Cuento: Los valores

Cierto día se cruzaron los valores y concertaban una reunión para saber cómo iban cada uno en su papel en la sociedad. El primero en llegar fue la puntualidad, le siguió el respeto, luego la responsabilidad y así sucesivamente fueron todos llegando a la cita.

El amor cabizbajo y taciturno no quería pronunciar palabra, andaba con cierto aire de preocupación; la empatía le preguntó.

—¿Qué te sucede, amor, que andas apagado?

—Yo le concedo la razón —dijo cortante la paz, sin darle tiempo a responder.

—Pero, ¿por qué? Vuelve interrogar la empatía.

—¿Acaso no ves cómo anda el mundo? Interpela la solidaridad.

El amor escuchaba con la paciencia a su lado; la querella provocada por su estado y analizando muy bien sus palabras antes de hablar. Se ponía de pie y comenzó a explicar.

—Yo, que soy nombrado a diario por todos los humanos, incluso hay quienes hasta han matado a mi nombre; hoy me siento como alma en purgatorio, la sociedad actúa con benevolencia en mi nombre y cada vez estoy más frío en ellos.

Toda la sala quedó en silencio, mientras el amor caminaba con su cabeza gacha, su rostro era de un profundo dolor y frustración. La alegría quiso acercarse, pero redimió su ánimo, la tolerancia con voz entrecortada se pronunciaba diciendo:

—Creo que soy la culpable de tu dolor, amor.

—¿Por qué dices eso? -dijo el amor.

—Porque he tolerado la maldad, tanto como lo bueno.

—Entonces, en ese caso, también soy culpable —decía el respeto en tanto que se levanta.

El valor toma la palabra y los llama a la reflexión.

—Aquí no se trata de quien es culpable. Lo importante acá, es que el mundo se esta sumergiendo en una horrible descomposición social, y si al caso vamos; todos aquí tenemos culpa en algo… ¿Por qué? Porque nos hemos dormidos cual Cenicienta, nos hemos quedado relegados a nada.

La sensatez, salpicada por aquella intervención del valor, se levantaba y hacía uso de la palabra.

—No pienso defenderme, porque también asumo cierto grado de culpa, tal como lo expresa el compañero, pero no olvidemos que si en los hogares no nos usan, no hay mucho que podamos hacer. Nosotros por sí solos no afloramos y menos, si no hay quien nos riegue. Recordemos que la sociedad somos todos: personas y valores.