Me crie en un orfanato que se hallaba en las afueras de la ciudad en Lullaby. Había muchos niños, la mayoría de ellos recogidos de las calles y puestos en manos del Estado. Las visitas solo eran abundantes por temporadas y durante el resto del año se sentía como si estuviéramos aislados del mundo. Debo admitir que no tengo muchos recuerdos buenos de niño de aquel lugar, sobre todo, con la llegada de la nueva directora.

La señora Conchita, tenía algo en su personalidad que nos repelía a todos, esa fue la primera impresión que nos dio; yo particularmente no sabía cómo tomarla. Al instante, no conocimos la magnitud de su crueldad, pues se encargaba en mantenernos ocupados en tareas arduas y ya casi no había tiempo para jugar.

Supimos de su verdadera naturaleza, cuando uno de los niños rompió una de sus reglas; había chicos nuevos e indisciplinados, a los cuales les faltaba adaptarse allí, pero cuando conocieron la dureza de la señora Conchita, cambiaron la osadía por el miedo.

De verdad que era terrible vivir ahí, las reglas eran cada vez más asfixiantes causándonos una ascendente ansiedad. Tenía un amigo al cual trataba como mi hermano; su nombre era Raúl y su cama era contigua a la mía. Cuando el personal se iba a dormir, hablábamos en susurros sobre lo que nos ocurrió durante el día, hasta que llegaban los supervisores o simplemente el sueño nos atrapaba.

Anhelaba con todo mi corazón tener alas y llevar a Raúl conmigo de ese espantoso lugar, y un día, él desapareció y no volví a verlo jamás. Lo mismo ocurrió con varios chicos del lugar, nadie sabía si fueron adoptados o huyeron, solo ya no estaban. La ida de Raúl me afectó mucho pues era la única persona con quien hablaba, las cosas parecían ir en peor y más con la nueva situación que viví posteriormente.

Después de la desaparición de Raúl, comenzaron a ocurrir hechos extraños; sobrenaturales, mejor dicho. Los niños atestiguaban objetos moviéndose solos, paredes que se quemaban y luego volvían a su estado original, voces ultraterrenas que incluían siseos y ronquidos. Y una mancha extraña en el comedor, la cual se extendía a medida que pasaban los días.

La señora Conchita mandó a castigarnos a todos pues pensaba que eran travesuras nuestras, pero estaba muy errada, en realidad todos estábamos nerviosos y provocar a la cruel directora solo empeoraría todo. Empezamos a creer que algo sobrenatural habitaba con nosotros en el interior de ese horrible orfanato, y que cada vez se manifestaba con más frecuencia.

Recuerdo que una noche estaba con un grupo de chicos regando el jardín. Estábamos cansados y con frío, pero el castigo hubiera sido aún más severo si no terminábamos a tiempo. Miré hacia arriba para estirar mi espalda y vislumbré a la señora Conchita dando gritos sobre el balcón. Atisbaba hacia adentro, con los ojos desorbitados como si algo terrible la acosaba. Todos la miramos asombrados y quedamos inertes, mientras ella peligrosamente rosaba el borde de la baranda hasta resbalar y caer en mala posición al suelo.

Murió al instante esa noche. Y aunque los demás no dejaban de fijar sus miradas en el cuerpo sin vida de la directora, yo no dejé de mirar al balcón, y puedo jurar que divisé a un grupo de niños allí y entre ellos estaba Raúl. Jamás olvidaré esa noche, el Estado tomó cartas en el asunto y a los días enviaron a un nuevo director: un hombre un poco más cordial y menos severo.

Las raras cosas que ocurrían en el orfanato comenzaron a cesar paulatinamente, sin embargo, fueron reemplazadas por otras. Algunos chicos estaban espantados pues decían que veían la silueta fantasmal de la señora Conchita en el pasillo principal, haciéndoles un ademán de silencio frente a ellos. Una niña que susurraba frente a la ventana del cuarto, no dejaba de pronunciar el nombre de nuestra ex directora, aunque ésta le había pedido esa noche que guardara silencio.