La mirilla del 551 - Relato

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La mirilla del 551

Tenía algo que la llamaba, siempre que caminaba por el pasillo y observaba la puerta, no podía evitar dirigirse hasta ella y asomar un ojo color café y tristeza por la mirilla. Después de mirar el rellano de la escalera por tiempo indefinido, al fin apartaba la mirada y volvía a dedicarse a lo que estuviese haciendo. En este caso, cocinar.

Empezó a cortar los dos extremos de los ajos para poder pelarlos porque sino empezaba a desesperarse y sonrió de forma nerviosa cuando vio el montón de pedacitos de ajo que había podido recuperar. Estaba tratando, en realidad, de distraerse, de evitar el impulso que le aconsejaba caminar unos metros a la derecha, donde se encontraba la puerta principal y la… mirilla.

Por lo general no solía estar tan nerviosa, mucho menos en la comodidad de su hogar, pero ese día era diferente, Marta no cocinaba para ella sola, sino para dos. Quería que todo estuviera perfecto, que nada arruinara su noche, mucho menos…

—¡Auch! —gritó después de hacerse un profundo corte en el dedo, luego fue a contestar la llamada—. ¿Si? No, no te preocupes. De verdad.

Marta colgó el teléfono y fue a buscar una curita. El dolor era insoportable pero su rostro estaba sereno, una costumbre que había adquirido con el tiempo. Respirar profundo, esperar, seguir. No, claro que no estaba molesta. ¿Por qué habría de estarlo? Al final cocinaría para ella nada más, qué importaba, podía enfrentar la soledad del comedor. Después de todo, estaba acostumbrada.

Ya no sentía hambre, pero siguió haciendo la cena. Agregó el bendito ajo a la comida y sonrió, sin ganas. Cuando apagó la estufa, dispuesta a retirarse a su habitación, escuchó algo fuera del apartamento. En concreto, escuchó que las luces del rellano se encendían. Eso solo ocurría cuando una persona se paraba afuera, ¿Quién podía ser?

Sin meditarlo, volvió a acercarse a la puerta. Volvió a asomar un ojo por la mirilla. Volvió a mirar el rellano de la escalera. Estaba vacío, las luces se apagaron de golpe.

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Robert

Conduce por la autopista y siente deseos de llamarla. Ella atiende el teléfono sin demostrar ninguna emoción en su voz. No sabe decir si es un defecto de Marta, esa máscara imperturbable que no dejaba entrever lo que siente o piensa. De todos modos, eso le gusta. No es como otras personas que el conoce, no grita a la primera por la aparición de una araña ni pierde la cabeza cuando se avecinan problemas.

Le resulta fascinante lo fría que puede llegar a ser, y, aún así, verla demostrándole su cariño y el esfuerzo que pone en la relación. Si eso no es amor, no estaba seguro de qué podía ser.

—¿Si? —dijo ella cuando atendió el teléfono. Por alguna razón, siente deseos de ocultarle la verdad. Por esta vez, quiere darle un matiz diferente a su tono de voz. ¿Enfado? ¿Tristeza? ¿Sorpresa? Cualquier cosa. Por eso miente. Aunque, después de hacerlo, se siente como un tonto.

—Lo siento mucho, ¿estás molesta?

—No, no, no te preocupes.

Él sonríe.

—¡Esta mujer!

Sigue conduciendo con una rosa roja en el asiento y pronto llega al complejo de apartamentos. Mientras sube las escaleras de la torre 13 y las luces de los rellanos se encienden y apagan a su paso, siente el olor de su perfume. ¿Se colocó demasiado? No, está bien. Arregla la rosa en el papel decorativo y llega hasta la puerta 551. Toca el timbre, espera, espera y espera, pero nadie responde.

Cuando coloca la mano en la puerta, esta se abre. Entra con cuidado y se encuentra con Marta en un estado que lo asusta. Está en el suelo, temblando de pies a cabeza, abrazándose las piernas.

—¡Marta!

Un robo, piensa. Pero Marta no responde, solo mira hacia el frente, hacia el rellano de la escalera. Robert sale, pero no encuentra nada, no ve a nadie. Vuelve a entrar y cierra la puerta, pero Marta no aparta la mirada de ella, y cuando él va a tocar su mano para besarla, ella la quita con cuidado y, sin expresión en el rostro, la señala.

Robert sigue la dirección que apunta su dedo y piensa que no hay nada extraño afuera, pero antes de notarlo, ya está de pie, en dirección hacia la puerta, hacia la mirilla que, viéndola bien, parece estar llamándolo. Asoma uno de sus ojos azules por ella y se queda inmóvil, a la espera.

Las luces del rellano se encienden, y Robert ve la vida pasar frente a sus ojos, en los ojos de la bestia. En un rincón del suelo, Marta sonríe.

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Buen relato, de logrado suspenso, presentado desde dos perspectivas distintas que lo enriquecen y le dan más ambigüedad y sugerencia a su contenido, especialmente a su final. Gracias y saludos, @mariart1.

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¡Me encantó la forma en que enfocaste la historia, que además está muy bien lograda! 👏👏👏

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