LOS SONIDOS DE LA CASA (II parte)

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Hace una semana había iniciado un ensayo en el que abordaba el tema de los sonidos y su relación con la memoria y los recuerdos.

Si deseas, puedes leer la primera parte aquí.

Aprovecho ahora para colocar la segunda y última parte, sin antes dejar de señalar la amplitud y las posibilidades de extensión del tema.

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LOS SONIDOS DE LA CASA II

Generalmente somos capaces de distinguir un ruido conocido en nuestra ciudad o percibir la diferencia de estos sonidos cuando vamos al campo o a otra ciudad. De modo que la memoria de los sonidos viaja también con nosotros.

En estos días, una persona que es contacto de mi Facebook, publicó con una nota muy emotiva un video para destacar el sonido de las chicharras en Venezuela que ella extraña desde Europa. Esta idea abre un compás amplio al concepto de los sonidos y su relación con la memoria y la patria.

Y esta afirmación podría conectarse con el sonido de nuestros acentos, las distinciones de un lugar a otro y que a veces queremos generalizar, pero sobran consideraciones para notar sus propias particularidades. Dice Luis Yslas, con mucha razón, que: “Vamos siendo según el modo como sonamos. Y aunque las modulaciones varíen con los años y las mudanzas, la patria siempre será una voz que nos delate.” Así, podríamos concluir que, todavía más, no solo somos los sonidos que llevamos en la memoria sino los sonidos que producimos.

Como la de Miguel Hernández en su momento, descrita en su poema “Canción última”, nuestra casa está coloreada de “pasiones y desgracias”; pues ha sido llevada al llanto arrastrando la ruidosa mesa, apelando, con esa imagen sónica, a la irrupción en la interioridad de los hogares y al compartir familiar; aunque pide la esperanza pues, como sostiene en “El rayo que no cesa”, lleva en el cuello “un vendaval sonoro”, para contrastar la armonía con el ruido producido por la irrupción de la violencia.

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En lo personal, puedo referir que siempre me pasaba, cuando vivía en Charallave, que, aunque viajase dormido, supiese que ya llegaba a Plaza Venezuela solo por el ruido. Es un poco impreciso de determinar, pero la combinación del ruido de los buses tipo encava, las motos, las bocinas de los autos, los pájaros cantando, la algarabía, hasta los sonidos profundos del metro en esa estación y los susurros, produjeran una atmósfera que podía distinguir con facilidad en el recorrido que iba desde el embalse de la mariposa. Incluso, mucho más notorio el sonido distintivo de Plaza Venezuela que el de Coche, que por alguna razón indefinida, me remitía a la tranquilidad de Charallave. Aunque en particular, siempre me ha gustado más el sonido de Cumaná: entre tranquilidad y algarabía. El viento, en Cumaná, hace una aportación especial. Y se nota bastante en su propio mercado, cercano al mar, como todo allá. Y cuando se está frente al mar, por cierto, pareciera que no se involucrara el sonido de la ciudad, como si respetara sus límites; lo que no ocurre, por ejemplo, en las playas de Margarita.

De manera que cuando salimos del país, la memoria de los sonidos viaja también con nosotros, por ello lo hacemos también tratando de hallar algo de esos sonidos que nos remiten a tranquilidad o bienestar.

En mi caso, en Nueva Cajamarca, he encontrado sonidos similares a los de zonas rurales de Sucre, los hombres labrando la tierra, las mujeres gritando a los hijos, los gallos dando sus avisos, los perros ladrando a lo desconocido, el silencio cuando aparece la luna. En cambio, en Moyobamba, he hallado sonidos cumaneses. Acá en Moyo, sabemos que agosto y en estos días de septiembre, las chicharras sabotean nuestras clases al ir cayendo la tarde. Ahora mismo, mientras leo en Whitman “aquí estoy solo, frente a la estridencia del mundo, / altisonante y hablando aquí con aromáticas palabras, / sin rubor alguno”, el cielo está nublado, la lluvia no va a ser igual, pero los truenos y el sonido del agua cayendo sobre los techos me devuelven a mi jardín, el que dejé aún sin cultivar, y me devuelven algo de tranquilidad.

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Muy interesante reflexión, y es que usamos tanto la vista para reconocer nuestro entorno que a veces olvidamos que los demás sentidos también están activos recopilando información, aunque no seamos conscientes de ello.

Pd. Te faltó colocar la fuente de la segunda imagen.

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Sí, es así; parece que los sonidos operan en nuestra mente de manera inconsciente. Me alegra tu comentario y te agradezco por la oportuna observación sobre la imagen. Un gusto pasearme por tu blog. Saludos.

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