Camino a Nuna Wari | Relato corto |

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Camino a Nuna Wari

   

    El jefe selló la carta y la dejó en manos del muchacho. Enviar aquel trozo de papel a caballo habría tardado un par de días, que era más tiempo del que se podía esperar, así que su traslado debía recaer en manos de un chasqui. Basilo había sido entrenado para desempeñar esta labor desde que aprendió a caminar, y siempre destacó por sobre el resto: entre los más rápidos él era el más rápido, por lo cual le asignaron la «importantísima misión —según señaló el jefe— de llevar este mensaje al que responde por el nombre de Hakan, en el poblado de Nuna Wari, en un tiempo máximo de un día».

    Apenas recibió el papel lo guardó y emprendió la carrera hacia Nuna Wari. La vida de un chasqui consistía, básicamente, en ir corriendo de un lugar a otro para llevar y traer encomiendas a través de caminos interconectados entre poblaciones, dispuestos únicamente para el paso de estos mensajeros. El trabajo, de carácter militar, representaba un gran honor para Basilo, sobretodo porque no cualquiera podía ser un chasqui, solo los hijos de personas de confianza al imperio tenían la oportunidad de encarar el entrenamiento.

    Corrió desde el alba hasta el ocaso, sin comer nada ni beber una gota de agua, él solo corría y pensaba en entregar la carta, después podría satisfacer todas sus demás necesidades hasta el hartazgo. No obstante, en un momento dado se detuvo de golpe, ignorando la regla principal de un chasqui que consistía en no detenerse por distracciones, a su lado otro chasqui yacía boca abajo contra el suelo. Lo conocía, era su amigo, el que respondía por el nombre de Anúk.

    —Basilo —le reconoció. Estaba tendido boca abajo en el piso, con la piel de la espalda notablemente quemada y los ojos entreabiertos y cubiertos de tierra, al igual que el resto de su rostro —, ¿qué haces? No te pares, corre, corre.

    —¿Anúk? ¿Por qué? ¿Qué pasó? —él lo suponía, había visto escenas así muchas veces en su corta vida, no era raro encontrarse a los chasquis menos fuertes o a los que tenían tareas muy exigentes sin estar suficientemente preparados, tirados a mitad de camino, víctimas de maleantes o, como en este caso, que era lo más común, de la insolación. Sin embargo, esa fue la primera vez que le tocó encontrarse de aquella forma a un amigo.

    —Tres días, sin parar… mucho calor, poca agua —comentó mientras una pequeña lágrima le brotaba de un ojo —. No te preocupes, mi amigo. Estaré bien —mintió.

    Basilo quería quedarse, llevar a su amigo hasta un tambo donde pudieran atenderle y darle un poco de agua o, al menos, acompañarlo en sus últimas horas, pero en la cabeza le sonaban las palabras: «Importantísima misión», «Tiempo máximo de un día», una y otra vez. El Sol estaba a punto de aparecer otra vez y ya había perdido valiosos minutos ahí.

    Tragó seco, arrastró a Anúk hasta la sombra de un escuálido árbol y se despidió, este solo le respondió: «Corre, Basilo. Corre» con la mirada perdida en el cielo. Basilo corrió y llegó, una hora antes de lo esperado, a Nuna Wari, donde entregó el mensaje a quien respondía por de nombre de Hakan.



Imagen de Pixabay | MonicaVolpin

   

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