La implacable

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Adriana, como integrante del equipo multidisciplinario, ingresó en la prisión de máxima seguridad, para evaluar a los reos que registran conductas ejemplares durante los últimos años. Eran delincuentes sentenciados que aspiraban al beneficio de libertad provisional bajo presentación periódica ante los tribunales jurisdiccionales.

La experimentada abogada, miembro del sistema penal, era reconocida por un alto sentido de justicia y solvencia, por los cuales sus colegas la apodaban, la implacable. En aquella ocasión, ella lideraba en las juntas a los psicólogos, a los especialistas en rehabilitación y los médicos; además, tenía la última palabra en la selección de los candidatos, y que siempre avalaban los tribunales competentes.

Antonio, un hombre maduro, cumplía una condena por delitos premeditados. En un juicio mediático y fugaz, él acató incólume los cargos de asesinato de tres personas conectadas a un gobierno que había abandonado el poder hacía quince años, y al cual la historia juzgaba como corrupto.

Adriana leyó impresionada y con detenimiento los informes sobre Antonio: lo declaraban un reo modelo, y un líder positivo en aquel depósito de almas en descomposición. Muchos allí, le agradecían por guiarlos a la redención y a una paz, que él mismo, irradiaba.

Los días pasaron entre revisión de documentos, pruebas psiquiátricas y médicas; si bien la lista rebasaba los cincuenta, pocos cumplían con los estándares impuestos por Adriana, la implacable. Debía asegurarse de evitar que prestidigitadores de la conducta alcanzaran la anhelada libertad sin merecerlo realmente, y lo peor, de reinsertarlos como una amenaza a la sociedad a la cual había jurado proteger.

Solo diez reos, incluyendo a Antonio, el asesino redimido, llegaron a la entrevista final. Si bien, los delitos del resto, aunque graves, parecían minúsculos con respecto al de Antonio, estaban basados en la mentira, en el engaño y afectaron, no solo a particulares, sino al mismo Estado.

Cada uno pasó ante Adriana y su equipo, todos juraron no reincidir, tan solo Antonio se abstuvo de implorar por la libertad, e inclusive aseveró, que si era liberado se comportaría como siempre: protegería al indefenso del perverso, sin importar el costo para él.

—¡Señor Antonio!, ¿es usted una especie de vengador?

—¡No! Solo alguien que se defiende a sí y a los demás de la injusticia, sin importar de donde venga.

—¿Así que, usted no se arrepiente de haber matado a aquellos hombres?

—Disculpe, señora, ¿me acusa de asesino?

—No, eso fue una causa ya juzgada, y que usted, está pagando aquí.

Antonio miró con compasión a cada uno de los miembros de la junta.

—¡Dispénseme… pero creo que todavía mi misión en esta cárcel, no ha acabado!

—¡Señor Antonio! ¿Entonces… para qué nos hace perder el tiempo con su caso, si no desea la libertad?

—¿Quién le dijo que no soy libre?

—¡Claro que no es libre! ¡Mírese… vestido de naranja e identificado con el número 373! —Replicó agitada Adriana.

—¡Quién no es libre, es usted! Piénselo. Usted es solo otra esclava de un sistema, que encierra a inocentes con perversos para que los eliminen por ellos. Cree que coadyuva con el ideal de justicia, pero no es así. En cambio, yo solo combatí forzado a tres sicarios de cuello blanco por defender a más de uno aquí, enlodado de mentira y por la conveniencia de unos corruptos y asesinos. Claro, incluso, los perversos tienen oportunidades para cambiar, si encuentran la bondad en ellos. Tontos manipulados. Si salgo, ¿quién los protegerá de ellos mismos? Aún espero a varios, que circulan impunes por allí, fuera del alcance de su mano implacable.

Antonio, luego de sus palabras sosegadas, llenas de autoridad moral, calló y pidió retirarse al lugar en donde había ejercido un ministerio transformador. El resto de los reos, quienes eran testigos del evento, también exigieron revocar lo allanado hacia sus respectivas libertades.

Los otros miembros de la junta quedaron perplejos, sin habla. Adriana manejó el shock con disimulo, e invocó una pausa para deliberar en privado sobre la posición de los reos liderados por Antonio, el número 373 de aquella prisión de máxima seguridad. Tenía un problema entre manos, ¿cómo explicarían ante sus superiores y la comunidad internacional el rechazo del beneficio de libertad condicional por parte de los reos modelos?

Adriana, la implacable, albergó una profunda duda de que era manipulada, y de que, en realidad, no era tan libre y poderosa como ella pensaba. Vio en Antonio, la luz de una revolución. Una que se abría paso desde lo más despreciado de la sociedad, y que ya empezaba a infundir miedo por ser contagiosa. No en balde, ella fue elegida para sofocarla. Ella debía liberar a la amenaza para qué pasará desapercibida. Pero había fracasado en el intento. Y lo peor, ella consideraba sumarse al ideal del asesino redimido.

Mientras tanto, afuera, los titiriteros del sistema, quienes tenían ojos en todas partes, temieron a la justicia invocada por Antonio, y al movimiento que cobraba fuerza.

Fin

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Un cuento original de @janaveda

Imagen de Michael Mike en Pixabay

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Muchas gracias por leerme, espero sea de su agrado.



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8 comments
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Reciba un fuerte abrazo, Javier.

Recién publiqué en zona de escalofríos una fábula y me pongo a leer su relato y ecency me invita a leer uno titulado: Una mentira repetida mil veces, que me propongo leer al concluir este comentario.
Le pregunto ahora, como interpretar ciertas conexiones ficticias ¿Conciencia colectiva, subconsciente o supraconsciente? Dígame Usted su opinión, si es su deseo.

Salud, paz y abundancia de las mejores cosas.

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Jung diría: son efectos del inconsciente colectivo. Quizás, el espíritu de la época, o del entorno en donde uno se maneja. De cierta manera, todos estamos conectados, solo que pocos se pronuncian. No obstante, no te extrañes por la caja de resonancia, y que escuches tu propia voz en ella.
Saludos mi amigo.

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Preferiría no escuchar un eco. Un reflejo engañoso que repite por complacer, no creo que sea el caso.
Siempre se critica, me ha resultado constructiva y hasta me ha sacado del error.
Por suerte el auditorio es pequeño y no temo persecución.

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Mucha fuerza había en las palabras de ese hombre que hicieron que aquella mujer se redimiera de sus creencias. Muy buen escrito con buena narrativa cómo siempre.

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Hola, @universoperdido
Gracias por tus palabras alentadoras. Imagina, la presencia de nuestro protagonista, llena de magnetismo y la fuerza del ejemplo. Quizás haya que revisar la noción de la justicia, y poner en la balanza a la moral y la ética.
Saludos.

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Un relato muy bien escrito y de mucha significación en una sociedad global donde el concepto de justicia está en la picota. Saludos, @janaveda.

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