Escucho voces que vienen desde lejos. Son antiguas y profundas. Tienen olor a tierra y a mastranto. De vez en cuando se oyen como olas de un océano que canta. Los idiomas de las bocas que le invocan me hacen viajar a lugares extraños.

      Hay voces que me gritan desde adentro. Suenan a ecos de un pasado de otros que también son míos. Ancestros ascendidos, luces y vientos, montañas y lluvias, flores y sueños. Las huellas que dejan en las paredes son señales y anuncios que se escurren como riachuelos y se quedan por siempre en la conciencia.

      Un hondo susurrar invita a la danza. Los colores se despiertan y bailan. No es en este espacio en el que suenan, pero hacen arder la llama y late el alma. Un tiempo distinto las acompaña. El espiral confunde los sentidos y ellas, voces curiosas, andan traviesas buscando el rumbo, tal vez, a casa o quizás huyen a la libertad .

      Son voces que me llaman y me guían. Suenan algunas como tambores, como caracoles y como ramas encendidas. He visto algunas con plumas finas de guacamayas. He visto a otras como tormentas huracanadas. He sentido el llanto y también sus risas. Voces de ancianos, voz de profeta, voces que llegan hasta mi senda para enseñar el arte y la guerra de callar para saber hablar.

      Hay días en que sólo las escucho. Intento oír lo que me cuentan. Miles de historias, cientos de cuentos, mundos de formas, de entendimientos. Hay otras veces que mi voz se alegra y se vuelve parte de ellas. Le salen plumas, se echa a la mar y sabe que somos las mismas lenguas, negras y rojas, blancas e indias, azules, verdes y amarillas. Somos las voces. Somos el verbo. Somos la palabra. Somos las voces de este planeta, que clama urgente un canto al amor.