_Ready! You're beautiful! -said my mom with satisfaction. Without knowing how, I said quietly to my mom:

_Put a mole near my lip, mom! -Even though my mom looked at me with surprise, she took the eyebrow pencil and put a small circle on the corner of my upper lip.

Then she gave me the mirror to look at myself. I had never looked so beautiful and real in my life. That abstract and strange image I had of my face changed completely with that mole: with that mole I was identical to my father. So it was that in that instant, like the hero who puts on his cape or takes off his glasses, that mole made with eyebrow paint made me bring out my winning potential, more fierce and unstoppable.

Then I participated in the carnival reign and won: I took the crown. My family was in the audience and shouted my name. My dad shouted excitedly:

_That's my daughter, that's my daughter.

And I knew it was, I always knew I was his daughter, but I wanted no one to have any doubts.

All images are free to use and the text is my own, translated in Deepl.

Thank you for your comment and see you next time, friends.

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La marca de la familia
Por esas cosas que no logran tener explicación, desde que nací se creyó que mi padre, no era realmente mi padre biológico. Según mi familia, yo era demasiado blanca, con rasgos diferentes a los de la familia paterna, era muy pequeña y fina, de cabello ondulado y castaño oscuro, y porque muy especialmente, no tenía la marca de nacimiento que tenían todas mis primas y mis hermanas: un pequeño lunar en la comisura de la boca. Marca emblemática que tenía casi toda mi familia paterna.

Nunca supe hasta qué punto esta aseveración, que manejaban a veces como si fuera chiste, pudiera molestarle a mi madre, ya que se ponía en duda su fidelidad a mi padre y su honra. Lo que sí recuerdo es que a mí, aquella afirmación, me molestaba mucho:

_¡Esta muchachita no se parece en nada al padre ni a nadie de la familia! –decían mis tías en cualquier reunión familiar. Yo era muy pequeña para discutir con un adulto, por lo que a veces me quedaba callada o en el peor de los casos salía corriendo o me metía entre las faldas de mi mamá y me ponía a llorar.

Lejos de parar con aquel disparate y dejando claro que algunas veces los adultos no obran de manera inteligente, repetían cada vez que podían que tal vez yo había sido adoptada, o alguien me había dejado abandonada en la puerta de la casa y madre me había recogido. Sus constantes bromas se convirtieron en un martillo para mis oídos de niña y una inquietud que me apretaba el pecho a toda hora.

Mientras iba creciendo, tuve que soportar que cuando mi padre nos presentaba a mis hermanas y a mí como sus hijas, no faltaba alguien que dijera, de manera indiscreta, que las otras tres hijas (mis hermanas) se parecían a él y que yo no.

_Sí, esta es la que menos se parece físicamente, pero es la única que se parece a mí en el carácter. –acotaba mi papá siempre y yo me preguntaba dentro de mí, qué será el carácter, dónde lo tengo, que nadie lo ve, solo mi papá.
A todas estas, mis hermanas no se quedaban atrás y siempre me hacían sentir el patito feo de la casa, la diferente:

_¡Es que tú no tienes el cabello como nosotras! ¡Nuestros ojos son diferentes! ¡Eres la más bajita y pálida de todas!-repetían cada vez que podían y debo reconocer que en mis años de niña me fui sintiendo como una obra de Picasso, Miró o Pollock: toda yo estaba fragmentada o distorsionada.

Cuando estudiaba 4 grado fui seleccionada para representar mi salón como reina de los carnavales del colegio. Mi elección cayó de sorpresa en casa, especialmente a mis hermanas que jamás habían sido seleccionadas para participar en ningún concurso de belleza. Al principio, mi participación me pareció una mala idea, pero mi madre estaba tan feliz porque había sido seleccionada, que preferí aceptar todo calladamente. También porque de una u otra forma sentía que estaba dejando de ser la sombra de mis hermanas.

Recuerdo que el día del evento, antes de ponerme el vestido, mi madre comenzó a maquillarme con sus pinturas. Tomaba la paleta de colores e iba rozando mi rostro con las brochas y los pinceles. Con cada trazo de pintura se alejaba y se acercaba como si yo fuera un lienzo y ella un artista. Cuando terminó, sus ojos se iluminaron como si estuvieran viendo algo increíble:
_¡Listo. Quedaste hermosa! –afirmó mi mamá con satisfacción. Sin saber cómo, le dije bajito a mi mamá:
_¡Ponme un lunar cerca del labio, mamá! –aunque mi mamá me miró con sorpresa, tomó el lápiz de ceja y me puso un circulito pequeño en la comisura del labio superior.

Luego me dio el espejo para que me mirara. En mi vida nunca me había visto tan bonita y real. Esa imagen abstracta y extraña que tenía de mi rostro, cambió completamente con aquel lunar: con aquel lunar era idéntica a mi papá. Fue así, que en ese instante, como el héroe que se pone su capa o se quita los lentes, aquel lunar hecho con pintura de ceja me hizo sacar mi potencial ganador, más feroz e imparable.
Entonces participé en el reinado de los carnavales y gané: me alcé con la corona. Mi familia estaba entre el público y gritaba mi nombre. Mi papá, gritaba emocionado:

_Esa es mi hija, esa es mi hija.

Y yo sabía que sí, siempre supe que era su hija, pero quería que nadie tuviera dudas.