Los gritos de celebración se escuchaban con un eco que abrazaba aquella zona de la ciudad. La oscuridad de la friolenta noche estaba presente, al igual que la respiración apaciguada de Rosie.

Su cuerpo estaba desparramado encima de la grama mojada del parque, que estaba justo al lado de la taberna, dónde lideraban los silbidos y gritos de celebración por parte de los borrachos. Los negocios que estaban alrededor del lugar se encontraban cerrados. Las calles estaban oscuras y desoladas a excepción de un pequeño farol que reflejaba una luz amarillenta titilante.

Rosie estaba cansada, sus huesos se sentían entumecidos por la tristeza que había consumido su desgastado ser. El frío de la noche pegaba en su rostro directamente haciendo que la punta de su nariz empezara a obtener un color rojizo, mientras que sus mejillas se sentían pegajosas por las lágrimas resecas que no se había limpiado, podía sentirse su tristeza tan solo en un suspiro.
Sus finos labios temblaron una última vez antes de empezar a lloriquear en silencio, odiaba hacerlo en voz alta. Le incomodaba escucharse en su peor momento. Su mente estaba dando tantas vueltas que incluso podía sentir una punzada dolorosa en su cien, se sentía tan avergonzada por lo que había pasado horas antes. ¿Sí decía que su amor era tan puro, entonces por qué ella sentía que habían perdido el rumbo? Esa pregunta vagaba por sus pensamientos justo como un nudo gordiano.

Su relación con Máximo estaba quebrada, ellos se conocieron años atrás en el país de él cuando ella vacacionaba en las majestuosas islas Canarias en España y desde ese momento fueron inseparables, hizo lo posible para poder llevarlo a Francia con ella y dos años después ya él estaba pisando el suelo Parisino. No le fue complicado obtener trabajo, con la ayuda de Rosie pudo trabajar de mesero en la cadena de restaurantes que pertenecía a los padres de la fémina. Con el tiempo las cosas se fueron dando y su amor aparecía inquebrantable, pero ella al cumplir sus veinticinco años obtuvo un ascenso en su trabajo, lo celebraron juntos con una copa de vino y dos platos con un delicioso plato que había preparado el pelinegro.

Aunque el sueldo cambiara, los horarios también lo hicieron, Rosie debía quedarse hasta tarde algunas veces en la oficina y regresaba a arduas horas de la noche. Su tiempo con máximo empezó a reducirse tanto así que era bastante extraño los días en que compartían algo más que mínimas frases o saludos. A veces tan solo llegaba y se acostaba a dormir a su lado, claro que eso no quería decir que no se amaran, pero al ir eso avanzando sus caminos empezaron a distorsionarse. No era su culpa, ellos no tenían la culpa de que, por cumplir sus metas, debían dejar algunas otras cosas a las que estaban acostumbrados.

Una noche, Máximo se reveló. De su parte las palabras iban y venían, mientras que Rosie mantenía su cabeza cabizbaja, él tenía razón. Ella no tenía nada que objetar más que escuchar. Él no la culpaba, la entendía, pero también debía entenderlo a él. Ya no quería llevar esa rutina, pero tampoco su intención era hacer que ella renunciara a su sueño, así que simplemente recogió sus maletas y al amanecer. Solo su punzante recuerdo quedaba.

Pasaron los meses y la casa seguía igual, el polvo empezaba a acumularse, pero ella no quería tocar nada. Sabía que si lo hacía era ya darle un fin a toda la felicidad que tuvo alguna vez con su amor. El trabajo era un gran escape los días de semanas, pero cuando llegaron las vacaciones todo se volvió más oscuro y solitario. Por las tardes prendía el estéreo y danzaba escuchando los temas que disfrutaban danzar juntos mientras lágrimas saladas caían por sus mejillas.
Su aspecto no había cambiado, su belleza estaba presente como siempre. Curvas definidas y una piel acaramelada que brillaba al igual que su sedosa cabellera castaña, lo único que había cambiado eran sus ojos, seguían siendo tan grises como el cielo cuando lloviznaba, pero el brillo que caracterizaba los orbes debajo de sus tupidas cejas, se había perdido.

Ese mismo día había decidido salir a comer a casa de sus padres, pero cuando se iba a montar en su auto para regresar a casa, prendió la radio y empezó a sonar una de sus canciones favoritas que le gustaba tararearle a Máximo mientras le hacía caricias en su enrulado cabello castaño. La sensación que sintió fue tan agridulce que tuvo que chasquear su lengua y desviar el volante de su auto hacia la dirección dónde sabía que podía encontrarlo. Conocía el lugar donde vivía, él le había dicho que cualquier cosa que necesitara, pasara a darle una visita.

Cuando estuvo estacionada frente a su departamento, un escalofrío recorrió su espina dorsal al asomarse por la ventana, ahí estaba él. Podía verse su sombra a través de las cortinas. Pero no estaba solo, lo acompañaba otra figura más que lo abrazaba, se trataba de otra mujer.

Claro que ella no se lo tomó bien, bajó del auto y caminó unas calles más hasta el parque dónde se tiró en la grama y ahí se tiró a sollozar. Sentía que no podía ser amada por nadie más, que no amaría a nadie más, pues sin él, ella no era más que una mujer con el corazón roto. Lágrimas iban y venían durante horas, su cuerpo no se movió a pesar del dolor que empezaba a hacerse presente en su columna vertebral. Por su mente solo pensaba que no quería llegar a su casa, ahí estarían presente los fantasmas del recuerdo de Máximo y sabía que aunque luchara por ellos, no iba a poderlo superar. Ahora las páginas de su libro se habían quedado en blanco y deseaba, anhelaba que en otro planeta, otra vida u otro plano terrenal, su historia terminara mejor.

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Imagen de Mar en Pixabay

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English

The shouts of celebration could be heard with an echo that embraced that area of the city. The darkness of the cold night was present, as well as Rosie's calm breathing.

Her body was sprawled on the wet grass of the park, which was right next to the tavern, where the whistles and shouts of celebration from the drunks led the way. The businesses around the place were closed. The streets were dark and desolate except for a small streetlight that reflected a flickering yellowish light.

Rosie was tired, her bones felt numb from the sadness that had consumed her worn out self. The chill of the night hit her face directly causing the tip of her nose to begin to gain a ruddy color, while her cheeks felt sticky from the parched tears she had not wiped away, she could feel her sadness just in a whisper.
Her thin lips quivered one last time before she began to whimper quietly, she hated to do it out loud. It made her uncomfortable to hear herself at her worst. Her mind was spinning so much that she could even feel a painful twinge in her hundred, she felt so ashamed of what had happened hours before. If he said their love was so pure, then why did she feel they had lost their way? That question wandered through her thoughts just like a Gordian knot.

Her relationship with Máximo was broken, they met years ago in his country when she was vacationing in the majestic Canary Islands in Spain and from that moment on they were inseparable, she did her best to take him to France with her and two years later he was already setting foot on Parisian soil. It was not difficult for him to get a job, with Rosie's help he was able to work as a waiter in the restaurant chain that belonged to her parents. As time went by, things went by and their love seemed unbreakable, but when she turned twenty-five she got a promotion in her job, they celebrated together with a glass of wine and two plates of a delicious dish that the black-haired man had prepared.

Although the salary changed, so did the schedule, Rosie had to stay late sometimes in the office and came back late at night. Her time with Max began to dwindle so much that the days when they shared more than minimal phrases or greetings were rare. Sometimes he would just come in and lay down to sleep next to her, of course that didn't mean they didn't love each other, but as that progressed their paths began to distort. It was not their fault, they were not to blame for the fact that, in order to fulfill their goals, they had to give up some other things they were used to.

One night, Maximo revealed himself. From his side the words came and went, while Rosie kept her head down, he was right. She had nothing to object but to listen. He didn't blame her, he understood her, but she had to understand him too. He didn't want to wear that routine anymore, but neither was his intention to make her give up her dream, so he simply picked up his bags and at dawn. Only her stinging memory remained.

Months passed and the house remained the same, the dust began to accumulate, but she did not want to touch anything. She knew that if she did, it would be the end of all the happiness she once had with her love. Work was a great escape on weekdays, but when the vacations came everything became darker and lonelier. In the evenings she would turn on the stereo and dance to the tunes they enjoyed dancing to together while salty tears streamed down her cheeks.
Her appearance had not changed, her beauty was present as always. Defined curves and a caramel skin that shone just like her silky brown hair, the only thing that had changed were her eyes, they were still as gray as the sky when it drizzled, but the brightness that characterized the orbs under her bushy eyebrows, had been lost.

That same day she had decided to go out to eat at her parents' house, but when she was about to get into her car to go back home, she turned on the radio and one of her favorite songs that she liked to hum to Máximo while she caressed his curly brown hair began to play. The sensation she felt was so bittersweet that she had to click her tongue and turn the steering wheel of her car in the direction where she knew she could find him. She knew where he lived, he had told her that whatever she needed, to stop by and pay him a visit.

When she was parked in front of his apartment, a shiver ran down her spine as she looked out the window, there he was. His shadow could be seen through the curtains. But he was not alone, he was accompanied by another figure embracing him, it was another woman.

Of course she didn't take it well, she got out of the car and walked a few more blocks to the park where she threw herself on the grass and sobbed. She felt that she could not be loved by anyone else, that she would not love anyone else, for without him, she was just a brokenhearted woman. Tears came and went for hours, her body did not move despite the pain that was beginning to make itself present in her spine. Through her mind she could only think that she did not want to get home, there the ghosts of Maximo's memory would be present and she knew that even if she fought for them, she would not be able to overcome it. Now the pages of his book were blank and he wished, he longed that in another planet, another life or another earthly plane, his story would end better.

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Imagen de Mar en Pixabay