[ESP-ENG] LA OBSESIÓN DE RADICK

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«¿Y qué es la verdad? Unas veces lo contrario de la mentira; otras veces, lo contrario del silencio».

«And what is truth? Sometimes the opposite of a lie; sometimes the opposite of silence».


— Eduardo Mendoza


E S P A Ñ O L

LA OBSESIÓN DE RADICK

Cuando me convertí en asistente del doctor Radick, pensaba en un futuro prometedor para mí y para la ciencia. Era un hombre muy aclamado en la universidad, una mente muy brillante que se ha ganado tanto amigos como enemigos dentro de la comunidad científica. Había personas que no creían en él, pues sus objetivos se centraban en temas que parecían de ciencia ficción.

Una vez dijo en un discurso, en donde la comunidad de pensadores más emblemática de la región se había reunido, que estaba dispuesto a descubrir la inmortalidad, o por lo menos alargar la vida humana a mil años, ya que merecíamos ese regalo; el de tener el tiempo que queramos sin preocuparnos por el envejecimiento o la muerte.

Por supuesto, hubo cuestionamientos, burlas, sus peores enemigos aprovecharon para menospreciar su idea y minimizar su genialidad. El doctor Radick no era conocido por decir cosas en broma, pues, era un hombre muy serio; por poco ser reía o se inmutaba.

Después de aquel día, comenzó a buscar los recursos para crear su laboratorio. El doctor Radick tenía una excelente reputación, y en poco tiempo, logró encontrar lo que necesitaba. Después vino el personal, en el cual tuve la fortuna de conseguir trabajo como su asistente. Radick reconocía mi genialidad en el área de la biotecnología, y aunque todavía era un estudiante, siempre le agradecí por esta gran oportunidad y por dejarme ser parte de algo grande.

La comunidad científica estaba llena de mucha competencia, y, además, muchos no creían en el doctor Radick, pero todos los que decidimos hacer equipo con él, sabíamos que lograríamos retrasar el envejecimiento celular; tal vez, no ha niveles inmortales, pero por lo menos extender la vida humana un milenio.

Todo estaba preparado, nuestro laboratorio se había construido en un país donde la experimentación con humanos es legal. Conocimos a nuestros primeros voluntarios y, entre ellos conocimos a quien nos intensificaría nuestro esfuerzo mucho más.

Las primeras semanas fueron de preparación para los individuos. Sus cuerpos debían estar listos para recibir las soluciones necesarias para experimentar con sus células. Las siguientes semanas, fueron el proceso clínico de experimentación, tomábamos muestras de los voluntarios y buscábamos reacciones que nos beneficiaran.

Han sido días de arduo trabajo. El doctor Radick comenzaba a impacientarse, nos exigía a todos mayor eficiencia con los resultados, hasta que un grupo de células, de uno de los sujetos voluntarios, comenzaron a presentar efectos que satisfacían las exigencias de Radick. El nombre de este sujeto era Sett, una persona bastante calmada con un sentido y afecto por la ciencia.

El doctor Radick pensaba que iba por buen camino, pero las exigencias de sus inversores, aunado a las burlas de sus enemigos de la comunidad científica, empezaron a tener influencias grandes en él. Llegamos a tal punto, que las pruebas subsiguientes no se hicieron como se debería, y comenzamos a apresurar el proceso sin seguir todos los protocolos adecuados.

Radick comenzó a obsesionarse con Sett. Le hacía más pruebas, cada una más forzosa que la anterior. Me hacía quedar hasta tarde realizando los experimentos con él, se estaba convirtiendo en una uña enterrada en el pie. Una madrugada estaba sumamente cansado, no podía discernir con mis ojos lo que hacía y cometí un error en la preparación química de la solución.

Estaba sumamente cansado, el doctor Radick no dejaba de gritarme y, después de aplicarle la nueva solución errada al sujeto, me fui a recostar un rato y olvidé darle supervisión. Después de una hora aproximadamente, el doctor Radick me despertó abruptamente enojado para informarme lo que había pasado.

La habitación de Sett, la cual era una de las más selladas, estaba repleta por un líquido viscoso escarlata, que proliferaba las paredes y el piso. Y en una esquina, casi justo en la cama, se encontraba una pila de huesos humanos corroídos por el ácido del material.

FIN

E N G L I S H

RADICK'S OBSESSION

When I became Dr. Radick's assistant, I was thinking of a promising future for myself and for science. He was a highly acclaimed man at the university, a very bright mind who had earned both friends and enemies within the scientific community. There were people who did not believe in him, for his goals focused on subjects that seemed like science fiction.

He once said in a speech, where the most emblematic community of thinkers in the region had gathered, that he was willing to discover immortality, or at least lengthen human life to a thousand years, since we deserved that gift; that of having as long as we want without worrying about aging or death.

Of course, there was questioning, mockery, his worst enemies took the opportunity to belittle his idea and minimize his genius. Dr. Radick was not known for saying things in jest, for he was a very serious man; he rarely laughed or flinched.

After that day, he began to look for the resources to set up his laboratory. Dr. Radick had an excellent reputation, and in a short time, he was able to find what he needed. Next came the staff, where I was fortunate enough to get a job as his assistant. Radick recognized my genius in the area of biotechnology, and although I was still a student, I always thanked him for this great opportunity and for letting me be part of something great.

The scientific community was filled with a lot of competition, and, besides, many did not believe in Dr. Radick, but all of us who decided to team up with him knew that we would succeed in delaying cellular aging; maybe not to immortal levels, but at least to extend human life by a millennium.

Everything was ready, our laboratory had been built in a country where human experimentation is legal. We met our first volunteers and, among them, we met the one who would intensify our efforts even more.

The first weeks were spent preparing the individuals. Their bodies had to be ready to receive the solutions needed to experiment with their cells. The following weeks were the clinical process of experimentation, taking samples from the volunteers and looking for reactions that would benefit us.

It was days of hard work. Dr. Radick was becoming impatient, demanding more efficiency from all of us with the results, until a group of cells, from one of the volunteer subjects, began to show effects that met Radick's demands. This subject's name was Sett, a rather calm person with a sense and affection for science.

Dr. Radick thought he was on the right track, but the demands of his investors, coupled with the ridicule of his enemies in the scientific community, began to have a great influence on him. It got to the point where subsequent tests were not done as they should have been, and we began to rush the process without following all the proper protocols.

Radick began to become obsessed with Sett. He would run more tests on him, each one more forcible than the last. He was making me stay up late doing the experiments on him, he was becoming an ingrown toenail. One early morning I was extremely tired, I could not discern with my eyes what I was doing and I made a mistake in the chemical preparation of the solution.

I was extremely tired, Dr. Radick kept yelling at me and, after applying the new wrong solution to the subject, I went to lie down for a while and forgot to supervise him. After about an hour, Dr. Radick abruptly and angrily woke me up to inform me what had happened.

Sett's room, which was one of the most sealed rooms, was filled with a viscous scarlet liquid, proliferating the walls and floor. And in one corner, almost right on the bed, was a pile of human bones corroded by the acidic material.

THE END

Written by @universoperdido. January 21, 2022

Escrito por @universoperdido. 21 de enero del 2022

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Me gusta porque mantiene la tensión hasta el final; pero confieso que esperaba otro final. Saludos.

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