Micro ficción: La casa de al lado
La casa de al lado
Mario acaba de mudarse a un pueblo en el sureste del país. Cansado de la vida urbana busca tranquilidad en una región rural fuera del bullicio de la ciudad.
El pueblo es pintoresco con solo dos calles que lo atraviesan de extremo a extremo. Las casas, aunque artesanalmente construidas, disponen de una bien lograda simetría en cuanto a las ubicaciones.
Un clima fresco al estar al pie de monte, el verdor de la vegetación y la excelente cobertura de la señal telefónica e internet determinaron su decisión de alquilar la única casa disponible. Además del casi simbólico canon de arrendamiento.
Sí, él estaba maravillado de su suerte. Una casa amoblada, lista para ser habitada aunque empolvada y fría. Quizás por el tiempo sin inquilinos.
No obstante, notó con ligera extrañeza los rostros de los pueblerinos cuando lo vieron atravesar con su vehículo el portón de la casa. Pensó, «se ve que no están acostumbrado a ver a nuevos vecinos».
El primer día en su nuevo hogar, se dedicó a liberar los espacios del polvo acumulado, teniendo cuidado de no sufrir ataques alérgicos al usar la máscara higiénica sobre la boca y nariz.
Alguien tocó con timidez la puerta, y Mario hizo un alto en la limpieza y esperó por un segundo toque.
Sí, al escuchar la vibración de la madera sacudió las manos encaminándose hacia la puerta principal. Posó el ojo derecho en la mirilla de seguridad y sorprendido vio a una linda señorita, decidió liberar el cerrojo para abrir sin temor la puerta.
Ella fue directa al grano diciéndole en tono imperativo que debía abandonar aquel lugar. Mario perplejo la miró con escepticismo y preguntó en el mismo tono el porqué.
La respuesta lo hizo sonreír. La casa está embrujada.
Ella lo invitó a pasar la noche con ella en la casa de al lado.
Mario no dada crédito a tan osada proposición. Pensó, «Que joven tan inocente y confiada. Quien sabe ella quien soy yo». Cuando de pronto unas voces ininteligibles retumbaron detrás de él erizándole la piel.
No lo pensó dos veces y salió de la casa confiado en la joven. Mientras caminaban en dirección a la casa de al lado, el día se tornó en oscuridad ante una súbita nublada.
En la casa de enfrente dos fisgones parados en el lado interno de la ventana comentaban, «otra víctima de la bruja».
Desde entonces, nadie más supo de Mario.
Fin
Una micro ficción original de @janaveda
Imagen de Hong daewoong en Pixabay
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Image by barbara-orenya
Era de esperarse que la señorita atrevida fuera la bruja, no se notaba otra relación porque no sería creíble que no lo fuera, porque en la realidad no pasa eso; aún así el cuento está bien estructurado.
Hola @jesuspsoto
Sí, en realidad las señoritas atrevidas no son brujas en el sentido estricto del término, pero a veces, algunas se prestan como señuelos de facinerosos para atrapar a incautos e ingenuos.
Saludos mi amigo.