Evidentemente las cosas no salieron como esperaba, ¿y cómo podrían? He perdido la credibilidad de mi esposa y ganado su miedo. Se me ha arrebatado la presencia de mi hijo y el ser partícipe de su crianza; tan solo tiene cinco años, ¿cómo pueden alejarlo así de su padre? No soy un ser malvado, aunque reconozco que poseo gustos particulares e incomprensibles, no tengo la malicia de lastimar a nadie, pues mi naturaleza no es agresiva y mis sentimientos solo quieren repartirse con diferentes personas… no tan personas.

Fue una época muy dura aquella, me había quedado sin trabajo y el dinero ya casi no nos alcanzaba. Mi hijo tenía cuatro años, necesitaba de más cuidados pues parecía enfermarse. Me hallaba desesperado, y busqué empleo en una funeraria como cargador de ataúdes. El dueño del lugar era amable, aunque yo me sentía incómodo, no por culpa del buen hombre, sino por el sitio y las cosas que hacían. El dueño me observó con singularidad detallada y me preguntó si me sentía bien, por obviedad, le contesté que sí, no podía permitir que mis prejuicios y raros traumas me impidieran la oportunidad de conseguir un empleo.

Recordé al instante aquella experiencia de adolescente, específicamente la primera vez que asistí a un funeral. Estaba con mis padres, con mis primos y mis tíos, había muerto una tía mía con la que casi nunca compartí y poco conocía. Mi madre lloraba a cantaros, mientras que mi padre trataba de consolarla, al mismo tiempo me invadió la curiosidad y decidí ver el cadáver de mi tía postrado en aquel féretro. Al observarlo detenidamente me asombré, divisé sus líneas inexpresivas e incoloras, sus labios consumidos y ennegrecidos. Su semblante de sueño profundo y eterno, y mis entrañas comenzaron a retorcerse causándome una sensación parecida a la de un orgasmo. Quería acercarme más, tocar su rostro sin vida; era como si una extraña fuerza invisible me absorbiera y acercaba cada vez más al ataúd. Al principio, no sentí ningún mal, pero el miedo comenzó a invadirme retomando el control de mi cuerpo.

Di tres pasos hacia atrás y luego rápidamente volví con mis padres. Fue una experiencia extraña que jamás pude olvidar ni quise volver a experimentar, y las reprimí como pensamientos de una persona mala, pero el destino quiso enfrentarme de nuevo a esa situación, para poner a prueba mi desprecio y demostrar que ya no era ese chico de antes. Finalmente, me gané el agrado del dueño de la funeraria y fui contratado afortunadamente. El trabajo era pesado, pero rápidamente me fui acostumbrando a él. El sueldo no era lo mejor, pero los trabajos extras traían buenas ganancias. Paulatinamente, fui escapando con mi familia de esa terrible situación.

Parecía todo ir bien, hasta que me tocó lidiar de nuevo con mi experiencia pasada. La funeraria también ofrecía servicio de embalsamiento, y el embalsamador necesitaba ayuda pues se había quedado sin sus herramientas químicas. Como no había nadie más, me pidió amablemente que lo ayudara a conseguir algunas cosas, pues le quedaba poco tiempo para preparar un cadáver: era una chica joven, atractiva, delgada, con el cabello castaño y áspero. Nunca supe de que murió, tampoco quise preguntar, así que me guardé mis comentarios. Y por alguna razón que desconozco, ayudé al embalsamador a preparar el cuerpo de la chica porque sentí un interés inexplicable por ella ese momento.

Al conseguirle todo lo que necesitaba, se lo entregué de inmediato y me quedé junto a él, aunque no debía hacerlo, pero él tampoco se manifestó en contra. Observé todo el proceso y, entre más lo hacía, rápidamente volvía aquella sensación del pasado, en la que vislumbraba el cadáver de mi tía de manera diferente y morbosa, pero esta vez tuve un grado más de aceptación, no solo porque no se trataba de un familiar, sino porque era algo que ya había desarrollado con el tiempo.

Escondida en lo más profundo de mi conciencia, mi filiación comenzó a manifestarse libremente y a tomar prudentemente el control de mi cuerpo. Me acerqué lentamente al cuerpo; quería tocarlo, aunque sea con un roce de mis dedos. Y mi suerte me sonrió, pues el embalsamador me pidió que me quedara un instante mientras buscaba otra herramienta que había olvidado. Finalmente estaba solo con ella, y tuve que aprovechar cada momento. Posé mi mano sobre su hombro izquierdo, se sentía fría y suave, quizás por el efecto de los químicos.

Destapé lentamente la sábana que la cubría y miré directamente sus pechos, no puedo negar que tuve una erección, y mis impulsos continuaron hasta hallarme encima de ella. Me quité la camisa y froté mi cuerpo con el suyo, se sentía cálido y extraño, pero insuperablemente delicioso. Me dejé llevar por el momento y olvidé que no estaba solo, y cuando estuve a punto de intentar algo más, el embalsamador entró de repente divisándome con ojos espantados.

Quedé petrificado, sin saber qué hacer. Impetuoso y rápido me deslicé a un costado de la camilla y me arrojé a suelo. Pensé al instante que estaba despedido, y que incluso le contarían a mi esposa. Estaba tan avergonzado que no fui capaz de mirar al embalsamador a los ojos, sin embargo, pasó lo inesperado: me pidió únicamente que me fuera y que nunca volviera entrar a su espacio de trabajo, agregó que no me preocupara, pues no pensaba contárselo a nadie. Anonadado, me coloqué de nuevo la camisa y caminé lentamente hasta la puerta. El embalsamador evitó fijar la mirada con la mía hasta que finalmente salí de ahí. No comprendí lo que acababa de ocurrir, pero si lo sucedido antes: al estar encima del cadáver de esa chica, me sentí tan… bien; tan vivo y apacible. Jamás había sentido algo igual y me gustó. Quería volver a intentarlo, pero estaba vez debía ser mucho más prudente.