Nadie está obligado a estar allí, pero Ninguno se atreve a dar el primer paso para abandonar la sala. Todos lo mira con admiración al juzgar al pusilánime intentar cruzar la estrecha puerta.

Una fuerte voz lo llama por su nombre ordenándole detenerse.

Nadie observa la valentía con que Ninguno actúa.

Todos se inquieta, y voltea al lado contrario en espera de lo que hará Alguien con ínfula de jefe.

El ambiente es sutilmente tenso ante un potencial conflicto por desatarse.

Nadie está impávido, parece una estatua inexpresiva y resignado a que Alguien domine el escenario. Al final Todos lo apoya y Ninguno es incapaz de enfrentarle.

Además, afuera están quienes solo son números para el sistema. Al menos en la blanca sala, los comúnmente nominados, se distinguen de Otros en propósito.

Otros ejerce el poder absoluto aniquilador de la esencia distintiva de seres sin almas ni nombres.

En aquella sala tanto Nadie, Alguien, Todos y Ninguno están a salvos de perder el último vestigio de una identidad, aunque sea común. Ellos como Otros, son los únicos con una historia que excede a la condena de ser numerado al factor más reducible e indiferenciado.

Todos quiere restaurar el orden perdido, Alguien intenta liderar la acción, mientras Nadie hace nada cuando Ninguno quiere frenar a Otros en la malévola acción de tratar a los demás como simples estadísticas sin almas.

El problema es que los demás, los innominados, son los únicos fuera de la sala aspirando a ser como Otros.