MARIE CURIE, MÁS GRANDE QUE SUS DIFICULTADES


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MARIE CURIE, MÁS GRANDE QUE SUS DIFICULTADES

Maria Salomea Sklodowski, una niña que a los diez años de edad se vio rodeada de miserias y tribulaciones, con un padre acosado por sus ideas políticas, con una madre recién fallecida a consecuencia de la tuberculosis, teniendo que dormir, ella y sus hermanas, en un sofá dispuesto en un rincón de la casa porque su cuarto había sido alquilado a niños estudiantes, lejos de amilanarse o quejarse se levantó por encima de sus dificultades y decidió convertirse en Marie Curie, una de las más grandes mujeres de las que debe sentirse orgullosa la humanidad.
     Nació en Varsovia, Polonia, el 7 de noviembre del año 1867, tiempo en el cual ese territorio formaba parte del Imperio ruso, que al parecer necesitaba bastantes burros y por eso había impuesto muchísimas limitaciones para la educación, sobre todo para las mujeres a quienes se les cerraban las puertas de la universidad. Pero esta muchachita estaba decidida a no dejarse y por eso, después de egresar del instituto para niñas, comenzó a asistir a clases clandestinas en una institución secreta que llamaron Universidad Volante o Universidad Flotante que funcionaba en Varsovia burlando la vigilancia rusa.
     Ahí comenzó a poner en evidencia su portentoso talento; pero quería ir más allá, sabía que había un mundo abierto para ella y por eso le dio por pensar que debía salir de ese territorio de opresión y comenzó a reunir unos centavos para irse a Francia con la mirada puesta en la Sorbona. Y allá fue a parar cuando tenía veinticuatro años de edad. Y pasó lo que tenía que pasar: en 1893 obtuvo su licenciatura en Física y un año después su licenciatura en Matemáticas.
     Y de ahí en adelante fue coser y cantar o, mejor dicho, investigar y demostrar. En poco tiempo fue una ficha importante de los círculos científicos de Francia. Y en una de esas reuniones con las más preclaras cabezas de la ciencia conoció a un científico francés llamado Pierre Curie e hicieron un gran descubrimiento: “el amor existe, hace falta y es bonito”. Y ¡quitiplún! ¡Al agua! En el año 1895 se casaron y ella adoptó su apellido y la nacionalidad francesa para ser ahora sencillamente Marie Curie. Tuvieron dos hijas a las que llamaron Irene y Eve.
     Ahora eran dos cerebrotes dedicados a la investigación científica. ¡Imagínese usted!
     Ocho años más tarde, en 1903, fueron merecedores del Premio Nobel de Física por el descubrimiento de la radiactividad.
     Siguieron trabajando; pero una sombra empañaba la vida armoniosa de estos esposos, era un tercer científico al que le habían dado lugar para que trabajara en el laboratorio de ellos, se llamaba Paul Langevin, un hombre casado pero entrador, y fue el elemento que marcó el punto de giro del matrimonio Curie.
     La sociedad pacata de París comenzó a murumurar; por eso, cuando en 1906 un carruaje se llevó por delante a Pierre Curie y le arrancó la vida los rumores se convirtieron en acusaciones infundadas y muchas viejas cotorras se persignaban alarmadas diciendo que cómo es eso, que esa señora es una adúltera, que a lo mejor el pobre hombre no murió por accidente, sino que se le arrojó a las ruedas para suicidarse y acabar con aquella vida de vergüenza; que vamos ahora a ver cómo se apaga su luz porque ella no sabe nada, quien sabía era su marido; que cuándo habíamos visto eso... decían los murmuradores envidiosos como si el adulterio fuera una cosa nueva o como si esos lenguaslarga hablachentos estuvieran libres de pecado para lanzar esas piedras.
     Total, que aquella mujer no estaba para prestar oídos a sus detractores, pues su compromiso con la ciencia y con la historia universal era mucho más grande y apremiante. Así que continuó sus trabajos de investigación sobre la radiactividad y en el año1910 logró aislar el radio por electrólisis y cinco años después de la muerte del marido, en 1911, no había nadie que pudiera disputarle el Nobel de química, por sus investigaciones sobre el polonio y el radio.
     Sin embargo, los escándalos por su vida privada estaban ahí vivitos y coleando, por lo cual algunos colegas científicos opinaban que no debía asistir a recibir el premio. Pero otros, entre ellos Albert Einstein, que para ese entonces era un joven sin la fama que poco después llegó a alcanzar, eran de otra opinión: debía recibir su segundo Nobel, que bien merecido lo tenía, además era una buena ocasión para reivindicar su nombre y su prestigio como científica.
     Los siguientes veinte años los pasó con su mismo ritmo de trabajo, tiempo durante el cual se contaminó con radio, sufrió anemia, quemaduras y múltiples lesiones, lo que, finalmente, le ocsionó la muerte el día 4 de julio de 1934, cuando había cumplido sesenta y seis años, dejando tras de sí un testimonio de vida que la ubican como una mujer que siempre estuvo por encima de sus dificultades.

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Imagen y texto de Tomás Jurado Zabala
Gracias por sus amables lecturas



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