesitara recetas silvestres para mantener o restituir la salud.

Tres hombres con trajes costosos resaltaban entre los asistentes. Todos conocían al principal, y murmuraban desconcertados de él. Severo, se acercó y en tono directo le dijo interrumpiéndole —!Trabaja para mí!

—Buen día. ¿Y qué gano con ello? —, contestó Prudencio con una voz suave y firme.

—¡Mucho dinero! ¡Más de lo que puedas imaginar y el poder de hacer lo que quieras!

Hizo una pausa leve, para luego responderle tajantemente —. No gracias. Ya soy libre y nada más quiero.

—¿Libre de qué? Vives aquí en el bosque, a la intemperie. ¿No entiendo por qué esta gente vienen a consultarte?

—Ellos buscan el camino a la verdad. Aquel que yo también busco. Uno que nos libere del sufrimiento.

—¡Pamplinas! El dinero lo logra todo. Te lo ofrezco, y deja que esta gente siga trabajando para mí. No les vendas ilusiones.

—No pierda su tiempo. ¡No me interesa! Mientras más de nosotros caminen por la senda de la verdad, más pronto el mundo cambiará y alcanzará una consciencia de su lugar en el cosmos.

—¡Eres un insensato!, ¡un infeliz! ¡Acaso busca fama! ¡A mi lado, cientos te adularán y hasta besarán tus pies sin pensarlo dos veces!

—¡Sé lo que quieres de mí, y no lo obtendrás! ¡Así que, guarda tu ofrecimiento y busca a otro candidato a la esclavitud que ofreces! Sí, él es sensato, seguirá la senda de lo verdadero, y no se dejará seducir por bienes perecederos.

—¡Tonto! ¡Si lo quisiera, mis guardas te llevarían a la mazmorra!

—Primero me ofreces villas y castillos. Ahora un calabozo.

—¡Nadie me desprecia! —, gritó ya enojado.

—¡Te equivocas! ¡Yo no me llamo Nadie!

—¡Ahora intentas burlarte de mí!

—¿Por qué habría de burlarme de ti? ¿Acaso, no eres tú quien me buscas para hacerme un bien?

—Colmaste mi paciencia. ¡Apresarle!

Los dos guardas que le acompañaban de inmediato lo agarraron. Prudencio no opuso resistencia, tan solo los miró con una tranquilidad perturbadora que hizo que lo soltaran.

—¿Por qué lo sueltan? ¡Estúpidos!

—¿Por qué los insultas? —, replicó con autoridad Prudencio.

Los guardas indignados voltearon hacia Severo, influenciados por aquellas palabras de Prudencio.

—¡Se han vuelto locos! ¡Prepárense para el castigo cuando regresemos!
Los aldeanos apostados cerca del gran árbol que esperaban consultar a Prudencio vieron con altivez la escena. Algunos alzaban sus báculos en señal de desaprobación.

Severo sacó del cinto un arma y apuntó a Prudencio.

—¡Cálmate, Severo! No cometas una locura. Dime, ¿qué ganarás con mi muerte?

Los aldeanos, en un intento de calmar los ánimos, lo rodearon a una distancia prudencial y le conminaron a enfundar el revolver calibre 38. Más Severo envalentonado les gritaba:

—¡Anda vengan! ¡Aquí los espero, inmundos! —, vociferó el amo del valle.

—¡No los tiente, señor Severo! Baje el arma. Me puede matar y aun así no me haría un daño real.

De improviso, uno de los guardas le torció el brazo hasta que crujió y un disparo retumbo en el bosque. Por fortuna, el impacto lo recibió el milenario árbol.

—¡Suéltalo! —, gritó con autoridad Prudencio. El guarda obedeció enseguida, y Severo cayó sobre sus rodillas, quejándose del dolor.

Uno de los aldeanos dijo con rabia: Vamos a colgarlo en el árbol que hirió. Acabemos con él de una vez por todas. Ya basta de tanto abuso.

—¡No! ¡Acaso quieren ser como él! No vale la pena condenarse por lo que él representa.

—¡Pero, Prudencio! ¡Él es responsable de muchos males por aquí! Es hora de aplicar justicia.

—Escuchen. La venganza no es justicia. Al contrario, si lo hacen será un asesinato que condenará sus almas.

—Sí, pero él es el dueño del valle. Hace y deshace las leyes a su antojo.

Severo aprovechó la incipiente discusión para salir corriendo, tropezó con la raíz saliente del gran árbol y cayó de nuevo, pero esta vez de cabeza sobre una filosa roca.

Prudencio fue en su auxilio, más era tarde, Severo halló el destino que merecía. Uno que le había liberado de las ataduras que le ofrecía a Prudencio.