El suave sabor de la carne (Relato corto)
El suave sabor de la carne
_¡Aprendan a mí! ¡La carne solo sirve para intoxicar el cuerpo! –repetía, mientras que por los dedos de sus amigos chorreaba el jugo de la carne término medio.
_¡Tu vida debe ser tan insípida, Alberto, como la de un conejo! –se burlaban todos al verlo comer lechugas, calabacines y acelgas.
Pero a la vida de Don Alberto llegó Ana. Venía del campo y su madrina, quien era la cocinera de una familia aristócrata, le había prometido trabajo en casa de gente rica:
_¡Ya verás cómo consigues trabajo y ganas dinerito para que ayudes a tu familia! –le había prometido y le había cumplido: pronto Ana se había convertido en la cocinera de Don Alberto, hombre solo, con fama de gustos refinados:
_¡Oh, Ana, hoy me quiero deleitar con un ceviche de palmito! –se relamía Don Alberto como si el ácido del vinagre fuera dulce para sus amígdalas. Otras veces pedía:
_¡Qué tal si hoy me sorprendes con una lasaña de verduras frescas y asadas, o unos ñoquis de espinaca con lluvia de quinoa y sésamo! –preguntaba Alberto como si su paladar fuera una fiesta de verdes alimentos.
Aunque la joven de 20 años no estaba acostumbrada a aquellos sabores, tenía la habilidad que deja cocinar desde pequeña. Así que con su maestría volvía gustoso los platos más insulsos: mieles para las ensaladas, quesos para las masas, almendras ralladas para los vegetales, pimienta guayabita para aromatizar los caldos. Don Alberto se deleitaba con aquellos manjares hechos por las manos expertas de Ana.
Pero una noche, Don Alberto entró a la cocina y halló a Ana en plena faena entre sartenes y guisos.
Pegado a su pecho, Ana tenía el mortero que temblaba mientras sus brazos desnudos molían circularmente condimentos aromáticos que luego, como una lluvia, esparció sobre la carne cruda. Después masajeó, palpó la carne que botó sus jugos llenos de condimentos. La sartén caliente, entonces, chirrió cuando recibió la carne que tembló con el fuego.
Desde una esquina, la boca de Don Alberto se hacía agua al ver los movimientos de Ana: sus dedos trémulos, su pecho agitado, su espalda vibrante. Se dice que fue entonces que los dientes de Don Alberto mordieron, por primera vez, carne tierna; sus dedos se untaron de crema espesa y su paladar supo de jugos agrios y dulces. También se dice que a partir de ese momento, Don Alberto come con las manos y con glotonería que da gusto, como si tuviera un hambre de mil años. También, que puntualmente Ana, cada fin de semana, manda dinero a su familia en el campo.
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