En el abismo

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Al borde de la cama, yacía pesadamente el orgullo maltratado de un hombre acostumbrado a valerse por sí mismo. Las arduas faenas en días interminables, si bien lo hicieron como Hércules, al ser total humano, también entretejieron aunado con malos hábitos las causas que lograron derribarlo a la merced de los demás.

Ahora, al igual que Sansón, estaba trasquilado y sin fuerza.

No recordaba la tarde en que los chavales traviesos de la finca de al lado lo hallaron sin sentido entre los platanales.

Apenas podía sostener con intermitencia el peso de los párpados. Tal como si se tratara de una escena animada con sucesión tarjetas antiguas, veía transcurrir en escala discontinua de gris, las atenciones de la mujer madre de sus hijos ya ausentes.

Veía como ella lo miraba balbuceando entre dientes frases que no llegaba a entender, mientras le introducía la cuchara con sopa tibia. Lloraba a secas. La humedad en las comisuras de sus grises y desgastados ojos no era suficiente para limpiar el alma a través de saladas lágrimas.

La culpa lo inundaba. Pero lo peor, era la incapacidad para expresar arrepentimiento por actos arrogantes. El rostro impávido ocultaba detrás, un desvanecimiento del otrora espíritu indomable.

La sonrisa incipiente y tenue apreciada después de los sorbos forzados hacía retroceder por instantes la fragilidad cada vez más penetrante hacia la templanza de la menguada soberbia.

Intentaba comprender las palabras de quien amó con locura. ¿Compasión o burla? No supo cómo juzgar sus atenciones.

Él, atado y amordazado con invisibles cuerdas, estaba más que confundido. ¡Hasta cuando!, gritaba en la prisión en que se había tornado su cuerpo en los breves momentos de lucidez.

Sin noción del tiempo transcurrido, escuchó de repente los susurros de mucha gente alrededor. Sin poder mover ni siquiera el meñique, hizo el esfuerzo, tal Ulises amarrado al mástil de la vida, por contener la cordura.

La oscuridad total se hizo presente, y la horrible sensación de asfixia provocó la reacción en cadena en cada célula, reanimándolo para la lucha una vez más.

Golpeó las paredes a pesar escaso espacio, y por primera vez en semanas pudo articular palabras de ayuda.

No obstante, nadie respondió.

Quizás nunca debió recibir el bebedizo en aquella tarde soleada, cuando su exmujer volvió a casa para ultimar los detalles de la venta de la finca.

Fin

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Un cuento original de @janaveda

la imagen fue generada por Stable Difussion 2.1 y editadas por mí.

Licencia CC01.0 de Creative Commons

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Muchas gracias por leerme, espero sea de su agrado.



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