Ryadkala: los campeones | Relato corto |

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Ryadkala: los campeones

Este relato es una continuación de Ryadkala: grito de libertad y Ryadkala: compromisos y lealtad

   

    Suleiman Gadaff, lord de Campoluminoso y Ryadkala, soberano lord protector de Bastán, lucía preocupado, como un niño a punto de recibir una paliza de su padre, Marlon habría apostado a que tenía miedo; por primera vez en Bastán se levantaba una rebelión como la que estaban enfrentando, y ahora el líder de los rebeldes había retado expresamente al lord a enfrentarse en un combate uno a uno.

    Llegaron a la puerta norte, Marlon dio orden de detener la marcha. Él e Ishaq, otro de los hombres de la guardia personal de Gadaff, fueron los primeros en salir; y ahí estaba: Adel Zuhair, el Gran General, el Troceador de Duendes, general de la Gran Guerra una vez, hoy convertido en rebelde y traidor al Imperio.

    —Milord —saludó Marlon.

    —Tú no eres Gadaff. Pedí hablar con Gadaff, no con uno de sus amantes —Ishaq desenvainó la espada ante la ofensa y vaciló con atacar.

    —¡Guarda eso! —ordenó Marlon, temía que si el rebelde llegaba a morir en medio de una audiencia, y habiendo exigido un combate uno a uno contra el lord de Bastán, los demás súbditos lo tomarían lo convertirían en mártir y terminarían teniendo un problema mayor, con más traidores uniéndose a su rebelión —. Milord, no vine acá a compartir ofensas.

    —Pues entonces el ciervo imperial que se hace llamar "lord de Bastán" debería venir a hablar conmigo, como una cortesía de lord a lord, ¿o es que acaso las viejas costumbres ya no significan nada para ustedes?

    Sus palabras llegaron hasta el otro extremo del muro de Ryadkala, pues lord Gadaff apareció. Vestía con docenas de collares, pulseras y aretes de oro, ropajes hechos especialmente para él con las más finas telas y sedas, una espada cuya vaina y pomo estabn hechos con escamas y huesos de dragón, e iba montado sobre Cortacarne, su enorme varanocuervo, que tenía que ser así de grande para poder soportar su peso, de piel tan negra como la brea y ojos y garras rojas

    —Milord, disculpe a mis hombres —dijo, de tanto oro en los brazos le costaba levantarlos, sin embargo nunca salía del palacio sin menos que lo que llevaba encima en ese momento —, mi comandante de la guardia bastiana, Marlon Ricci, no me avisó que saldría tan temprano —aquello era mentira, estaba al otro lado de la puerta y Marlon había salido primero por orden de él —. De haberlo sabido habría llegado antes.

    —"Ricci", pfff ¿Un imperial como comandante de su guardia, por qué no me sorprende? —masculló el rebelde — Gadaff, imagino que le habrán comentado acerca de mi solicitud.

    —Sí, lo hicieron —Suleiman intentaba mostrar una mirada amenazante, pero Marlon se daba cuenta de que estaba aterrado, y supuso que el rebelde también lo notaba —. ¿Por qué cree que aceptaría tal insensatez? ¿Un combate uno a uno por el señorío de Ryadkala? Tengo el doble de los hombres que usted tiene aquí, y cuatro millares de espadas vienen desde Cuna del Rey a acabar con su rebelión; cuando lo hagan tendré casi siete mil espadas a mi disposición —claro que no mencionó que esos soldados del Imperio llegarían en no menos de dos meses y que, de los que estaban en Bastán, la mayoría eran, cuando mucho, granjeros, comerciantes y herreros que no sabían sostener bien una espada —. ¿Cuántos hombres tiene usted, milord? ¿Dos mil? ¿Menos? —la falsa sonrisa de oreja a oreja no le cambiaba el semblante de piedra al lord rebelde, de la Cuna del Alacrán.

    —Mil quinientos noventa y dos, para ser exactos —respondió —. Buenos soldados del primero al último, la mitad de ellos defendieron al Imperio en la Rebelión de los Elfos. ¿La recuerda, Gadaff? Fue la guerra en la que usted se encerró en su castillo con putas y otros lujos, mientras sus hombres dejaron a sus familias atrás para derramar sangre con la esperanza de que los elfos no nos aniquilasen a todos.

    La sonrisa en el rostro de lord Gadaff desapareció casi de inmediato. El recuerdo de la Gran Guerra debía de estar regresando a su mente. Después de la rendición de los elfos, la plebe, e incluso algunos nobles, comenzaron a llamarle lord cobarde, lord escondido, lord invisible, el lord que no se presentó y demás mofas. Tuvo que ordenar silenciar a muchos súbditos dentro de Ryadkala para que las burlas cesasen, a partir de esos días se volvió más cruel, pero muy pocos volvieron a burlarse y ordenaba arrancarles la lengua y lanzar a las mazmorras a quienes insitían en hacerlo.

    —¡¿Cómo te atreves?! ¡Soy el lord protector de Bastán! ¡Soy tu señor! ¡Eres mi vasallo! ¡Debería hacer que te cuelguen en los muros por tu ofensa!

    —Hágalo. Aunque, por lo que pude ver, a milord se le da mejor crucificar a mujeres y niños inocentes —espetó

    Zuhair había logrado meterlo en su juego. Marlon presentía que Suleiman estaba a punto de cometer una impertinencia, pero lo que fuera que ordenase él tenía que obedecer. Lo de las cruces había sido algo trágico, a decir verdad; en su momento intentó disuadir por todos los medios a su lord de que aquello no sería una buena idea y que generaría el rechazo de la plebe más allá del miedo. No obstante el lord había decidido y cuando lo hacía era imposible lograr que diera marcha atrás.

    —No —dijo. Los presentes quedaron a la expectativa —. No le daré el placer de torturarle para que sus rebeldes le conviertan en un símbolo. Mañana al amanecer, su campeón contra el mío. Sin embargo, tengo una condición: cuando pierda, usted y todos sus generales deberán entregarse y serán enviados como prisioneros a la capital imperial. Es usted un hombre de palabra, Adel, conozco su reputación. Debe darme su palabra de que cumplirán con la condición.

    —Así será, Suleiman —respondió y, tras alejarse unos metros a pie, agregó: —Yo seré mi campeón. Prepare a su mejor guerrero.

    Al instante, Marlon se arrodilló frente a lord Gadaff y desenvainó su espada, sabía que tenía que ser él el guerrero que pusiera fin a la rebelión, no por Suleiman, ni por él mismo, sino por algo más grande, por el Imperio:

    —Milord, permítame acabar con este rebelde y traer la paz a sus tierras.

    —Marlon Ricci, eres un gran combatiente y un comandante excepcional —dijo el lord, procurando hablar alto, aparentemente para que el líder de los rebeldes le escuchara —, por supuesto que serás tú. El destino de Bastán no podría estar en mejores manos.



Editata por mí. Foto original de Pixabay | lukinIgor

   

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¡Gracias por leerme! Espero que te haya gustado, y gracias de antemano por tu apoyo.

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3 comments
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Tu relato me gustó mucho. Me atrapó desde el primer momento.Sigue escribiendo...

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Hola, gracias. Estoy haciendo una especie de "universo interconectado" entre varios cuentos que he escrito, así que todavía queda mucho por escribir.

Saludos.

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