Amigos, de nuevo por aquí. Espero que estén muy bien, vengo a compartir nuevas anécdotas para reírnos un rato.

El panadero

Mi primo Eurelio consiguió trabajo en una panadería cerca de su casa, él vive en una comunidad distinta a la mía. El domingo vino a visitarnos, estaba muy emocionado porque era “el panadero” en dicho lugar y los panes son muy populares ya que eran suavecitos y tenían un excelente sabor. Entonces trajo los implementos necesarios -harina de trigo, sal y levadura- para deleitarnos. Mi padre puso el horno a su disposición y allí se quedó preparándolos. Al cabo de tres horas -aproximadamente-, mi primo sacó las bandejas, pues hizo como 20 panes. Picó algunos trozos y los llevó a la sala, donde estábamos reunidos: mi mamá, mi padre y yo, cuando toqué se sentía bastante duro y, al detallarlo, se veía brilloso, aún con estos preavisos, nos aventuramos a probar, nos empezó a doler la mandíbula de tanto masticar, su contextura era elástica, estaban salados y con un sabor extraño a levadura. Nos quedamos mirando y no pudimos evitar reírnos.

Le preguntamos a mi primo que había pasado con la receta si él era el encargado de hacer los panes en su sitio de trabajo. Allí nos dijo que él nunca había hecho pan antes, que solo los vendía y que lo llamaban “panadero” por eso. En sus ratos libres iba a la cocina a observar al hornero, repitió el proceso tal como lo vio, pues se veía muy sencillo. Por eso, no entiendía lo que pasó. Mi mamá y yo tratábamos de contener la risa. El pan estaba brillante por el exceso de sal que no se había disuelto y al no seguir una proporción de ingredientes, aquello fue un desastre. Todo fue mera intuición. Sé que existe un dicho que reza: “A buen hambre, no hay pan duro”, pero con estos no pudimos (jeje). Mi primo, apenado, se fue de inmediato y a nosotros nos quedaron 19 panes incomibles. El pobre perro siempre paga las consecuencias de las comidas que no salen bien, pero esta vez tampoco pudo ayudarnos.