He aquí un lugar, donde, parafraseando a aquél grande pero desgraciado poeta español, Miguel Hernández, los venenosos perejiles extreman sus caireles.

Puede dar la casualidad, así mismo, que para alejarse, precisamente de esaos metafóricos y envenenados perejiles de los que ya nos prevenía Hernández, grandes maestros de la hermenéutica occidental, como Mircea Eliade, dieran vida al concepto de 'habitación Sambô'.

Que no vendría a ser, sino, ese refugio tan particular en el que uno se sumerge en tiempos de crisis o simplemente para alejarse momentáneamente de situaciones absurdas, miserables, hilarantes y desde luego surrealistas -como toda falsa campaña encaminada a destruir la reputación de una persona honrada- derivadas de una enfermedad bastante corriente hoy en día, cuyo nombre responde al apropiado término de estupidez, con el agravante de malicia -la mentira está a la orden del día y precisamente la propicia, soterradamente, el que más tiene que callar- que suele ser muy común en las redes sociales, donde resulta fácil engañar al personal, sobre todo cuando éste está necesitado.

Tampoco tiene por qué ser, necesariamente, una habitación; de manera, que un lugar como éste pequeño Edén, suple con creces con ese abrazo anímico, capaz de hacerte ver y comprender, que hay vida más allá de estas miserables campañas y de la basura en la que te pretenden envolver -como decía Antonio Machado, la envidia de la virtud hizo a Caín criminal y la sangre de Caín circula por el mundo a raudales- en la que por desgracia muchas pesonas de buena voluntad caen y se dejan engañar miserablemente, sobre todo cuando están detrás personajes que con tal de medrar, son capaces de cualquier cosa, incluso de robar proyectos y etiquetas de personas que las consideraban amigos, como fueron acusados en su momento y la gente parece olvidar.

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