Bajo la Capa de Greldar (II parte) || [esp-eng]

VERSIÓN EN ESPAÑOL

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En la primera parte:

Durante años las ciudades elficas del este, mantuvieron una guerra constante contra las hordas humanas bárbaras que intentaban por todos los medios expulsarlos de sus territorios baldíos. Muchos de los colonos que sobrevivieron huyeron hacia el noreste y se establecieron muy cerca de las ruinas del antiguo imperio Itir, hasta que nuevamente fueron descubiertos por los humanos. Estos, en la última oleada hacia los elfos no estaban solos. Unos extraños seres luchaban a su favor, intensificando la destrucción. Greldar, un joven elfo fue el único sobreviviente de esta matanza y el único que ha estado tan cerca de estos poderosos entes como para contarlo.

Bajo la capa de Greldar 1era parte

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Cuando los rayos del sol asomaron por el este y el cantar de los pájaros trajeron la melodía de la mañana, el joven Greldar permanecía aun dormido en el tumulto de tierra que hacía de tumba a su padre. Estaba recostado en posición fetal con su ropa húmeda y llena de barro, al igual que su rostro. Su cabello pasó de ser plateado a tornarse marrón oscuro con trozos de tierra amalgamadas producto de la suciedad del lodo. Sus labios delgados como una hoja de papel estaban resecos y quebrados. Sus manos al igual que los párpados de sus ojos temblaban a un ritmo acelerado. De pronto, con la misma rapidez que un rayo de luz atraviesa las nubes, se sentó. Su respiración estaba agitada y su corazón latía rápidamente. Miró al suelo y se dio cuenta que lo que estaba viendo no solo estaba en sus sueños sino que también formaba parte de la realidad. Agarró tierra en una mano y la apretó fuerte en su puño, luego la relajó. Con la otra mano escribió el nombre de su padre en el suelo y se levantó.

Ya no había neblina en el ambiente, ya no había lluvia, ya no hacía frío. Caminó hacia lo que antes era su casa y como pudo entró. Observó que todo estaba a punto de derrumbarse con el menor de los soplos de brisa, así que solo pudo rescatar la cantimplora de cuero que pertenecía a su padre, y una capa color naranja que estaba junto a unos palos llenos de ceniza, y salió de allí. Caminó hacia el este, internándose en el bosque buscando el manantial en donde tantas veces se bañó junto a su padre. Pero antes de internarse en la espesura de los árboles, se detuvo, dio media vuelta y observó a lo lejos lo que quedaba de su aldea. Su boca empezó a temblar, sus ojos se humedecieron y antes de que una lágrima rodara por su mejilla se giró y corrió, corrió como nunca, y se adentró en el bosque.

Corría como si alguien lo persiguiera, como si intentara escapar de algo, hasta que sus pequeñas piernas tropezaron con una enredadera en el suelo, y cayó, golpeándose el rostro. En ese momento pudo percatarse del dolor que le producía la herida en donde una vez tuvo su puntiaguda oreja. Tomó una de las hojas largas de una enredadera que encontró a su paso y se la amarró alrededor de su cabeza, de arriba abajo, como si de una venda se tratara. Intentaba no pensar en el dolor. Quería llegar hacia el manantial y allá enfocó sus pensamientos.

Estaba muy agotado cuando al fin pudo escuchar el sonido de la cascada golpeando las piedras. Al contemplar el cristalino manantial, se sumergió. Era la primera vez que se bañaba solo en estas aguas y las conocía muy bien. Esa fue la estancia del joven elfo por varios días. Nunca pensó que aquellas lecciones en las que su padre le enseñaba a identificar las plantas comestibles y las venenosas, a saber armar y colocar las trampas en la orilla del riachuelo y a escoger las frutas cuando ya estaban aptas para degustarlas, las pondría en práctica tan pronto.

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Una mañana cuando aún dormía, una extraña sensación húmeda y pegajosa percibe en su rostro. Le acariciaba los mechones de cabello que le caían junto a su frente, sintiendo por breve instancia una paz y tranquilidad que le hacía recordar las mañanas en la aldea. Instintivamente se percata de que esa sensación no era un sueño y de un salto se levanta cayendo hacia atrás, envolviéndose en las ramas de los arbustos mientras rodaba por la ladera. Rápidamente un celaje viene hacia él y se le tira encima, sintiendo la misma sensación que lo despertó. Su miedo se apaciguó cuando detalló lo que lo había avivado.

Un faldir, así se les conoce a los lobos de pelaje abultado y amarronado con ojos resplandeciente color esmeralda. Son animales muy poco sociables pero con una energía increíble. Los viejos elfos de la aldea decían que estos animales eran una rareza, y les traía buen augurio aquellos elfos que lograban cruzar su mirada con los ojos resplandecientes de un faldir. Era la primera vez en muchos días que la sonrisa del joven Greldar se asomaba en su rostro.

—¿Qué haces por aquí tan solitario? ¿Dónde están tus hermanos? —Preguntó Greldar al cachorro, esperando una imposible respuesta—.

—¿Sabes cómo salir de aquí? —Volvió a preguntar el joven elfo— Mañana a primera hora saldré hacia la ciudad de Ielamar. Está a un día de camino, siguiendo el sendero del río. ¿Quieres acompañarme?

Los ojos del faldir se iluminaban con cada frase que el joven elfo pronunciaba.

—Supongo que sí. —Se respondió Greldar con una pequeña sonrisa en sus labios—.

Esa noche los rayos de luz de la luna, alumbraban el manantial, y junto con la bruma y las hojas que caían en la laguna formaban un espectáculo luminoso. Greldar junto al cachorro estaban recostados cerca de una roca. La mano del elfo, hacia, lo que para los ancianos de su aldea sería el mejor acto de atrevimiento y suerte que un elfo podría hacer. Acariciar un faldir. La luz que se proyectaba sobre la cascada hacia que se produjeran figuras en movimiento, a la que Greldar pudo identificar como las de su padre hablando. Sus ojos empezaron a cerrarse y como si fuera un bebe junto a su oso peludo de juguete, se durmió.

A la mañana siguiente el joven elfo se colocó la capa naranja que le perteneció a su padre y se cruzó la cantimplora llena de agua por el torso, y junto al cachorro, corrieron a lo largo del sendero del río que los conduciría hacia la ciudad de Ielamar. Era la población más cercana que le quedaba a su antigua aldea. La idea de Greldar, era llegar a la ciudad y contar lo que había sucedido y advertir a los Rulfo de los barbaros. La travesía duró un día más de lo que había contemplado.

El sol estaba en pleno cenit cuando logró divisar las murallas de la ciudad. A medida que se acercaba, un frío empezó a recorrer todo su cuerpo y la sensación que había sentido hace unas semanas atrás volvió a emerger. Lo primero que divisó, fueron las murallas del lado norte derrumbadas. Los enormes bloques de piedra yacían encima de los cuerpos de los guerreros que intentaron proteger la ciudad. A medida que se adentraba, los cuerpos de los cadáveres se extendían como una alfombra por el terreno. Una barricada de un gran grosor echa de tierra y mucho más alta que Greldar fue levantada alrededor de lo que era el castillo principal en un intento de proteger a sus habitantes.

Presentaba enormes agujeros perfectamente circulares, como si una bola de energía las hubiese perforado. Los cuerpos de los elfos, estaban completamente disecados, muchos presentaban heridas abiertas, realizadas por objetos punzantes y cortantes pero otros no tenían ni un corte, pero yacían tiesos en medio de las calzadas y con la mitad de los cuerpos quemados. “Estos últimos, no fueron atacados por los humanos” pensó. Inmediatamente por sus pensamientos llegaron aquellas imágenes de los elfos oscuros y de Eldair. Su nombre no lo olvidaría tan fácilmente. Los ojos del cachorro faldir resplandecieron y sus ojos pasaron de un verde escarlata a un azul turquí intenso.

Greldar pasó un largo rato escondido debajo de unos escombros que habían caído desde arriba de una de las torres del castillo y hacía de techo improvisado. No quería seguir observando aquella pesadilla de nuevo, tenía miedo que aquellos seres malignos estuvieran cerca. En un instante el joven lobo sale a toda carrera hacia el templo de los Rulfo. Greldar, lo observa desde su estancia y al poco tiempo sale y se dirige hacia donde él está, y empieza a tirar de su capa intentando levantarlo, entraba y salía del templo en ruinas. Greldar se levanta y a toda carrera pasa por encima de los cuerpos disecados y logra entrar al templo.

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Arriba en uno de los altares principales cerca de una de las ventanas, se encontraba recostado y moribundo un anciano Rulfo con su cuerpo cubierto de heridas. Era la primera vez en días que el joven elfo veía una persona con vida. El viejo sacerdote al mirar a Greldar junto con el faldir apaciguó el dolor de su rostro y en sus ojos se reflejó un ápice de esperanza.

—¡Discúlpeme maestro! —Pronunció con voz solloza Greldar— por no haber llegado a tiempo.

—¿Qué le paso a tu rostro? —Dijo el anciano señalando la cabeza del joven y con una voz que apena lograba salir de su boca—.

—Mi aldea, al igual que esta ciudad fue destruida. Los barbaros llegaron: incendiaron los cultivos, quemaron nuestras casas, saquearon el templo y mataron sin piedad a todos, incluyendo a mi… —en ese instante el sufrimiento se hizo más agudo y no pudo pronunciar la siguiente palabra—.

…Uno estaba encima del cadáver de mi padre, mientras los otros cuatros hablaban como si no tuvieran un ápice de…

—¿Te refieres a los Oscuros? ¿Los vistes? —Preguntó el anciano con una expresión que denotaba asombro—.

—Uno de ellos, se me acercó y pude sentir el resplandor que salía de sus manos y luego un ardor insoportable en mi rostro. No olvidaré nunca su nombre. Eldair.

Los ojos del anciano quedaron paralizados por un instante con la mirada fija en Greldar.

El sacerdote Rulfo, logró levantarse con movimientos que solo un anciano inhalando sus últimos suspiros de vida puede hacer, quitó una cadena que en su cuello traía y abrió un baúl que hacía de cama en el lugar donde estaba. Sacó una espada muy diminuta que parecía más a una daga que a una espada y se la dio al joven elfo.

—¿Cuál es tu nombre? —Preguntó el anciano—.

—Greldar —respondió el joven, que no salía del asombro por la espada que tenía en sus manos—.

—Greldar, eso que tienes en tus manos, es la espada del alba. Solo un elfo místico es capaz de blandirla. Tienes una gran misión hijo, pero no seré yo la persona que tiene las facultades para decirte lo que tienes que hacer con ella —Tosió mientras pronunciaba las últimas palabras—. Esa espada irá creciendo en tamaño del mismo modo en que crece tu sabiduría. Llévala contigo siempre y... —jadeó— cuida del cachorro.

…Iras a la ciudad de Actilan y le contarás a los rulfos todo lo que has visto.

—¿Maestro quiénes son los oscuros? —Preguntó Greldar—.

—No pronuncies nunca sus nombres a menos que…

En ese instante un rayo luminoso, impacta perennemente sobre el cuerpo del anciano. Mientras este se estremecía del dolor, Greldar voltea su mirada y la figura de Eldair aparece en la entrada del templo. El anciano con lo que apenas le quedaba de fuerzas estira su brazo y un portal de luz es abierto.

—¡Vete Greldar vete!

En ese instante, Greldar junto con el cachorro faldir, saltaron hacia el portal, al mismo tiempo en que la figura de Eldair se dirigía velozmente hacia ellos intentando detenerlos, pero el portal se cierra antes de que el oscuro logre pasar.

Fue así como el joven Greldar y el cachorro pudieron ver la ciudad de la que tanto se habló en su aldea y que para muchos era una simple fantasía. En frente tenían la ciudad de Actilan, la más grande y poderosa de todo el mundo elfico.

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ENGLISH VERSION

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In the first part:

For years the elven cities of the east, kept up a constant war against the barbarian human hordes that tried by all means to drive them out of their wastelands. Many of the surviving colonists fled to the northeast and settled very close to the ruins of the ancient Itir empire, until they were again discovered by the humans. These, in the last wave towards the elves were not alone. Strange beings fought on their behalf, intensifying the destruction. Greldar, a young elf was the only survivor of this slaughter and the only one who has been close enough to these powerful beings to tell the tale.

Under the cloak of Greldar (1st part)

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When the sun's rays peeked from the east and the singing of the birds brought the melody of the morning, young Greldar was still asleep in the earthen grave that served as his father's tomb. He was lying in a fetal position with his clothes wet and muddy, just like his face. His hair turned from silver to dark brown with chunks of dirt amalgamated from the muddy dirt. Her paper-thin lips were parched and cracked. Her hands as well as the lids of her eyes trembled at an accelerated pace. Suddenly, as quickly as a ray of light pierces the clouds, she sat up. His breathing was agitated and his heart was beating rapidly. He looked down at the ground and realized that what he was seeing was not only in his dreams but also part of reality. He grabbed dirt in one hand and clenched it tightly in his fist, then relaxed it. With the other hand he wrote his father's name on the ground and stood up.

There was no longer a haze in the air, no longer rain, no longer cold. He walked towards what used to be his house and as best he could he went inside. He observed that everything was about to collapse with the slightest breeze, so he could only rescue the leather canteen that belonged to his father, and an orange cloak that was next to some sticks full of ashes, and he left. He walked towards the east, entering the forest looking for the spring where he had bathed so many times with his father. But before he entered the thicket of trees, he stopped, turned around and looked at what was left of his village in the distance. His mouth began to tremble, his eyes watered and before a tear rolled down his cheek he turned and ran, ran like never before, and ran into the forest.

He ran as if someone was chasing him, as if he was trying to escape from something, until his little legs tripped over a vine on the ground, and he fell, hitting his face. At that moment he became aware of the pain from the wound where his pointed ear had once been. He took one of the long leaves of a vine he found in his path and tied it around his head, from top to bottom, as if it were a bandage. He tried not to think about the pain. He wanted to get to the spring and there he focused his thoughts.

He was very exhausted when he could finally hear the sound of the waterfall hitting the stones. As he gazed at the crystal-clear spring, he plunged in. It was the first time he had bathed alone in these waters and he knew them very well. That was the young elf's stay for several days. He never thought that those lessons in which his father taught him to identify edible and poisonous plants, to know how to set and place the traps on the bank of the stream and to choose the fruits when they were ready to be tasted, would be put into practice so soon.

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One morning when he was still asleep, a strange wet and sticky sensation came over his face. He stroked the strands of hair that fell along his forehead, briefly feeling a peace and tranquility that reminded him of the mornings in the village. Instinctively he realizes that this sensation was not a dream and he jumps up and falls backwards, wrapping himself in the branches of the bushes as he rolls down the slope. Quickly a celaje comes towards him and throws itself on him, feeling the same sensation that woke him up. His fear subsided as he detailed what had fanned him.

A faldir, that's how wolves with lumpy, brownish fur and glowing emerald eyes are known. They are very unsociable animals but with incredible energy. The old elves of the village said that these animals were a rarity, and it was a good omen for those elves who managed to cross their gaze with the glowing eyes of a faldir. It was the first time in many days that the young Greldar's smile appeared on his face.

—What are you doing out here all alone? Where are your brothers? —Greldar asked the cub, expecting an impossible answer—.

—Do you know how to get out of here? —The young elf asked again— First thing tomorrow morning I will leave for the city of Ielamar. It's a day's journey, following the river path. Would you like to come with me?

The faldir's eyes lit up with every sentence the young elf uttered.

—I suppose so. —Greldar answered himself with a small smile on his lips—.

That night the rays of moonlight, illuminated the spring, and together with the mist and the leaves falling into the pond formed a luminous spectacle. Greldar and the cub were lying near a rock. The elf's hand, towards, what for the elders of his village would be the best act of daring and luck an elf could do. Stroking a faldir. The light that was cast upon the waterfall caused moving figures to appear, which Greldar could identify as those of his father speaking. His eyes began to close and as if he were a baby next to his furry toy bear, he fell asleep.

The next morning the young elf put on the orange cloak that belonged to his father and crossed the canteen full of water across his torso, and together with the cub, they ran along the river path that would lead them towards the city of Ielamar. It was the closest town left to their old village. Greldar's idea was to reach the city and tell what had happened and warn the Rulfo's about the barbarians. The journey took a day longer than he had contemplated.

The sun was at its zenith when he caught sight of the city walls. As he got closer, a chill began to run through his body and the sensation he had felt a few weeks ago surfaced again. The first thing he saw were the collapsed walls on the north side. The huge blocks of stone lay on top of the bodies of the warriors who tried to protect the city. As he went deeper, the bodies of the corpses lay like a carpet on the ground. A barricade of great thickness made of earth and much taller than Greldar was erected around what was the main castle in an attempt to protect its inhabitants.

It featured huge, perfectly circular holes, as if a ball of energy had punctured them. The bodies of the elves, were completely dissected, many presented open wounds, made by sharp and cutting objects but others did not have a single cut, but lay stiff in the middle of the roadways and with half of the bodies burned. "These last ones, they were not attacked by humans" he thought. Immediately through his thoughts came those images of the dark elves and Eldair. His name he would not forget so easily. The faldir cub's eyes glowed and his eyes went from a scarlet green to a deep turquoise blue.

Greldar spent a long time hiding under some rubble that had fallen from the top of one of the castle towers and served as a makeshift roof. He did not want to continue watching that nightmare again, he was afraid that those evil beings were near. In an instant, the young wolf ran at full speed towards the Rulfo's temple. Greldar, observing him from his room, soon comes out and goes to where he is, and begins to pull his cloak trying to lift him up, in and out of the ruined temple. Greldar gets up and runs over the stuffed bodies and manages to enter the temple.

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Upstairs on one of the main altars near one of the windows, an elderly Rulfo lay lying dying with his body covered in wounds. It was the first time in days that the young elf had seen a living person. The old priest looking at Greldar together with the faldir appeased the pain in his face and in his eyes a glimmer of hope was reflected.

—Forgive me master! —Greldar pronounced in a sobbing voice— for not having arrived on time.

—What happened to your face? —Said the old man pointing to the young man's head and with a voice that barely managed to come out of his mouth—.

—My village, like this city, was destroyed. The barbarians came: they set fire to the crops, burned our houses, looted the temple and mercilessly killed everyone, including me... —at that moment the suffering became more acute and he could not pronounce the next word—.

...One was standing over my father's corpse, while the other four were talking as if they didn't have an ounce of...

—You mean the Dark Ones? Did you see them? —Asked the old man with an expression that denoted astonishment—.

—One of them came up to me and I could feel the glow coming from his hands and then an unbearable burning in my face. I will never forget his name. Eldair.

The old man's eyes were paralyzed for an instant with his gaze fixed on Greldar.

The priest Rulfo, managed to get up with movements that only an old man inhaling his last breaths of life can do, removed a chain that he wore around his neck and opened a trunk that served as a bed in the place where he was. He took out a very tiny sword that looked more like a dagger than a sword and handed it to the young elf.

—What is your name? —Asked the old man—.

—Greldar, —answered the young man, who was still in awe of the sword in his hands—.

—Greldar, what you have in your hands is the sword of the dawn. Only a mystic elf is capable of wielding it. You have a great mission son, but I will not be the person who has the power to tell you what to do with it, —he coughed as he pronounced the last words—. That sword will grow in size as your wisdom grows. Carry it with you always and... —he gasped— take care of the puppy.

...You will go to the city of Actilan and tell the Rulfos all that you have seen.

—Master, who are the dark ones? —Greldar asked—.

—Never speak their names unless.....

At that instant, a bolt of lightning struck the old man's body with an everlasting impact. As he winced in pain, Greldar turned his gaze and the figure of Eldair appeared at the entrance of the temple. The old man with what little strength he had left stretches out his arm and a portal of light is opened.

—Go, Greldar, go!

At that instant, Greldar together with the faldir puppy, jumped towards the portal, at the same time that the figure of Eldair was rushing towards them trying to stop them, but the portal closes before the dark one could get through.

It was thus that the young Greldar and the cub could see the city that was so much talked about in their village and that for many was a simple fantasy. In front of them was the city of Actilan, the largest and most powerful city in the entire elven world.

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