La receta

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Frente al computador buscó vídeos sobre recetas de comida de fácil preparación y así paliar el hambre de sus hijos adolescentes. El problema es que él nunca ha frito ni un huevo ni preparado un plato de espaguetis.

Acostumbrado a la cocina de su mujer, nunca pensó en tener que encargarse, en persona, de las labores rutinarias que desempeñan las mujeres con tanta facilidad.

Decidió entonces empezar por lo fácil: preparar una pasta larga y combinarlo con huevos.

Al ver los vídeos, se dijo, ¡sorprenderé a mis hijos!

Buscó en la despensa el paquete de espaguetis de un kilogramo, y acto seguido, seleccionó tres huevos del cartón comprado el pasado viernes.

Recordó la ocasión en que su esposa, intentó enseñarle a preparar una pasta. Estaban recién casados, pero él no prestó mucha atención por tener la mente en otro lugar. Además, se dijo así mismo en voz queda, «tú eres la dueña y señora de esta cocina, y yo, el comensal exclusivo».

¿Cuántas veces ella había insistido en que aprendiera a cocinar durante el transcurso de los años? Pero él, jamás le tomó la palabra. Confiaba en que ella estaría allí para él y sus hijos. En caso contrario, aún tenía la opción de comprar la comida hecha.

No obstante, ocurrió lo que tanto le había recalcado y que, por demás, era predecible. En una vuelta del destino, la abnegada mujer tuvo la imperiosa necesidad de atender una situación difícil con sus padres.

Ella no podía estar en dos sitios al mismo tiempo. Sintió mucha preocupación al verse entre dos aguas. Él la reconfortó diciéndole, ¡me encargaré de todo mujer! ¡Vete tranquila y atiende a los suegros!

Ahora, luego de limpiar el mesón y colocar los utensilios en orden. Repasó en la mente las instrucciones. Algo inseguro, volvió por enésima vez al computador para ver de nuevo el vídeo.

Con los ingredientes al alcance, preparó los espaguetis en una olla grande. ¡Eso sí! No vertió la cucharada de aceite en el agua hervida. Un mito que desmontaría con lógica: el agua y el aceite no se mezclan. La química no se equivoca y la pasta no se pegarán si se mueven con la cuchara durante los doce minutos a llama alta.

En un recipiente pequeño mezcló los tres huevos con medio vaso de leche batida hasta lograr homogeneizarla. Veía con frecuencia el temporizador del teléfono para no pasar la pasta de calor.

Rayó queso semi-duro en el recipiente, justo en el momento de escuchar el pitido. Corrió hacia la olla y la tomó por las asas para escurrir en colador el agua almidonada en otra olla.

Algo atribulado, regresó a la hornilla la olla con la pasta y le agregó la mezcla. Al rato, espesó en forma de crema mientras la batía con una cuchara de madera.

Se dijo, ¡Listo! ¡Soy todo un Chef! Sonreía de satisfacción.

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Sentado en la mesa, miraba con expectación los rostros de sus hijos dibujando sonrisas pícaras a flor de labio.

El primer bocado le hizo caer en cuenta el olvido imperdonable: la pizca de sal de que tanto se insistió en el vídeo. Un error que nunca cometería su mujer.

Entendió que la cocina, en las manos de su esposa, es el medio para el arte invaluable que ellos disfrutaban a diario.

Fin

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Un relato breve original de @janaveda

Todas las imágenes fueron generadas por Stable Difussion y editadas por mí.

Licencia CC01.0 de Creative Commons

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Muchas gracias por leerme, espero sea de su agrado.



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