Todos corren de aquí para allá, ultimando las compras de fin de año, preparándose para el festejo de cambio de ciclo a lo grande, como siempre lo han hecho. En cambio, ella está sola en casa, nostálgica y con un profundo pesar en el alma. El año, ya viejo, solo le dejó desgracias.

Además, odiaba el haber nacido en el último día del año. Desde que tiene memoria, todos olvidan felicitarla en sus cumpleaños.

Pero este año, al cual solo restan horas, juzga aún peor y ya no le importa si la felicitan o no.

La muerte inesperada de su madre, quien siempre estuvo pendiente de ella, fue una hecatombe devastadora de la cual todavía no está recuperada.

Sí, a nadie parecía importarle que ella cumplía años ese día, con excepción, claro, de sus queridos padres. No obstante, era innegable que disfrutó de las mejores cenas y tortas en estas fechas, aunque con escasos regalos para ella.

El bullicio de la calle la saca del letargo de la pena. Casi obligada decide levantarse de la cama y dar una ojeada desde el balcón. Vio gente riendo yendo en ambos sentidos ataviados para la ocasión.

Pensó, «¡Hoy más de uno llorará como yo de pena entre los gozosos!». Titubea, entre vestirse y salir, o quedarse en cama y dormir. Al final, todos la ignorarán como siempre.

Miró el celular sobre la mesa de noche. Tal vez, debería contestar el mensaje que con seguridad tendría de su padre. Así que con desgano lo enciende.

Sí, allí entre casi un centenar de mensajes halló el de su padre invitándola a cenar. Notó por primera vez con asombro como era efusiva y masivamente felicitada por cumplir año.

Lloró sin poder evitarlo. Quizás, era un regalo proveniente del cielo. O tal vez, solo era un gesto transitivo de estima de la gente que apreciaba a su madre. De todos modos, la convergencia inexplicable de felicitaciones, es un recordatorio de la existencia de los milagros, sin importar que tan grande o pequeños parezcan.

Entonces entendió como el amor de una madre es capaz de transcender a la muerte misma y dar el mejor regalo.