Y si olvidamos a mamá - Cuento

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El domingo se celebra el día de las madres en mi país, por lo que los homenajes no se hacen esperar. Madre solo hay una, pero a veces, ay, a veces...

A ella le habían dicho que el pueblo era muy violento, que la inseguridad reinaba por doquier que tuviera cuidado si de verdad quería trabajar allí. Ella solo sabía que al final de esa calle se llegaba a un malecón donde se podía respirar a gusto, ver a los pescadores recogiendo los frutos del mar, otros llenando las cavas, pero sobre todo, permitirle al viento batir sus cabellos sin pensar en peluquerías ni ornamentos. Una niña le había ofrecido hacerle unos yuyitos y más por solidaridad que por gusto se dejó tejer el cabello con aquella lluvia de guirnaldas diminutas que le cantaban al oído nuevas melodías.
Si este pueblo era inseguro tendría que prepararse muy bien, ¿tendría que hacerse un chaleco artesanal antibalas o qué? Sonrío para sí y le llegó la voz de Doña Olga, su mamá. “Es mejor prevenir que lamentar”, “mujer preparada vale por dos” Ella venía de la ciudad donde el temor era el principal ciudadano y quien dictaba las pautas cada día. Que no llevara mucho sol también le había recomendado porque la piel le cobraría muy caro su osadía, entonces se hizo un sombrero grande que parecía una sombrilla, pesado para que no se lo llevara el viento.
 
La miopía se la diagnosticaron cuando estaba en sexto grado, y cada vez era más grueso el cristal de sus lentes, sin ellos estaba prácticamente ciega y perderse el horizonte, las gaviotas y los niños correteando por la orilla de la playa tampoco estaba en sus planes. Muy joven también sufrió un accidente que le hizo perder varias piezas dentales por lo que usaba unas prótesis que le ayudaban bastante, aunque ella prefería reír poco y evitarse sinsabores. El gesto de taparse la boca con la mano, cuando la risa era inevitable, se le había quedado adherido sin darse cuenta, desde antes de tener sus dientes nuevos.
 
“No olvides usar el collarín” le recomendó su mamá, ella no quería traerlo pero si iba a montarse seguido en lanchas era probable que su cervical también decidiera recordarle de mala manera que no podía darse algunas libertades, por lo que se dijo como en la publicidad aquella: “es mejor tenerlo y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo”. "Pendiente de los ladrones", "báñate poco tiempo", "haz la digestión de dos horas antes de meterte al agua", "cuidado con la arena y los oídos", "no olvides el agua", "protégete de las corrientes de aire", y más, que como letanías desfilaban por su mente.

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Este viaje sería muy provechoso, estaba ansiosa por todo lo que aprendería. Había seleccionado una asignatura electiva en su universidad, Fotografía. Un grupo de jóvenes había conformado una excursión de una semana para inspirarse y hacer buenas tomar en el mar que incluían el submarinismo; algo totalmente nuevo para ella y en contra de los intentos que hizo su madre para que desistiera, tomó la decisión de ir.
 
El primer día que se encontró con el resto de los compañeros en el muelle, le sorprendió la soltura y desenfado con los que ellos se veían: ropa cómoda, protector solar, una cava con agua fría y por supuesto la cámara fotográfica. Ella por el contrario iba acorazada con una cantidad de implementos que le hacían difícil hasta subirse a la lancha. Uno de ellos le preguntó si de verdad necesitaba todo eso y le dijo que el viaje sería corto hasta una isla cercana, solo diez minutos. Ella accedió a quitarse el collarín, el suéter manga larga, el pantalón impermeable y los metió en una de las maletas que también se había llevado. Se quedó con una franela fresca y unos chores, no aceptó quitarse los zapatos. Alguna risa, miradas incómodas, gestos, pero ella estaba acostumbrada.
 
Subió a la lancha y comenzó su proceso; la experiencia más maravillosa de su vida, pensó. La brisa fresca, que le salpicaba el rostro, en algunas partes se hacía más fuerte y le enchumbaba las piernas; la sal en los labios, no sentía el sol porque el frescor era mayor; de pronto se comenzó a nublar el cielo y ella sintió un poco de aprehensión: que no lloviera, se dijo y fue como si hubiera decretado lo contrario, gruesas gotas comenzaron a bañar el rostro de todos, que reían divertidos. De alguna parte de su memoria surgió la voz de la madre que le advertía de un resfriado e intentó cubrirse, pero vio que todos estaban bien, riendo tranquilos y además ya estaban llegando a la isla y el sol nuevamente reinaba.

Con los pies metidos en los pozos de agua de sus zapatos se bajó de la lancha con ayuda de dos de sus compañeros. Algunos se lanzaron con toda y ropa y comenzaron a chapotear y a nadar, ella arrastró sus bolsos debajo de unas palmeras y se sentó encima de uno de ellos para quitarse los zapatos y ponerlos a secar. El entorno era alucinante: tanto azul, tanto verde, las nubes y sus formas, lugareños que ofrecían conservas de coco. Ya alguno de sus compañeros trataban de buscar los mejores ángulos, otros se alejaban hacia las rocas, se acostaban en la arena a ras del suelo para capturar un cangrejo con la cámara.
 
Tímidamente sacó su equipo y comenzó a enfocar también, pero el pensamiento no le daba tregua, aquello era demasiado hermoso y quería tomarle fotografías a todo y por momentos olvidaba la teoría que había recibido en el aula. Los compañeros le hicieron sugerencias y comenzó a moverse también y a disparar, cada clic era un momento de alegría. Ella siempre se destacó por ser buena estudiante y tenía sus apuntes aprendidos, comenzó a ponerlos en práctica y se olvidó de sus limitaciones infundadas.
 
Cuando tuvo hambre comió un sándwich y siguió capturando imágenes en ese ambiente armónico que parecía no tener fin. Una idea de libertad comenzó a sembrarse en su mente, se percibió a sí misma llena de temores. Esta era la primera vez que se atrevía por iniciativa propia a sumarse a un grupo para hacer algo nuevo para ella. Observó también que no había echado de menos el collarín y que se sentía bien con los pies metidos en la arena.
Su mundo cambiaría a partir de ese día, el miedo tendría que deshabitar sus rincones y dejarle espacio a la vida y quizá estaría bien hacerle menos caso a mamá.
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Contenido original
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Un agradable y atinado relato, que nos sitúa en la necesidad de asumir con conciencia nuestra vida, sin tantas aprehensiones. Lamentablemente, las asimilamos con frecuencia de otros que han llevado la suya con exagerados temores y precauciones. Saludos, @charjaim.

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Sí, y en este momento más, donde el miedo incorpora nuevos elementos a considerar. Muy agradecida.

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