Imagen de la mujer en "Ojos de perro azul" (homenaje a Gabriel García Márquez)

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Hoy, 6 de marzo, estaría cumpliendo 97 años el colombiano Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, nacido en 1927, uno de los más importantes narradores latinoamericanos y universales, tanto escritor de cuentos como de novelas, además de reconocido periodista y guionista de cine.


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Gabriel García Márquez - Fuente


Han de ser casi innumerables los trabajos escritos acerca de su amplísima obra, y en particular de sus cuentos. Yo quisiera fijar en este post mi mirada en uno de ellos, de los que conservo en mi memoria afectiva con más cariño: Ojos de perro azul, perteneciente a su colección de cuentos titulada con ese nombre, publicada por primera vez en 1972.

Si bien es un relato donde destacan temas como la soledad, el amor, entre los principales, me interesa atender a la presencia de la mujer en él. Propósito que intentaré abordar desde la reproducción de algunos fragmentos del cuento.

Diré previamente que narra, desde la perspectiva en primera persona de un protagonista masculino, la ensoñación recurrente de este con una atractiva mujer que lo visita en sueños, y actúa dentro de ellos, en el ambiente de ambigüedad y labilidad propio de lo onírico.


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Fuente


Entonces me miró. Yo creía que me miraba por primera vez. Pero luego, cuando dio la vuelta por detrás del velador y yo seguía sintiendo sobre el hombro, a mis espaldas, su resbaladiza y oleosa mirada, comprendí que era yo quien la miraba por primera vez.

Le veía los párpados iluminados como todas las noches. Fue entonces cuando recordé lo de siempre, cuando le dije: «Ojos de perro azul». Ella me dijo, sin retirar la mano del velador: «Eso. Ya no lo olvidaremos nunca». Salió de la órbita suspirando: «Ojos de perro azul. He escrito eso por todas partes».

La vi empolvarse la nariz. Cuando acabó de hacerlo, cerró la cajita y volvió a ponerse en pie y caminó de nuevo hacia el velador, diciendo: «Temo que alguien sueñe con esta habitación y me revuelva mis cosas»; y tendió sobre la llama la misma mano larga y trémula que había estado calentado antes de sentarse al espejo.

«Creo que me voy a enfriar —dijo—. Esta debe ser una ciudad helada». Volvió el rostro de perfil y su piel de cobre al rojo se volvió repentinamente triste. «Haz algo contra eso», dije. Y ella empezó a desvestirse, pieza por pieza, empezando por arriba; por el corpiño. Le dije: «Voy a voltearme contra la pared». Ella dijo: «No. De todos modos me verás, como me viste cuando estabas de espaldas». Y no había acabado de decirlo cuando ya estaba desvestida casi por completo, con la llama lamiéndole la larga piel de cobre.

Yo dije: «A veces, en otros sueños, he creído que no eres sino una estatuilla de bronce en el rincón de algún museo. Tal vez por eso sientes frío». Y ella dijo: «A veces, cuando me duermo sobre el corazón, siento que el cuerpo se me vuelve hueco y la piel como una lámina. Entonces, cuando la sangre me golpea por dentro, es como si alguien me estuviera llamando con los nudillos en el vientre y siento mi propio sonido de cobre en la cama. Es como si fuera así como tú dices: de metal laminado». Se acercó más al velador. «Me habría gustado oírte», dije. Y ella dijo: «Si alguna vez nos encontramos pon el oído en mis costillas, cuando me duerma sobre el lado izquierdo, y me oirás resonar. Siempre he deseado que lo hagas alguna vez». La oí respirar hondo mientras hablaba.


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Escultura de Benjamin Victor - Fuente


Yo estaba todavía parado frente al velador cuando me quedé mirándola de pronto. La miré de arriba abajo y todavía era de cobre; pero no ya de metal duro y frío, sino de cobre amarillo, blando, maleable. «Me gustaría tocarte», volví a decir. (...) Y ella dijo: «Lo echarías todo a perder —volvió a decir, antes que yo pudiera tocarla—. «Tal vez, si das la vuelta por detrás del velador, despertaríamos sobresaltados quién sabe en qué parte del mundo». Pero yo insistí: «No importa». Y ella dijo: «Si diéramos vuelta a la almohada, volveríamos a encontrarnos. Pero tú, cuando despiertes, lo habrás olvidado».

Yo me dirigí hacia la puerta. Cuando tenía agarrada la manivela, oí otra vez su voz igual, invariable: «No abras esa puerta —dijo—. El corredor está lleno de sueños difíciles». Y yo le dije: «Cómo lo sabes?». Y ella me dijo: «Porque hace un momento estuve allí y tuve que regresar cuando descubrí que estaba dormida sobre el corazón». Yo tenía la puerta entreabierta. Moví un poco la hoja y un airecillo frío y tenue me trajo un fresco olor a tierra vegetal, a campo húmedo. Ella habló otra vez. Yo di la vuelta, moviendo todavía la hoja montada en goznes silenciosos, y le dije: «Creo que no hay ningún corredor aquí afuera. Siento el olor del campo». Y ella, un poco lejana ya, me dijo: «Conozco esto más que tú. Lo que pasa es que allá afuera está una mujer soñando con el campo». Se cruzó de brazos sobre la llama. Siguió hablando: «Es esa mujer que siempre ha deseado tener una casa en el campo y nunca ha podido salir de la ciudad».

Afuera el viento aleteó un instante, se quedó quieto después y se oyó la respiración de un durmiente que acababa de darse vuelta en la cama. El viento del campo se suspendió. Ya no hubo más olores. «Mañana te reconoceré por eso —dije—. Te reconoceré cuando vea en la calle una mujer que escriba en las paredes: “Ojos de perro azul”». Y ella, con una sonrisa triste —que era ya una sonrisa de entrega a lo imposible, a lo inalcanzable—, dijo: «Sin embargo no recordarás nada durante el día». Y volvió a poner las manos sobre el velador, con el semblante oscurecido por una niebla amarga: «Eres el único hombre que, al despertar, no recuerda nada de lo que ha soñado».


Resulta difícil comentar, aunque sea un tema en específico como el indicado —la mujer—, con una presentación parcelada del cuento. Así que recomiendo a quien no lo ha leído que lo haga, y a quien quiera recordarlo también; para ello pueden ir a la versión digital que suministro en las referencias.

Sin duda, todo el cuento tiene como motivo central la presencia de esta extraña y hermosa mujer. Ahora, se trata de una "presencia" transpuesta a través del sueño. Es en los sueños del protagonista —aunque casi podríamos decir que en el de la mujer igualmente— que se hace presente la mujer, que tiene el carácter inasible, pero vívido de lo onírico, sin embargo, manifestada con la sensorialidad visual, olfativa y táctil que la hace "realidad" deseada.

En un ambiente nocturno, con la insinuación especular (del espejo) y la luz de la lámpara de noche (el velador), la mujer toma cuerpo casi como una diosa caribeña —tropical, cobriza, sensual— cual escultura, y el atrayente azul de sus ojos —apasionados o tristes—. Es el "oscuro objeto del deseo" para el protagonista. Pero que se comporta en ella como vitalidad anhelante, a la vez que desconocida u olvidada. Es la conciencia de lo inalcanzable, que volverá sólo al ser soñada.

Uno de los aspectos más atractivos y hermosos de este cuento, aparte de lo fantástico (no diría de "realismo mágico"), es su talante poético, rondando lo surrealista, en una visión narrativa y un lenguaje especiales, haciendo de él uno de los cuentos más líricos de los escritos por el maestro García Márquez.


Referencias:
García Márquez, Gabriel (1980). Ojos de perro azul. España: Edit. Bruguera.
https://ciudadseva.com/texto/ojos-de-perro-azul/


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Gracias por su lectura.




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