Ryadkala: el maná | Relato corto |

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Ryadkala: el maná

Este relato es una continuación de Ryadkala: grito de libertad, Ryadkala: compromisos y lealtad y Ryadkala: los campeones, y última parte de esta historia. También recomiendo leer El paladiciano: decisiones y El paladiciano: derrota para entender un poco mejor el contexto.

   

    «Tengo que llegar, tengo que llegar, tengo que llegar» repetía Saraxo do Naxoz dentro de su mente, una y otra vez; el varanocuervo, la criatura más rápida del desierto, parecía una lenta salamandra según su percepción. Había llegado hace dos semanas a la Cuna del Alacrán, castillo perteneciente a lord Adel Zuhair, sin embargo se encontró con la amarga sorpresa de que el lord ya había partido a Ryadkala, ciudad capital de Bastán, ocho días antes que él.

    «Viajar tan lejos para transmitir palabras tan oscuras —pensó y se lamentó al recordar su misión fallida —. No es momento de lamentos, ahora debes entregar el maná» concluyó. Estaba dispuesto a asumir cualquier castigo que lord Zuhair determinase, una vez el maná estuviese en buenas manos. No obstante, le era imposible dejar de pensar en la chica, Fátima; tan joven y tan amable, no se parecía en nada a su padre, estoico y estricto a más no poder.

    —Juré protegerla y fallé —lamentó otra vez. Nadie, además del varano y los médanos, podía escucharle en su tormento.

    Necesitaba descansar, llegó a un pueblo, un oasis perteneciente a las tierras de Dalia Zein, lady de Oasis Zein, alquiló una habitación en la posada y compró comida para él y el varano. Gracias a unos lugareños descubrió que estaba solo a tres días de Ryadkala. Había recorrido una gran cantidad de camino en poco tiempo. Planeó partir al amanecer y así lo hizo, apenas salió el primer rayo de sol por el horizonte preparó las provisiones y marchó. Llegó a Campoluminoso exactamente en dos días, pues recorrió el resto del trayecto sin descanso. Desde la cima de la duna cotempló el esecnario:

    El ejercito de la Revolución Bastiana alineado frente a frente contra el del lord Suleiman Gadaff, actual señor de Ryadkala y a quien ellos, liderados por Adel Zuhair, pretendían derrocar.

    —Por Slootirez —exclamó. «¿He llegado tarde?», pensó por un momento, no obstante al instante se dio cuenta de que dos hombres eran los únicos que peleaban en medio de los ejércitos: «Un combate uno a uno».

    Todos lo miraron extrañados cuando atravesó entre las filas revolucionarias, algunos ya lo conocían, otros habrían escuchado hablar de él, supuso. Ya estaba acostumbrado a las miradas desconfiadas, de todas formas un paladiciano, un hombrelagarto de Van Paladez, caminando entre humanos era algo que no se veía todos los días, a pesar de que él hubiese llegado hacía diez años ya a la Cuna del Alacrán. Siguió hasta llegar al principio de la formación, entonces lo vio:

    —Lord Zuhair —dijo a sí mismo, como un suspiro causado por el asombro. Adel Zuhair era quien luchaba contra otro soldado que, por su indumentaria, asumió que sería un miembro de la guardia personal de lord Gadaff.

    —Saraxo do Naxoz —escuchó decir a alguien, lo llamaba una voz conocida: Jabir Jarah, consejero de lord Zuhair y una especie maestro de historia y diplomacia para él.

    —Sir Jarah —saludó, haciendo una reverencia —. ¿Por qué lord Zuhair está combatiendo?

    El general chocó espadas contra el guardia de Ryadkala. Ambos eran hábiles con la espada, lord Zuhair vestía una armadura de cuero reforzado, que le daba mayor movilidad, sin embargo su contrincante portaba placas de acero que, sin dudas, le podían llegar a salvar la vida de un golpe que en otras circunstancias sería letal.

    —Porque así lo quiso lord Zuhair, un combate uno a uno por el señorío de Ryadkala —respondió él —. Pero dudo que Gadaff cumpla con su palabra si ganamos. De una u otra forma hoy habrá una batalla aquí —afirmó. Quería preguntarle sobre el maná, Saraxo lo notaba en su rostro. Del propio Jarah había aprendido a leer los rostros de los humanos.

    Las espadas chocaron en el aire una, dos, tres veces. Zuhair lanzó una estocada que falló por poco. Luego, el adversario asestó dos golpes igual de contundentes contra el escudo del lord. Pequeñas astillas volaron tras cada embate.

    —Lo tengo —le dijo. Los ojos de Jarah se abrieron como platos y esbozo lo que parecía ser una sonrisa.

    —¿En serio? ¿El maná? Es excelente, esto cambia todo, Saraxo, esto... —se detuvo de pronto, debió notar que el paladiciano no compartía su misma euforia —. ¿Dónde está lady Fátima?

    Saraxo agachó la cabeza. Las espadas siguieron sonando. Zuhair cayó y rodó por el suelo para evitar ser alcanzado por el guardia, que había perdido el casco. De pie, desarmado, el experimentado general de la Rebelión de los Elfos asestó un golpe en la mandíbula de su oponente que le voló un diente. Uno de sus soldados le arrojó otra espada. «¡¿Estás cansado, cerdo imperial?!» le gritó el general, este echó a reir.

    —¿Quién lo hizo, Saraxo? ¡¿Quién?! —Sir Jarah conocía a la niña desde su primer día de vida, y la había educado e instruido tal cual como a él.

    —Unos bandidos —el recuerdo de aquella batalla seguía fresco en su mente. ¿Cómo pudo haber sido tan estúpido para descuidar a Fátima? Más aún sabiendo que le superaban cinco a uno —. También perdí mi Mistilteinn —su arma mágica, aunque era lo que menos le importaba.

    —¿Cómo es posible, Saraxo? Eres el mejor guerrero que he visto en mi vida y tienes conocimientos arcanos —su rostro reflejaba una mezcla de ira y tristeza, justamente lo mismo que sentía él —. ¿Cómo pudiste dejar morir a lady Fátima? —esas palabras fueron más cortantes que una hoja recién afilada.

    Un sonido de metal contra metal se escuchó por todo el campo. La espada de Zuhair se encajó en la armadura del imperial, en el costado izquierdo de su torso; logró sacarla justo a tiempo para evitar ser alcanzado por un ataque del contrario, el hombre sangraba, se le veía claramente fatigado, y ahora su guardia estaba baja. «Pelear con una armadura de acero en el desierto —pensó Saraxo, de haber terminado la pelea rápidamente la historia sería diferente, pero, mientras más se tardaba, el sol de Bastán hacía estragos en él —. Está condenado». El general clavó otro golpe, esta vez en el costado derecho, después otro en el hombro, donde la armadura no le cubría. Cayó de rodillas, lord Adel Zuhair le arrebató su espada y, con una en cada mano, le rebanó la garganta.



Foto original de Pixabay | MemoryCatcher

   

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¡Gracias por leerme! Espero que te haya gustado, y gracias de antemano por tu apoyo.

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