Apenas se cumplen dos meses de su embarque en ese metafórico Titanic, cuyo misterioso capitán –de nombre Caronte y nacido, según certifica la partida de nacimiento elaborada en los Juzgados de Primera Instancia de la Mitología Clásica, de padre Erebo y madre Noche- sin desviar ni un ápice de grado su rumbo hacia el Oeste, donde la invitó amablemente a desembarcar, en otro metafórico iceberg, de nombre Hades.

Se llamaba María Teresa, siendo López su primer apellido y si bien la cigüeña había querido que naciera en Argentina, toda su vida –hasta el momento en el que la insobornable y adusta Átropos, consultando su reloj de arena, cortó el hilo vital cuando el último grano marcaba los 89 años- se desarrolló en esa perla de la legendaria Al-Ándalus, que es Córdoba, en cuya Mezquita hicieron los cristianos lo que recientemente acaba de hacer el presidente turco, Erdogán, con la basílica bizantina de Santa Sofía.

Su nombre, posiblemente a muchos no les diga nada, pero si añadimos el apelativo de la Chiquita Piconera, que en 1929, apenas siendo una adolescente la convirtió en la Musa del pintor cordobés Julio Romero de Torres –por favor, s’il vous prés, please, no confundir con el famoso torero, que cuando entraba a matar, el estoque generalmente terminaba en los cuartos traseros del morlaco- en el icono secreto de hipócritas miuras que practicaban en solitario el vicio de encender los fuegos de Onán y en la envidia inconfesable de las pulcras damas de la sección femenina, pero que, si nos fijamos más allá de la belleza, en la enigmática inteligencia de su mirada, tan cautivadora o más que la de la propia Mona Lisa, veremos, con pesadumbre, que pagó un alto precio por ser inocente cordero en los altares del Arte.

Ignoro si fue el coronavirus quien la visitó en la residencia de la tercera edad donde pasó sus últimos años o simplemente se trató de un agostamiento coronario, como suele constar en la práctica totalidad de los certificados de defunción, pero sí sé que esa Mujer, esa Señora, bien merece un aplauso y el honor de figurar en lugares culturales, como el Museo de Cera de Madrid, como así me consta, compartiendo protagonismo con la Maja de Goya y las Meninas de Velázquez.

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