[ENG-SPN] The sad loneliness of immortality / La triste soledad de la inmortalidad

It was built more than a thousand years ago, when one world was coming to an end and another was beginning to yawn, its first steps being slow, uncertain, fearful and certainly fickle. Like many others, whose stones have now disappeared or been transformed into fences where cattle insolently graze, their presence was also a cultural beacon that for centuries kept hope alive for some people, whose future, despite having survived the apocalyptic terrors of the year thousand, continued to be so uncertain, like that dark night of the soul that Teresa de Ávila proclaimed in her mystical closure. They say that its builders were Mozarabs: Christians who had come to these mountains, fleeing from the Muslim conquerors, as Pelayo and other survivors of the Visigothic catastrophe arrived before them.

Always in the shadow of the important monastery of San Martín de Turienzo -currently, Santo Toribio de Liébana- it was a welcoming redoubt for pilgrims and its foundations, ancient, like the myths that still survive strongly in these ancestral places, could number hundreds, perhaps thousands of stories, more or less complex and marvelous, that would make other architectural landmarks blanch with envy, perhaps considered more imposing and important. Humble and beautiful, like an enchanted maiden sheltered by these mountains, she continues to watch time go by and in her melancholic monologue, she knows of the sad loneliness that always accompanies immortality.

Fue levantada hace más de mil años, cuando un mundo tocaba a su fin y otro comenzaba a bostezar, siendo sus primeros pasos lentos, inseguros, temerosos y ciertamente, inconstantes. Como muchas otras, hoy desaparecidas o transformadas sus piedras en cercados donde pasta insolentemente el ganado, su presencia fue también un faro cultural que durante siglos mantuvo viva la esperanza para unas gentes, cuyo futuro, a pesar de haber sobrevivido a los terrores apocalípticos del año mil, continuaba siendo tan incierto, como esa oscura noche del alma que pregonaba en su mística clausura, Teresa de Ávila. Dicen, que sus constructores fueron mozárabes: cristianos que habían llegado a estas montañas, huyendo de los conquistadores musulmanes, como antes que ellos, llegaron Pelayo y otros sobrevivientes de la catástrofe visigoda.

Siempre a la sombra del importante monasterio de San Martín de Turienzo -en la actualidad, Santo Toribio de Liébana- fue acogedor reducto de peregrinos y sus cimientos, antiguos, como los mitos que todavía sobreviven con fuerza por estos ancestrales parajes, podrían contar cientos, quizás miles de historias, más o menos complejas y maravillosas, que harían empalidecer de envidia a otros hitos arquitectónicos, considerados, quizás, más imponentes e importantes. Humilde y hermosa, cual doncella encantada al cobijo de estas montañas, continúa contemplando el tiempo pasar y en su melancólico monólogo, sabe de la triste soledad que acompaña siempre a la inmortalidad.

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