Betania cada vez estaba más angustiada porque llegara el día número veintidós, bajo el yugo del calendario de los dioses de neón que miraban a la Tierra con severidad. Había sido escogida junto con otras veintiún mujeres de cuarta década, para verter su sangre a muerte para el gran «Sanyún», único dios de neón entre los hombres. Los soliaris sabían que de no hacer el sacrificio, Sanyún le advertiría a sus hermanos y destruirían el mundo. Pero a Betania no le importaba, ella solo quería sobrevivir; librarse del sacrificio para luego escapar de la ciudad.

Intentó reemplazarse con Hortensia, una vecina de su misma edad, y quien era perfecta ya que ella no tenía miedo por ser sacrificada, pero su plan se desmoronó cuando fue enviada por los Alfas a la ciudad vecina de «Ocintus», quedándose con las esperanzas derrumbadas.

Detestaba la tradición y a todos los dioses de neón. Cada día veintidós después de terminado un ciclo anual, veintidós mujeres mayores de cuarenta años debían ser sacrificadas, ya que sus órganos sexuales no eran útiles para la sociedad. Betania aún sentía que podía dar muchas cosas, no solo era un hueso para roer, sino un gran espíritu, buscando la alegría entre parrandas y fiestas.

Era el día número veinte, el cielo comenzaba a tornarse lila y el las brisas de la tarde poco a poco descendían; esa eran señales de que pronto se despertará Sanyún de su sueño. Betania estaba preocupada, cada segundo que pasaba era una aniquilación a un trozo de su vida. Había otra forma de escapar al sacrificio, pero esta no era viable para ella. Las mujeres que se negaban a sacrificarse para Sanyún, eran lanzadas a las arboledas «Narim», para convertirse en brujas.

Poco sabía Betania sobre las brujas y lo que hacían. Las leyendas decían que cuando una mujer se convertía en bruja, se transformaba en pantera, en oso o en búho, y difícilmente volvían a su forma original, y cuando lo hacían, solo les duraba poco tiempo. Betania no quería ser ninguno de esos animales, así que comenzó a pensar en otro plan que la librara de su destino.

Había llegado finalmente el día número veintidós, las nubes, los rayos del sol, las montañas a lo lejos e incluso la grama y las hojas de los árboles, se tornaron de color lila. La gran roca donde dormía el dios Sanyún se estremecía, mientras todas las mujeres a sacrificar ya estaban preparadas. Betania temblaba de miedo mientras veía que la gran roca se abría, saliendo imponente vestido de plasma lavanda el dios mensajero de los neones.

Betania no pudo más y soltó un alarido de miedo, suplicando piedad. Los demás la miraron con sorpresa y suspenso. El dios Sanyún la miró con enfado y la señaló. Los Alfas la tomaron y la arrastraron con brutalidad hacia el bosque, mientras ella seguía rogando por su vida: «¡Por favor, no quiero ser una bruja!», gritaba con desesperación con ríos de lágrimas corriendo por sus mejillas.

Fue amarrada inerte a los pies del bosque de Narim, y luego de que los Alfas se esfumaran; unos minutos después, fue arrastrada por manos fantasmales hacia el corazón del bosque. Se había desmayado del miedo, pero finalmente despertó. Al recobrar la conciencia, lo primero que notó fue que estaba desamarrada. Estaba rodeada de mujeres que la observaban fijamente, y un gran ser; tan imponente como un caribú, la vislumbraba fijamente con sus ojos destellantes color ámbar.

No estaba segura si eran brujas; no había panteras, ni osos, ni búhos alrededor. La gran criatura extendió su brazo musculado hacia Betania, y ella, con un poco de temor la tomó. Las brujas de Narim solo bailaban cada noche, para alejar de sus altares la influencia de los dioses de neón. Cada noche, en la cima de un gran árbol, Betania observa las luces de Soliaris con sus ojos imponentes de búho.