Mi padre trabajó como sirviente por muchos años para la familia Montesinos, una de las más acaudaladas de Tristania. Cuando mi viejo era joven, este visionario núcleo familiar se encontraba sobre la cumbre de la sociedad, las personas al escuchar su apellido espetaban ensimismados comentarios de respeto. Pero hoy en día, aunque mencionar a esa familia aún tiene peso, se puede detectar en sus fachadas la agonía de su ruina.

Mi padre no podía continuar laborando y, para seguir pagando mis estudios en la universidad, tuve que reemplazarlo como el amo de llaves de los Montesinos. Ya conocía la mansión, desde muy pequeño mi padre me dejaba entrar con él y permitía que le ayudara con los quehaceres. Los Montesinos ya me conocían y ostentaban entera confianza hacia mí, especialmente Valentina; la única hija de los señores Oswaldo y Rafaela Montesinos.

No pienso contar toda la historia de esta enigmática y legendaria familia, solo desde que su ruina comenzó a ascender, cubriendo las paredes de la gran mansión como una sombra diabólica, y arrebatando con sus garras el trozo de felicidad que dejaba este mundo.

Todo comenzó con el señor Oswaldo, el cual tenía un talento particular. Era un escritor trágico con gran maestría para las historias románticas. Su percepción ficticia de este género lo ha llevado a las categorías de la fama, gracias también al impulso que le brindó la fortuna de su familia. Decían que solo se la pasaba encerrado desarrollando antologías y que solo salía de su despacho para tomar aire fresco caminando por el jardín; por supuesto, todas eran falacias para justificar su prolífica genialidad.

La señora Rafaela era una mujer amargada y cruel, evitaba mantener ciertas confianzas con los empleados de la mansión, y aquellos que sobrepasaban los límites de sus reglas, eran castigados fríamente doblándoles el trabajo. La señora Rafaela no escatimaba en castigar duramente a quien se lo merecía, y como el señor Oswaldo estaba casi siempre ausente de las cosas que ocurrían dentro de la casa, su esposa se había vuelto en la dueña absoluta de la casa.

Esos tiempos cambiaron, pero todavía no voy a hablar de ello sino de su declive. Valentina, como he mencionado antes, era la única hija de los señores. Fue educada para ser una muchacha obediente de casa, pero su espíritu anhelaba la aventura. Leía a hurtadillas los libros de literatura de la biblioteca de su padre, y soñaba con dragones, con príncipes, hadas, brujas, paisajes oníricos e inexplicables, historias envueltas en atmósferas de tragedia y círculos secretos.

Valentina volaba dentro de las dimensiones de su mente, pero su cuerpo quedaba atrapado en aquella jaula de oro; llena de reglas rígidas y comportamientos aburridos. Una noche, decidió escapar, buscando una historia para su vida similar a la de aquellos libros, pero nunca se detuvo a pernoctar, que aquello afectaría de sobremanera su casa.

Para el señor Oswaldo, su hija era su inspiración, y al perderla, sintió que su vida se vertía por el vacío. El dolor se sintió en toda la casa, la señora Rafaela con su carácter fuerte agravó potencialmente la situación. Incluso nosotros, los empleados, sentimos la fuerte energía que derruía desde su núcleo a la mansión.

Algunos sirvientes acudían a la habitación de los patrones para atender los fuerte gritos que exhalaba el señor Oswaldo. Sonaban como pesadillas, tan reales que parecía que escapaban de la irrealidad y se manifestaban en cuerpo presente. Hay personas que atestiguaban como el señor caminaba sonámbulo por los pasillos extensos de la mansión, y luego se tumbaba sobre la cama de la habitación de Valentina.

Era obvio que la extrañaba, el señor Oswaldo dejó de escribir y se hundió en el alcohol. El trabajo de su fortuna fue manejado posteriormente por la señora Rafaela, quien controló todo como una tirana sin conmoción. La decadencia de la casa Montesinos era inevitable, pronto, los empleados comenzaron a abandonar el lugar y buscar sustento en otros rumbos.

Paulatinamente la casa quedaba sola y oscura, como un lugar encantado, y la naturaleza tomaba lentamente aquello abandonado por el ímpetu del hombre. Pasaron los años y los señores ya estaban más ancianos. Nunca abandonaron la mansión, y con pocos recursos y personal que aún creía en ellos, se mantuvieron en alza todavía en esos días.

Un día, entró por la puerta principal una mujer, junto a un chico adolescente. Al estar frente a los señores, el rostro de estos se iluminó por completo y ese destello rebotó por las paredes de la mansión. La extraña mujer se trataba de Valentina, y junto a ella su hijo; Manuel, producto de un amorío que no pasó de ser pasional, pero como todo espíritu brioso logró salir adelante. Desde ese día, el declive fue mucho más sutil, pero como he mencionado antes, era inevitable.