Tocan el timbre, y al ver a través del ojo de la puerta, unos niños pintorreados dicen fuerte y claro: truco o trato. ¡Noche de brujas! ¿Quién cree en tal cosa? ¡Niños molestosos!

¡Bueno! Recuerdo tal como si fuera un sueño, mejor, una pesadilla, el día en que desapareció Clarisa. Ella tendría unos nueve años, y yo once. Aquella noche, mi madre nos dijo, por nada del mundo salgan al porche, las brujas están sueltas y se los pueden llevar.

¿Llevar a dónde? Pregunté escéptico. Ya no creía en mi madre, luego del fiasco del niño Jesús y de Santa Klaus del diciembre pasado. ¿Cómo pude creerle que un viejo panzón vestido de rojo, de barba blanca como la nieve, podría bajar por la chimenea y dejar regalos en el árbol? En mi caso, imposible puesto nuestro hogar carecía de este, así que la tarea era del niño Jesús, quien dejaría juguetes de bajo de la cama. ¡Bah… los pillé! Siempre fueron ellos, papá y mamá, una desilusión que me hizo desconfiado.

Así que, al primer descuido, desobedecimos, queríamos ver la luna llena. Primero salió Clarisa, y yo, un rato después, para no despertar sospechas. El problema fue mayúsculo al enfrentarme con que mi prima había desaparecido, mientras escuchaba a una risa chillona a lo lejos. De la tragedia, ya van veinte años, sin pistas algunas. ¿Quién la secuestraría? ¡Por supuesto, qué brujas no!

Los rostros de espantos de mi madre y tía, aunado con los lamentos y recriminaciones, aún me atormentan, por eso me hice detective, con la convicción de que, tarde o temprano, esclarecería los hechos. Claro, no tengo esperanzas de hallar con vida a Clarisa, pero si puedo… la vengaré con gusto.

¡Qué raro! ¡Ya no escucho a los niños! Pero… el tono chillón de esa risa alejándose, me es familiar. Saldré a buscarlos. ¿Dónde estarán sus padres? ¡Pensar en que a ellos les pueda pasar lo que a Clarisa! No… ¡Imposible!

¡Santo cielo! ¡No son niños, son duendes con ojos saltones y dientes afilados, y están rodeándome! La luna está inmensa, y para colmo, está comenzando el eclipse, tal como aquella noche en que la vería con Clarisa.

¡Engendros del demonio!, ¿dígame dónde están los restos de mi prima? ¡Si no quieren que le descargué los dos cargadores de mi pistola!

¡Qué frío… me hiela la espalda!

¡Clarisa! ¿Eres tú? ¡Apenas has cambiado! ¿Por qué ríes así? ¡Pensé en que te habían secuestrado! ¡Tus ojos son exageradamente negros y grandes! Veo la luna está en ellos, siendo engullida.

¡Calla! ¡Tú no eres Clarisa, eres la bruja! ¡Toma…! ¡Muere desgraciada! ¡Aunque sea lo último que haga!

Desde entonces, nadie supo del paradero del detective. Cuenta la leyenda, que se lo llevó Clarisa, la bruja del eclipse de luna.